Ruinas en las tinieblas (un cuento oscuro 0.6)

13

─ ¿Sabemos si está ocurriendo en más Casas o en Tierra de Nadie?

─Tenemos mensajeros en camino a la Casa del Agua y el Cristal ─contestó Rhiannon terminando de ajustarse el traje de combate, que envolvía su cuerpo como una segunda piel─. Hay más en dirección a Tierra de Nadie, pero tardarán en llegar y todavía más en atravesarla. Por el momento, estamos solos.

Keiran no se había molestado en cambiarse de ropa. No había tiempo. El traje de gala no lo protegería de los ataques de los filos afilados como uno de batalla, pero él contaba con una segunda piel que pocas cosas podía perforar. No le gustaba recurrir a la criatura que habitaba en su interior, pero si tenía que hacerlo para proteger a su pueblo, dejaría que le rompiera los huesos sin dudarlo ni un instante.

─Tenemos a la legión dannan ─contestó Alai a su lado─. Es la más grande y la más poderosa de todo Elter.

─Lo era ─replicó Keiran─. Hubo un tiempo en el que lo era.

Nadie lo rebatió, y el Hijo Predilecto se lo agradeció a la diosa de los dannan en silencio. Se movían hacia Llanrhidian en los transportes a ruedas que se movían sobre raíles y recorrían todo el territorio de la casa, los trolley. Hacía siglos que existían, pero habían sufrido tantas modificaciones a lo largo de ese tiempo que no había sido hasta un par de décadas atrás que habían recibido un nombre. No había suficientes transportes que pudieran llevar a todas las tropas hasta allí, así que se habían visto obligados a escoger a los mejores de cada legión. El resto tenía que llegar hasta Llanrhidian corriendo lo más rápido que pudieran. Keiran destetaba que él o cualquiera de sus generales se desplazase hasta allí con mayores privilegios que otros, pero los combatientes necesitaban líderes que los dirigiesen. A él lo habían criado entre guerreros y soldados, por lo que se consideraba uno de ellos, aunque la sangre de los favoritos de los dioses corriese por sus venas.

Rhiannon, Alai e Idris iban con él en el mismo trolley, junto con otros dos generales. El transporte, de madera pintada de negro y con el escudo de la casa en azul cobalto sobre un lateral, tenía asientos confortables de cuero. Algunos eran más grandes que otros, y muchos estaban adaptados para mover mercancías en lugar de feéricos. Todos funcionaban con la misma magia básica y primitiva, moldeada para que pudiera emplearla cualquier inmortal, en cualquier Casa.

Los trolley se movían con sigilo en el bosque, sin traqueteos. Había costado mucho tiempo y esfuerzo conseguir que todas las Casas de Elter contasen con una red que las recorriese por entero, aunque no estaban conectadas entre sí. Los trolley de un territorio podían llevar hasta la frontera de una Casa, pero jamás la atravesarían. Las paradas, sin embargo, todavía tenían mucho que mejorar.

El trolley frenó en seco en el lugar que se le había indicado. Todos lo que iban dentro apretaron los dientes, pero se apresuraron a bajar. Los soldados que los seguían en los demás trolley hicieron lo mismo, en completo silencio. Ni siquiera sus botas emitieron el más mínimo ruido cuando tocaron la hierba verde y suelo húmedo. Todos se quedaron muy quietos, escuchando.

Se encontraban en el límite sur de Llanrhidian, a decenas de kilómetros de Irea. Los mensajeros les habían mostrado que las tropas invasoras ya habían llegado hasta allí cuando ellos se marcharon en dirección a la villa palaciega. De eso hacía ya una hora. En una hora podían haber avanzado… más de lo que Keiran quería pensar.

Podía escuchar el murmullo de la batalla, aunque lejano. Llamó a las sombras para que le indicasen el lugar exacto. Estas vibraron en torno a él, susurrando. Se extendieron como zarcillos a sus pies, señalando con sus espinas la dirección que debía seguir. 

Keiran comenzó a caminar con paso ligero y la espada desenvainada, y los demás lo siguieron. Apretó el paso cuando el olor de la sangre y el sonido de la contienda se hicieron más intensos.

Cuando sus ojos divisaron la pelea que tenía lugar en las tierras que estaban bajo su cuidado, se detuvo, a pesar de que su cuerpo le urgía a unirse lo más rápido posible. Una risa oscura y entusiasta nubló sus pensamientos un instante. La voz de Rhiannon a su derecha expresó en voz alta lo que el tenía en mente en ese momento.

─Joder…

Los dannan sabían defenderse. Eran un pueblo guerrero, el pueblo guerrero por excelencia dentro de todo el mundo inmortal. Empezaban a entrenar siendo apenas unos chiquillos que todavía se tropezaban con sus propios pies cuando corrían. Lo que Keiran había visto en la mente del mensajero, sin embargo, debería haber sobrepasado a las familias y a los jóvenes que todavía no habían conseguido el estatus de guerreros y guerreras. Y así había sido, pero no de la manera abrumadora que había esperado.

Las tropas sidhe y su extraña compañía se habían extendido hacía el sur, pero no sin cierto esfuerzo. Ocultos bajo un manto de sombras que Keiran había extendido sobre ellos, las tropas que habían conseguido llegar ya hasta donde se producía la acción y su Hijo Predilecto contemplaron anonadados el ataque de los sidhe durante un instante. Su olor, similar al de los fae, impregnaba el aroma conocido del bosque, entremezclado con la esencia nauseabunda de aquellas criaturas desprovistas de pelo.

Los ojos de Keiran estaban clavados en la figura de un dannan que peleaba en ese momento con una mujer sidhe de larga melena rubia que se movía tras ella como un látigo con cada estocada. Estaba claro que no era una guerrera experimentada; se movía de una manera demasiado impulsiva, atacaba sin apenas control. Sus emociones la dominaban con más fuerza de la necesaria durante una pelea como aquella. En condiciones normales, no habría tenido nada que hacer contra un dannan, por joven que este fuera. Pero ella contaba con ayuda.



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En el texto hay: romance, guerra, faes

Editado: 26.07.2022

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