Marshall se quedó perplejo mirando cómo Ava y la otra joven desaparecían por una entrada lateral izquierda, ¿qué rayos había pasado? Fue un instante, pero sintió como si le robaran algo.
Disgustado y confundido, se miró las manos, e intentó procesar todo lo que ella le había dicho. Por más que tratara no le entendía, ¿qué estaba viendo Ava que él no podía ver? ¿Por qué de pronto había pasado de la antipatía a la acción? Esos cambios bruscos de temperamento solían ser influenciados por su irascibilidad creciente, pero..., en el momento en que la miró a los ojos, ella no tenía ira.
El ardor de sus ojos, fundido en el color ámbar, era diferente. Tanto como sus acciones, o el hecho de que se había acercado a uno de los miembros de la familia, ¿quién era exactamente? Se preguntó, debía haber estado escondida en alguna de las habitaciones, por la hinchazón de sus ojos, el enrojecimiento y el olor salino que desprendía, ella estuvo llorando.
Eso debió atraer a Ava, y algo debió despertar dentro de ella como para encender su determinación.
—Tal vez estoy malinterpretando las cosas —murmuró en voz baja, casi para sí mismo.
Era imposible que Ava, siendo una tigresa, no sintiera nada del dolor, la rabia y la impotencia de estas personas, quienes eran iguales a ella. Sin embargo, y aunque podía entender este resurgimiento de su espíritu protector, tomar las riendas así e irrumpir en la cadena de mando podía llevar un castigo severo.
«¿Debo reportar esto?» se preguntó «¿A dónde nos llevará?»
Un sabor amargo cubrió su lengua al no saber bien qué debía hacer, si de verdad existía un peligro grave allí afuera y él insistía en seguir las ordenes simples de Patrick, puede que todos corrieran riesgo, no solo los tigres. Perder a Gala o Ava sería un enorme golpe para la coalición, no solo porque una era la enfermera principal del equipo médico, sino que, también era una osa polar alfa, un poder desconocido, mucho más grande que el de Patrick, su fuerza por sí sola valía más que cien hombres.
Gala era una gran ventaja en caso de enfrentarse en una guerra con otros cambiantes, o humanos.
Y Ava..., ella tenía un talento natural para guiar a los demás en medio del caos, una habilidad que superaba a la de Marshall. Tenía razón sobre eso del cerebro estratégico, Ava sabía qué hacer en los momentos de crisis, mientras que él durante la mayoría del tiempo se esforzaba en evitar esas crisis.
Y ahora, no sabía bien si debía enfocarse en eso.
Pero, si Ava estaba equivocada y solo encendían las alarmas en los corazones magullados de los tigres, eso podría complicar más las cosas, volverlos desconfiados, ¿por qué un extraño llegaría a darles órdenes así nada más, difundiendo el pánico? Podrían interpretar eso como un intento de manipularlos.
—No sé qué hacer.
La saliva comenzó a acumularse en su boca, su estómago se apretó, la brillante y viciosa idea nubló su mente y de pronto solo pudo pensar en eso. Bajó a la primera planta, las voces de Ava y la matriarca se oían tenues desde el área opuesta a la sala, pero su cuerpo solo podía moverse en una dirección: la cocina.
La comida siempre lo había sacado de estos momentos tensos donde no saber qué hacer frente a una crisis lo conducía a un estado ansioso, fue una forma efectiva de lidiar con el problema, y ahora eso era todo lo que necesitaba. Porque, no importaba el cargo que tenía en Gold Pride, Marshall sabía que no podía liderar, cuando aparecía un poder y una fuerza más grande, solo podía retroceder para evitar el choque.
Se detuvo en el umbral de la entrada a la cocina, ¿eso había hecho recién? ¿Ceder de forma instintiva ante Ava? ¿Era ella más fuerte que él? Marshall estaba seguro en una cosa, Ava podía concentrarse mucho mejor que él.
¿Qué importaba si tomaba las riendas? Él solo debía cumplir ordenes, de la forma que sea, tenía que llevar a la familia Dawn al territorio de la coalición.
—Debe haber algo aquí... —Murmuró, buscando en las alacenas superiores.
—Marshall, ¿qué haces?
Esa voz..., esa irritante voz...
Él continuó con su tarea, y sonrió al encontrar un paquete de galletas de vainilla, ahora debía buscar algo con que rellenarlas.
—Marshall...
Abrió el refrigerador, sonrió aún más al ver el frasco con crema de chocolate.
—Esto servirá.
—¡Detente!
Alexander se movió tan rápido que en un parpadeo lo tuvo cerrando la puerta del refrigerador con una mano, y con la otra apretando su muñeca con fuerza, pero Marshall no pretendía soltar el frasco, así que le mostró los colmillos.
—Suéltame —ordenó.
—Estás tomando comida sin permiso —repuso Alex con gravedad—. No pienso tolerar este comportamiento en una casa que no es nuestra —su tono fue disminuyendo más y más, haciendo que cada palabra fuera una dura amenaza—. Devuelve eso, ahora.
—Cállate.
Alexander apretó su agarre, y pronto Marshall pasó de sentir una ligera molestia, a un dolor importante. Puede que Alexander fuera más delgado, pero su fuerza siempre estuvo en esa irritante determinación a hacer lo correcto, Marshall podía entender que lo hacía porque se preocupaba, pero era realmente un dolor de cabeza, “no comas eso, no comas esto, deberías controlar ese comportamiento” ¿por qué demonios tenía que meterse?
—Suéltame —Marshall gruñó.
—Hazlo tú —dijo Alex, apuntando al frasco—. Evitaré que caiga al piso y lo pondré donde estaba.
Marshall dio un gruñido grave y agarró con fuerza la mandíbula de Alex.
—No se preocupen —habló una voz más suave y dócil. De reojo vio a una joven—. Tenemos..., tenemos reservas suficientes, incluso creo que podemos llevarlas para abastecer las suyas. Deja que coma lo que quiera.
Esos ojos azules, dejaron de acusar ferozmente a Marshall y buscaron a la dueña de esa voz.
—No puedo —le respondió a la mujer, luego volvió a centrarse en Marshall—. Compórtate de forma civilizada frente a la chica, es tarea del lugarteniente mantener la paz de sus compañeros.
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Editado: 08.08.2022