Se había marchado de Atlanta con el sentimiento de que había un futuro entre ambos, no sabía cuánto duraría o qué sucedería a continuación pero estaba muy seguro de que Irene y él estaban en la misma página. Ya no era solo una sensación, el hecho de que ella confiara en él para contarle cuán preocupada estaba por Samuel sino que había dejado entrever que no quería que malpensara acerca de ella. Tal vez lo que más le molestó fue que ella pensara que era un cavernícola, que la consideraba una posesión.
Cuando la conoció su voz le había gustado y su aspecto le había atraído, en New York ella estableció claramente que tenía sentimientos por Samuel y que podían ver adónde les llevaba su relación. Nunca había considerado el presionarla, ni el ser posesivo, ni el forzar que ambos avanzaran en el mismo trayecto. Seguía a la sirena que ella era sin tener claro cuál sería su destino pero conociendo dónde le gustaría llegar juntos.
Los abrazos fueron haciéndose más necesarios, los besos simples anhelos de reciprocidad a medida que caminaban de la mano en esa amistad mezclada con una insalvable atracción mutua. No pretendía que aquel primer beso sucediera como sucedió, que su necesidad de transmitirle cuánto la deseaba acabara en ese profundo intercambio que más pareció querer llevarse un pedazo de su corazón. Se sintió natural cuando la besaba, como si tuviera práctica cuando él sabía que sólo ella había despertado aquella necesidad.
Su deseo se manifestaba estuviera presente o no, su interés se exarcebaba al oírla contar cualquier nimio detalle, su amor se acrecentaba cuando la escuchaba reír o la veía sonreír con sus dos hoyuelos a la vista. No sabía qué parte de ella le gustaba más si esos momentos en los que era resolutiva y eficiente o esos otros en los que dejaba claro que era una inútil en algunos aspectos o se mostraba vulnerable a él o a otra cosa. Contradictorio o no, le encantaba saber que la castaña era imperfecta.
Irene le había mostrado que no era docta en los deportes demasiado movidos, que no era buena pelando tubérculos y frutas, había reconocido que se había quedado en shock cuando habían tratado de forzarla y que la misma posición aún la hacía temblar. Y estaba bien; él la comprendía y respetaba que debía hacer ruido si quería acercarse a ella por su espalda. Tenía entre ceja y ceja una mujer fuerte que pese a estar en peligro y ser vulnerable se preocupaba por los demás sin pararse a ver si podía salir dañada.
Tras aquella cena en su departamento su familia había sido testigo de la existencia de Samuel no como un simple amigo de Irene sino como otro oponente en el amor y por supuesto, Momma no se había callado. Había esperado a su vuelta a casa para dejarle ver su opinión al respecto, una tan subida de tono como aquella que habían mantenido cuando había señalado que había dejado su salario fijo para perseguir sus sueños como cantante. Seul Gi reconocía que la española era honesta y trabajadora pero estaba en contra de las relaciones liberales como pudiera ser una poliamorosa.
Su educación, cultura y tradición se oponían a una idea similar; él si fuera el caso no habría interpuesto objeción. No obstante, sabía que la mujer en la que había puesto sus ojos era del mismo sentimiento que su madre y que desde la primera vez que compartieron un día juntos ella le confesó que tenía sentimientos por Samuel. Se sinceró con la mujer que le había traído al mundo hablándole de cómo la castaña había sido muy clara acerca de la situación y cómo había aceptado para ver a dónde los llevaba.
Le contó que en ningún momento ella había planteado la posibilidad de existir una relación poliamorosa, que sólo habían establecido no poner títulos de por medio que no forzaran sus sentimientos, ni sus avances. Explicó que no eran novios aunque sí habían sentimientos involucrados por parte de ambos y que esa noche ella había demostrado que no era el único esforzándose en llegar a buen puerto. Fue replicado con las escenas que habían visto, con los hechos observados.
Contratacó con lo que le había dejado entrever una vez a solas; que, pese a las preocupaciones y sentimientos encontrados que pervivían por Samuel, la sirena le quería lo suficiente como para confiarle su miedo a que se alejase por esos mismos hechos. Ocultó aquellos detalles que pertenecían solo a su oponente para salvaguardar su intimidad y se centró en su regalo y la confesión allí guardada junto a las que sus gestos hacían. Cuando tradujo lo que le había escrito a mano y le recalcó que Irene tenía la misma idea de matrimonio monogámico y larga vida juntos que ellos que la notó relajarse.
Tras aquella discusión Momma había estado mucho más seria y sido más crítica con su relación mas no hubo añadido nada, absolutamente nada. Percibía que no estaba del todo conforme y confiada como él pese a que entendía su posición y la de ella y las respetaba con la única condición de que fuera responsable. Sobre todo, por ellos y porque él era una figura pública a la que tanto niños como adultos seguían tanto en Corea del Sur como en Estados Unidos. Le daba la razón como siempre en su buen sentido racional y tradicional.
Lo había notado en el momento en que había pisado Corea del Sur, sus padres como otros muchos progenitores que habían buscado un mejor futuro para sus familias estaban estancados en el concepto tradicional de la Corea de los años en que uno había emigrado. Era lo normal entre los hijos de 겨포 [gyopo] (coreanos emigrados o residentes en el exterior) ver en reflejados en sus padres cierto conservadurismo y normas que ya solo se veían entre los abuelos del país de origen y enfrentarse a ellos tanto por el idioma como esos deseos de progreso. Regresar a la nación de la que venían sus progenitores había sido considerado por ambos algo así como un retroceso.