Ruinas en las tinieblas (un cuento oscuro 0.6)

15

El amanecer trajo consigo las primeras lluvias de la primera en la Casa de la Sombra y la Niebla. La brisa y el agua limpiaron la tierra manchada de sangre y el aroma de la contienda de la noche anterior. Por un momento, Keiran llegó a pensar que todo había sido una pesadilla.

Su mente había sido inquieta desde que era un niño pequeño. Si algo se le metía en la cabeza y lo preocupaba, ni las largas sesiones de entrenamientos que lo dejaban agotado ni ningún tónico para dormir conseguían que descansase plenamente. Esa noche no fue diferente. Apenas durmió unas horas durante el amanecer y cuando despertó se quedó largo rato mirando el techo de la habitación, preguntándose si los recuerdos de lo que había ocurrido el día que sus padres murieron volvía para atormentarlo. Un recuerdo tergiversado, sin escamas ni garras arañándole desde dentro, sin el escudo de la Casa arrancado de los uniformes de los dannan. En su lugar, había criaturas que parecían tener hogueras ardiendo en sus ojos y feéricos mayores de largos colmillos que asomaban por encima de sus labios cuando sonreían con una mezcla de odio y desprecio.

Se cambió la ropa que tendría que haber usado en el aniversario de su coronación por un traje de combate dannan, sencillo, flexible y eficiente. No recordaba la última vez que se lo había puesto y le resultaba tremendamente extraño mirarse al espejo sin ningún tipo de distinción de su condición de Hijo Predilecto en la ropa que llevaba. Sin embargo, eso no quería decir que fuera a pasar desapercibido. Su poder se lo impedía, igual que la postura que adoptaba su cuerpo cuando otros lo miraban. La sombra de su corona de gemas negras y azules se extendía sobre su rostro aunque no la llevase puesta.

Se aceró hasta la costa y contempló la isla de Broín desde la distancia, al amparo de las copas de los árboles, que proyectaban sombras que parecían amoldarse a su cuerpo. La confirmación de que no había soñado nada de lo que había ocurrido la noche anterior se mecía suavemente al ritmo de las mareas y la brisa en la playa de la isla de los draw. Los farolillos se habían apagado y ya no había luz en el bosque, tupido y oscuro. Los soldados de la Sombra y la Niebla estaban apostados en la playa, preparados ante cualquier posible intento de invasión. Ahora no podrían cogerlos desprevenidos; podrían superarlos en número si los sidhe y su extraña compañía volvían a atacar, pero por lo venos lo verían venir con tiempo de alertar a más tropas.

El día transcurrió con una calma tensa y desagradable. Las comunicaciones con las demás Casas no progresaban, ni para bien ni para mal. Parecía como si los cinco restantes territorios gobernados de Elter estuvieran esperando a ver qué era lo que ocurría en la Sombra y la Niebla. En cuanto a Tierra de Nadie, el mutismo era absoluto. Los mensajeros que había enviado la noche anterior no regresaron y decidió enviar otra docena de fear sciathánach a que sobrevolasen sus costas y echasen un vistazo discreto a los bosques salvajes.

Los botes de los sidhe comenzaron a poner rumbo hacia la playa de Llanrhidian cuando el cielo adquirió el color de los ojos de Keiran. Atravesaron las aguas de color azul oscuro con celeridad, sin vacilación a pesar de las tropas que los esperaban en la playa.

¿Por qué iban a tener miedo? Una vez más, los superaban en número. La única ventaja de los fae sobre los sidhe era la técnica a la hora de pelear. Los feéricos de largos colmillos sabían luchar, tenían los instintos básicos que los movían a hacerlo, pero no sabían moverse como auténticos soldados o guerreros. Su rabia mal contenida era una desventaja que los fae trataban de aprovechar todo lo que podían, pero aquellas criaturas la contrarrestaban con creces. Esta vez, eran el doble que la primera noche. Y esa noche, aunque terminó igual que la anterior, a Keiran le resultó el doble de larga.

Más tarde se enteraría de que los sidhe habían tratado de entrar en la Casa por más puntos, entre ellos los acantilados escarpados que componían la mayoría de la costa de Llanrhidian. También habían intentado entrar en la capital de la Sombra y la Niebla, situada más al sur. En ambos casos, lo habían conseguido.

La ciudad había resistido a medias. Había soldados preparados, esperando. Pero una vez más, a pesar de estar sobre aviso de lo que podía ocurrir, la contención del ataque sidhe no había sido del todo eficiente. Había habido bajas, de civiles y de soldados. Todavía no sabían cuantas exactamente, pero no eran pocas. Rhiannon y Gawain les había comunicado a través de un mensajero que habían llegado hasta las colinas que delimitaban la ciudad y la separaban del resto del territorio.

Los sidhe y las criaturas se habían replegado poco antes de que el amanecer comenzase a teñir de azul cobalto el cielo. No entendían por qué lo habían hecho. Su ventaja era clara, aun con los ciudadanos y las ciudadanas de la ciudad ayudando a los soldados. Pero se habían retirado hacia el mar igual que lo habían hecho en Llanrhidian, se habían subido a los botes que varias de las criaturas de ojos rojos se quedaban custodiando para que los fae no pudieran destruirlos, y habían regresado a los enormes que los esperaban mar adentro.

Parecía que nadie estaba a salvo en la Casa. Si seguían con aquellas incursiones y superándolos en grupo, pronto se extenderían por el resto de la Casa. Si no ellos, al menos las criaturas que los acompañaban. Las bajas en las tropas fae seguían aumentando y ellos… seguían apareciendo. Los buques seguían llegando, apareciendo entre La Bruma. Y los fae seguían sin saber absolutamente nada de ellos. Aquella noche tampoco fueron capaces de capturar a ningún sidhe, ni en Llanrhidian ni en los demás lugares en los que habían atacado.



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En el texto hay: romance, guerra, faes

Editado: 26.07.2022

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