"Invierno: cruel como la muerte, y hambriento como la tumba."
James Thompson
12 de Septiembre del 2018
—¿Elizabeth Veronica Miller?
La misma y sin duda nunca pensé venir al psicólogo solo por bajar en mis notas, mi padre era un excéntrico y un controlador de todo. Muchos dirían que el sistema se volvió controlador por completo si vivieran una vida llena de restricciones; quizás justamente es así como llevo viviendo desde aquel fatídico día, desde ese día el sol ya no brillaba con intensidad y el viento parecía querer avisar que venía un huracán.
Asentí mientras entraba —¿Sabes porque estás aquí?
La respuesta era simple pero no iba a decir que la razón era que mi padre creía que estaba loca, y solo por bajar mis notas después de la muerte de mi madre. Una muerte puede significar muchas cosas que conllevan depresión y también una definición que aún no comprendía del todo. Simplemente se siente como si te arrebataran algo antes del tiempo, y anhelas con todas tus fuerzas tenerlo de regreso.
—Creo que no lo sabes o se te comió la lengua el ratón.
Río con una sonrisa muy atractiva, sus labios se curvaron en esa que describirían como perfecta, y lo mire por primera vez desde que entre. Déjenme decirle que era el tío más alto que había visto.
¡Parecía una jirafa a lado mío! ¿No me creen?
—Que alto...– balbucee, mientras lo miraba sin disimular –¿Su trabajo no es saberlo?
Me miro directamente a los ojos azules que poseían una profunda tristeza y a la vez eran una maldiciendo para mí, y luego solo masculló—Tus antecedentes son muy imprecisos hasta el nivel de creer que solo lo haces para llamar la atención.
—Te parece —argumente. Aquel psicólogo cambió su gesto de parecer espectador de mis ojos azules a uno de simpatía como si tratara de averiguar algo en aquellos pozos sin fondo.
—No, solo me impresiona.
—¿Por qué?
La habitación era del tono blanco y sin nada pintoresco aparte de los diferentes lápices de colores que poseía sobre el escritorio. Me cruce de brazos frustrada al querer que aquello terminara pronto, y me recosté en la pared observándolo detenidamente a quien denominaban el psicólogo bombón. Pero en su mirada me decía que guarda algo que puede ser peligroso, un arma de doble filo pueden ser las palabras más que las acciones. Y él parecía poseer ambas cualidades tanto sus actos como sus palabras que tenían un tono familiar en mi cabeza. ¿Habría escuchado alguna vez su voz? ¿Quizás sólo era muy común? Pero él no parecía para nada común, sus rasgos eran exóticos, una belleza que podía considerarse irreal.
—¿Quién en este siglo le patea las bolas a su amigo? Enserio que eres fuerte, al parecer sigue en el hospital.
Soltó mientras buscaba un lapicero de su escritorio cuando el reloj seguía sonando su incesante tic tac y al girarme para verlo de nuevo se había detenido de la nada. Se descompuso y comenzó a girar al revés, las manecillas retrocedían en vez de avanzar, y una melodía se trasmitió en mi mente. Una olvidada por los siglos; pero mi mente trasmitía como si fuera de toda la eternidad.
—¿Veronica Miller? —me llamo sacándome de una melodía armoniosa que estaba atormentando mis sueños—. ¿Por qué le ocurrió eso a tu amigo?
—El se metió conmigo yo solo me defendí —argumente viendo el extraño relojero con sus manecillas retrocediendo. Fruncí el ceño sin comprender aquella extraña sensación de escalofríos en mi espina dorsal—. ¡Y no es mi amigo!
–¿De que se puede saber? –enarcó las cejas, y añadió– ¿¡Que fue tan grave!?
Observe aquel psicólogo que parecía querer inmiscuirse en mi vida como si le perteneciera. ¿Acaso le importaba en realidad o sólo era por el dinero?
—No quiero decirlo.
—Vamos –dijo invitándome a contarlo mientras el se saco los zapatos y yo estaba recostada en esa camilla blanca –¡qué ofendió tanto a la srta. Miller!
—No responderé a eso.
Brame airada sin lograr descifrar aquel extraño objeto colgado en la pared. Ademas hastiada de tantos psicólogos queriendo irrumpir en mi vida, sin lograr nada más allá de beneficiarse con el dinero, y rindiéndose al final.
–No le diré a nadie, será un secreto –selló sus labios con un sierre invisible–. Además no es un tribunal y yo no soy un juez.
—Por qué se lo diría Sr. Lee.
Se encogió de hombros como si la respuesta fuera tan simple. Un acertijo que no se necesita ni pensar y soltó.
—Porque soy tu psicólogo y llámame Dylan no soy tan mayor o lo parezco.
—Vale Se... Dylan.
–Bueno me lo tendrás que decir tarde o temprano. Pero dime ¿valió la pena?
¿Que si valió la pena? Pues recién me lo ponía a pensar que el terminara en el hospital y yo en un psicólogo, bueno quizás si. Algunos piensan que la tendencia a la violencia genera más aunque no saben lo que es convivir con alguien que literalmente hace tus días una pesadilla andante.
–Quieres que te lo demuestre – sonreí malvadamente.
Técnicamente valió más que escuchar todo el sermón de mi padre.
—Haber cuéntame más a detalle no soy cotilla ni nada pero es mi trabajo —Sus pies se movían sin parar como danzando en el suelo o queriendo evitar sentir el frío del suelo.
–En serio tu trabajo es ser cotilla y recién me entero.
–No seas sarcástica me molesta —Informó cambiando su tono a uno distante y casi completamente diferente al anterior. Su verdadero rostro—. Pues es evidente que no escuchas atentamente, pero tu historia es interesante.
La forma en que senti su mirada era intensa como si tratara de sacar la información de una manera poco convencional. Quizás más allá de ser un profesional en su trabajo era un seductor empedernido, y un clásico hombre donde termina relacionándose con una paciente.
–¿Qué tan interesante le puede parecer si le pasa lo mismo a usted? Y además ... que se supone que hace usted meterse en la vida de los demás. ¿Qué acaso no tiene vida?
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Editado: 22.10.2021