Marshall contuvo su necesidad de sostener a Ava en un abrazo sin fin, quería borrar la sombra de dolor en sus ojos, llevarse sus sufrimiento lejos de ella. Pero sabía que presionarla nunca conducía a un buen punto, sin embargo, tampoco funcionaba dejarla por su cuenta.
Ya no podía dejarla sola.
—Prepárate —le dijo en un susurro áspero, luego pasó junto a ella y se cubrió en el siguiente pino.
No le agradaba admitirlo, pero era cierto lo que ella decía, se estaba volviendo lento, débil. No estaba en condiciones de correr, pelear podía ser una opción pero por un breve lapso de tiempo. Según Tanya, los bloqueos en sus arterias comprometían la circulación sanguínea en un treinta por ciento, lo cual significaba que su corazón funcionaba fatigado.
Una descarga eléctrica más severa podría dañarlo de forma irreversible.
No obstante, para él, era inconcebible que Ava resultase herida en esto. Si algo sucedía con los dispositivos, quien recibiría la descarga no sería ella, estaba seguro con cada fibra de su cuerpo que tomaría cualquier riesgo por Ava, incluso sabiendo que tras hacerlo ella le odiará más.
Marshall no iba a negar sus instintos.
Con eso en mente, tomó una larga respiración y recogió una roca plana del suelo, la tigresa se deslizó del otro lado, una figura de agilidad y belleza peligrosa moviéndose al margen de su rango de visión. Encontró su mirada y ella movió la cabeza, el brillo asesino formó un pulso en sus ojos, un escalofrío se desprendió en el cuerpo de Marshall.
Marshall arrojó la roca a la derecha, agudizando la mirada encontró el dispositivo elevándose para efectuar el tiro. Corrió hacia adelante, y sin preocuparse por no haber calentado alcanzó el punto máximo de velocidad en un segundo, aún con todo eso su arranque fue lento, su respiración áspera, sus pulmones dolieron, pero cuando estaba a pocos metros de la cabaña, y el dispositivo giraba para apuntarle, Ava apareció por la izquierda y frenó de golpe por detrás del aparato de color negro brillante.
En el momento en que el proyectil fue lanzado, ella dobló el cañón y desvió su trayectoria, segundos después el impacto sordo se escuchó a lo lejos.
Ella lo había salvado... En teoría.
—Escuché otro disparo desde allá —señaló, un leve jadeo de cansancio antes de que su voz regresara a la calma—. No es el único dispositivo —agregó, mientras destruía el que tenía en sus manos señaló la parte izquierda de la cabaña, luego recogió unos fragmentos rotos, algo que parecía una lente entre sus dedos.
—¿Una cámara?
—Sí. Es más sofisticado de lo que parece, puede que esto sirva como un lector inteligente con identificación de rostros.
—Para no lastimar a su hijo cuando venga de visita —Marshall concluyó.
—Exacto.
Tomando más aire para estabilizar su respiración, Marshall se acomodó su melena al pasar sus dedos sobre su cabeza y llevarlos hacia atrás.
—Me pregunto cuántos de los nuestros han muerto para que Hyram consiga esta cosa.
Desde su posición agachada, Ava lo miró, una ferocidad abrasiva en sus ojos, pero sin el eco de dolor. El león dentro de Marshall empujó hacia ella.
—No te distraigas —le advirtió, y luego enderezó su figura, en un giro suave fue hacia la puerta de la cabaña.
La abrió de una patada, el hecho de que estuviera cerrada con llave no sirvió de nada contra la fuerza de una tigresa. El polvo se levantó a su paso junto a una brecha grande de luz que se extendió hasta la pared del fondo.
—Prepárate.
Marshall no había contemplado la posibilidad de ver algo macabro dentro de la cabaña, grave error. De haberlo hecho, se habría armado de algún ejercicio de fuerza mental para sobrellevarlo. Sin embargo, su estómago se rebeló en su contra cuando entró detrás de Ava y vio las tres cabezas apostadas contra la pared izquierda sobre marcos de madera triangulares.
«Es la casa de un maldito cazador, ¿qué se puede esperar?»
Pero él se negaba a aceptarlo. Era demasiado perturbador como para sostenerlo en su mente sin hacer una mueca.
—Son de animales salvajes ¿cierto? —Preguntó, su voz espesa, su corazón un temblor apretado.
Ava rodeó la mesa cuadrada de madera oscura con cuatro sillas ubicada en la parte izquierda, y se acercó a esa pared. Usó sus dedos para medir las cabezas, dos de ellas eran de leopardo, ubicadas a ambos lados de una de jaguar.
—Son cambiantes —una línea plana de voz.
No sonaba sorprendida en absoluto. Lo que decía sobre su insensibilización frente a esta clase de situaciones.
Marshall, por otro lado... Era una carne más débil, se sostuvo a sí mismo y desvió la mirada, completamente horrorizado por las cabezas en la pared. Aún si fueran de animales salvajes, seguía siendo algo grotesco y ruin.
«Este es un nuevo nivel de crueldad» pensó mientras retrocedía.
—Estás pálido —Ava mencionó, su voz cavando a través de las náuseas—. Deberías quedarte vigilando afuera.
Pero el león volvió a empujar hacia ella, carecer de razonamiento tenía sus beneficios, el lado humano de Marshall podría aprender algo de eso... «Pero no en esta vida»
—Estoy bien —le aseguró. Ava alzó una ceja, no estaba convencida—. Te dije que me quedaría contigo.
«De todas las formas posibles»
Ella suspiró, caminando hacia él con esa gracia mortal que debilitaba sus piernas al verla.
—No serás de ayuda si te desmayas.
«Dios, ten piedad»
—No lo haré. —Tragó saliva, una larga inspiración y enderezó su postura—. Oficialmente estamos invadiendo propiedad privada, ¿qué buscamos?
Ava echó un vistazo a los alrededores antes de responder:
—Notas, nombres, números, anotaciones, contactos. Escritos o en algún medio digital. Haremos una inspección completa.
—Revisaré los cajones de la sala.
—Buscaré compartimientos ocultos en el piso.
Se separaron, pero no estuvieron alejados del todo. La cabaña no era muy grande y todo el espacio estaba compartido, cada habitación se ubicaba en un cuadrante del lugar, el comedor y la cocina estaban en la zona izquierda mientras que la sala y el baño estaban del otro lado.
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Editado: 08.08.2022