Me dormí inmediatamente pensando en cómo recuperar la confianza de Brais, a pesar de haber discutido varias veces con anterioridad siempre odiaba lo distante que nos volvíamos el uno con el otro. Mi cabeza comenzó a doler, me removí en la cama y sentí más frío de lo usual. Abrí mis ojos y miré con extrañeza a mi alrededor. No estaba en el castillo de Brais y mucho menos en mi casa, nada de esto era mío. La enorme habitación llamó mi atención y mis cosas en ella provocaron que me levanté con brusquedad. Bajé con rapidez, buscando a alguien conocido y ver a Eros desayunando con tranquilidad en el gran jardín mientras leía un libro me inquieto más.
– ¿Dónde diablos estoy? – cuestioné acercándome.
–Buenos días, ¿quieres desayunar?
– ¡Eros! –exclamé enojado– ¡Responde!
El golpe sobre el borde de su labio se hizo más grande y morado, provocando que hablara de una extraña manera. Tomó de una elegante copa y sonrió mirando a su alrededor.
–En el Norte, en tu nuevo castillo, no terminaste tu trabajo, sin embargo – hizo una pausa mientras colocaba una uva en su boca–, hiciste gran parte...
–Viajar hasta aquí toma alrededor de tres días, no, más de tres días –me corregí.
–Dormiste mucho.
– ¿Por qué me han traído sin mi consentimiento? – pregunté enojado.
–No ibas a venir por tu cuenta, tenía que hacer algo.
– ¡Demonios Eros! ¿Y por qué Brais no está aquí para dar la cara?
–Tenia cosas que hacer –respondió restándole importancia.
Me enojé y apreté mis puños sin intención de disimularlo, me acerqué de forma amenazante, pero sentí una mano sobre mi hombro, deteniéndome.
–No sé qué es lo que te disgusta tanto, es un bonito castillo.
Me aparté con brusquedad en cuanto vi esos huesos tatuados en su mano y escuchar su rasposa voz entrar a mis oídos. Sabía de quien se trataba, y lo confirmé en cuanto lo vi. Tenía un arete en la ceja derecha y ambas orejas perforadas con pequeñas expansiones. Rio ante mi expresión de desagrado e intentó tocarme de nuevo.
–No te atrevas –advertí golpeando su tatuada mano aun extendida hacia mí.
Su sonrisa desapareció y se acercó dispuesto a golpearme.
–Dimitri –lo detuvo Eros–. Nos vamos.
–Vaya, quería comprobar si aun se dedicaba a golpear mujeres.
–Nos vamos –repitió más severo.
No los detuve, pues era lo que más quería en ese momento. Miré a mi alrededor, varios guardias me supervisaban y eso me hizo saber que no podría escapar sin que Brais se enterará. Comencé a escuchar a Izan tarareando y al ver que lo guardias no se inmutaban supe que era en su mente. No debía estar tan lejos, en alguna de las tantas habitaciones tal vez. Comencé a caminar por el pasillo fingiendo admiración por las grandes pinturas o las exageradas esculturas, pero lo que más me preocupaba era que tenía que encontrar a Izan, su tarareo continuaba con demasiado entusiasmo y levemente reí. Comenzaron a irritarme los pensamientos de los guardias que no permitían concentrarme en Izan y sus ojos sobre mis movimientos me hicieron enojar aún más.
– ¿Podrían alejarse de mí? – pedí.
–El rey Brais nos ordenó lo contrario.
–Sólo te estoy pidiendo espacio...
–Pero el rey Brais...
Y entonces reaccioné. Este era mi castillo y la gente en él tendría que obedecerme, serle fiel únicamente a una persona, a mí, porque ahora yo era dueño de todo esto, sin necesidad de estar pensando en Brais y sus estúpidas órdenes.
– ¡¿Brais?! ¡Ahora soy yo a quien tienen que obedecer, no me obliguen a contratar nuevos guardias! ¿O es que acaso alguno de ustedes quiere un nuevo trabajo? –cuestioné acercándome a ellos de manera amenazante y rápidamente los vi negar con la cabeza–. Bien, ahora, ¡largo! – ellos caminaron rápidamente y cuando uno paso junto a mí, lo tomé del cuello y agregué–. ¡Al que se le ocurra hacer de espía para Brais se puede ir directo al diablo en este momento, porque si me entero qué hay una rata aquí yo mismo me encargaré de deshacerme de ella! – grité soltándolo–. ¿Dónde diablos estás? –pregunté molesto hacia la mente de Izan, y aunque supe que me había escuchado, no respondió, continuó tarareando más rápido, como si intentara darle suspenso a la situación–. No me molesten, estaré dando un recorrido.
Caminé por largos pasillos sin prestar atención a mi alrededor. Odiaba a Izan por hacerme perder el tiempo, pero cuando abrí la décima puerta y lo encontré moviendo su cabeza al ritmo del tarareo sentí como si hubiera encontrado el tesoro, como cuando éramos pequeños. No se había percatado de mi presencia y me daba la espalda, con las manos entrelazadas mientras observaba el reino por la enorme ventana. El sonido de la puerta cerrada a mis espaldas llamó su atención y al verme exhaló el humo que había retenido.
– ¿Qué te ha parecido? La he compuesto yo mismo.
– ¿Por qué no simplemente me dijiste dónde estabas?
– ¿Y arruinar el juego? Nunca, siempre has sido tan impaciente y eso debe cambiar– respondió poniéndose de pie–. Creí que estabas muerto, no supe de ti en tres largos y tortuosos días– exageró.
–Fui secuestrado...
–Eso no importa –me interrumpió–. Tenemos que movernos, esa tal Victoria llega a ser muy escurridiza, hay un par de cosas que me llamaron la atención.
–Eros ya tiene ayuda– advertí.
–Y tú también...
Después de que sus palabras salieron de sus labios el sonido de la puerta abrirse llegó a mis oídos y verlos entrar me hizo sonreír. Sin heridas, ningún muerto, buena batalla para ellos. Darían y Edan se limitaron a hacer un movimiento de cabeza y sentarse en la cama.
– ¿Qué está pasando Aarón? –preguntó Harlet mientras acomodaba su arco–. Nos vamos unas semanas y ya estás en problemas.
Su cabello claro, con tonos grises, largo hasta los hombros y lacio tapaban parte de sus oscuras cejas y sus ojos azules. Su dura mirada recorrió mi rostro en busca de expresiones y le sonreí.
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Editado: 28.09.2021