Marshall había sobrepasado sus límites. Todos lo notaron, pero temían decirlo, incluida Ava.
Ella sabía que algo no estaba bien, desde que salió de la casa con las ensaladas, con el ceño fruncido, el cuerpo tenso, la mirada perdida. Ava pensó que había pasado algo, pensó que le diría, y en su lugar fingió normalidad.
Marshall sonreía, conversaba con Byron, estaba atento a los comentarios de Alice, incluso hacía algunos ruidos para hacer reír a sus sobrios. Se veía normal..., si no se tenía en cuenta que había devorado tres platos de comida, casi ignorando las verduras asadas y las ensaladas.
Era cierto que los leones gozaban de un buen apetito, pero lo que Ava veía en su rostro no era gozo. Era algo mecánico, carente de disfrute, algo que sólo hacía para... Llenar algo...
—Creo que debemos irnos —dijo, forzando la voz por encima de la estruendosa risa de Byron.
—¿Ya? —Preguntó este mirándola con un gran ceño fruncido que oscurecía aún más sus ojos—. Todavía es temprano y falta el postre.
—¡Sí! —Alice golpeó la palma en la mesa—. Todavía no les digo sobre aquella vez que pillé a Marshall admirando tu ropa en la lavandería.
Su hermana se golpeó la punta de la nariz con un dedo.
Ava volteó hacia el león.
—¿De verdad hiciste eso?
«Mírame, por favor. Esto no se siente bien. Este silencio no está bien»
Marshall asintió casi sin ánimo, y con una sonrisa forzada que se sintió helada. Marshall se escondió en su vaso de agua.
—Bueno, será en otra ocasión —insistió, no sabía qué estaba pasando para que se comporte así, tenía que descubrirlo—. Gracias. —Ava se acercó a Nicky y Harding para besar sus mejillas regordetas, luego besó a cada miembro de su pequeña y valiosa familia en la frente—. Vamos.
Ava agarró la mano de Marshall. Tardó en enroscar los dedos sobre los suyos. Ava sintió un escalofrío en la espalda, tan fuerte para sacudirla.
Byron y Alice compartieron una mirada extraña.
«Hasta ellos se han dado cuenta»
—Gracias por recibirme —dijo Marshall, su tono encantador y amable como siempre—Lo he pasado muy bien.
Esa sonrisa masculina, capaz de derrumbar su mundo, se apagó lentamente cuando volteó hacia Ava y por fin la miró. No había ninguna pista en el silencio del vínculo, ningún matiz de emoción en sus ojos.
—¿Marshall? —Ava llamó su atención en el interior de la camioneta prestada.
—¿Qué?
No le ofreció gesto alguno, estaba centrado en el camino.
—¿Pasa algo?
—No.
—¿Seguro?
—Sí.
—¡Mentira! —Exclamó, la tigresa olía el sabor de una pelea—. ¿Crees que no estaba atenta a todo lo que has comido?
—Eso no ha sido nada —repuso.
Su frialdad quebró cosas dentro de Ava, más grietas para su colección. Contener las ganas de llorar le era difícil.
—Dijiste que ibas a cuidarte por mí.
—Sí.
—Pero has comido tocino, y carne con grasa y salsa de queso. Sabes que eso le hace mal a tu corazón.
Marshall movió un hombro. Ava sintió algo diferente, más fuerte que la tristeza de su frialdad y el latigazo de su indiferencia. Un coraje caliente que se arremolinaba alrededor de su corazón.
—Solo comes así cuando estás ansioso. —Frunció el ceño con el recuerdo que la alcanzó—. Casi como aquella vez... —Ava volteó, las sombras nocturnas devoraban su rostro, pero podía percibir los duros rastros, la silueta que marcaban las ondas irregulares de su melena—. ¿Sentiste ansiedad?
—No.
—¡No mientas! —Ava gruñó las palabras.
Usó un puño para golpear su hombro y apenas lo movió un poco. En cambio, Marshall sólo atinó a sacudir el hombro golpeado como si estuviera deshaciendose de un mosquito molesto.
—¿No puedo mentir?
Percibió un matiz de ironía en sus palabras.
—Pues no. Tienes que decirme lo que te pasa.
Marshall hizo un chasquido. Apretaba el volante tan fuerte que se podía escuchar como el material empezaba a sufrir.
—No voy a hablar sobre eso.
—¿Por qué no?
—No quiero.
—¿Pero...?
Su gruñido colmó el reducido espacio, por primera vez se sintió diminuta e indefensa. Por primera vez conoció a un Marshall enojado de verdad.
—¿Marshall? —Ava estiró su mano para tocar su brazo.
Él no respondió a su contacto.
—Dejame conducir en silencio.
La hora y media de regreso a la Casa Matriz fue la más larga y silenciosa que Ava había vivido. Para cuando entraron por las grandes puertas de cristal Ava sudaba frío. El agarre de Marshall se sentía flojo, desganado, como si lo estuviese arrastrando para ir a donde ella quería.
«¡Esto no está bien!»
Cuando se atrevió a mirarlo, su corazón se encogió por él.
La forma en que cerraba sus labios en una tensa línea, la rigidez implacable de su mandíbula, y la mirada salvaje que intentaba partir en dos cualquier cosa que se interpusiera en su camino, todo eso le asustó.
—Marshall —su nombre salió como un murmullo temeroso en sus labios.
Él tiró de ella rumbo al pasillo principal del ala Este.
Al llegar a la habitación que compartían entró primero y encendió la luz principal, dejó salir un gruñido que retumbó en el pecho de Ava y levantó el pelaje de su tigresa.
—¿Marshall?
El león revisó la habitación con un meticuloso análisis, luego se acercó a la cama. La sangre de Ava se heló, otro escalofrío la sacudió, en sus manos dio inicio un temblor nervioso.
Había olvidado por completo que la había dejado ahí.
En absoluto silencio, pero con el cuerpo tenso y emitiendo oscuras olas de ira en el vínculo, Marshall sacó la mochila grande que estaba bajo la cama y la puso encima, la abrió y se detuvo.
Observaba el suéter naranja que había sido la última pieza que Ava colocó.
—¿Por qué?
Su voz salió baja, tranquila. Pero la tristeza en ella tenía la fuerza de un huracán. Cavó un agujero en su interior.
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Editado: 08.08.2022