El chico giró y entró en el edificio. Guardé el móvil en uno de los bolsillos de la chaqueta y me dispuse a seguirle, pero eso sí, con algunos pasos de distancia, cómo en las películas de detectives.
Vi como el hombre encapuchado subía las escaleras hacia el segundo piso. Entré en el rellano y aguardé el tiempo suficiente para asegurar que habían algunos metros de distancia desde donde yo estaba hasta él.
Sus pasos resonaban mostrando su parsimonia al subir. Subí las escaleras, lo más lento que se puede llegar a hacer, mientras miraba hacia arriba por el pequeño hueco que dejaba visible el ascensor hasta el primer descansillo. Cuando el sonido dejó de sonar cerca, volví a ascender. Estaba llegando a la puerta de mi apartamento y eso no hacia más, que provocarmeme escalofríos. Se me pasó por la cabeza dejar todas mis pertenencias dentro, pero no se puede perder el tiempo a la hora de ser detective, o por lo menos era lo que entendía del inspector Gadget, llevar todo a cuestas por si acaso.
Agarré más fuerte el maletín entre mis dedos, recoloqué el bolso en el hombro y anduve por el pequeño rellano, mientras seguía mirando por el hueco del ascensor, hasta empezar el siguiente tramo de escaleras. Cuando iba a poner el primer pie en el primer escalón unas Converse negras pararon la acción. Subí la mirada hasta encontrarme con una sonrisa cínica.
Creo que jamás grité tanto en mi vida, mientras volvía mis pasos hacia atrás.
— Joder que susto— llevé la mano que tenía libre a la altura del pecho, por el cual se podía notar que el ritmo del corazón había acelerado al ver al sospechoso de sudadera gris sentado en un escalón de la escalera con los brazos cruzados, claramente para marcar, no había razón a cruzarlos, el pelo alborotado por haber tenido puesta la capucha, ojos azules como el cielo y seguía con la misma sonrísa que en ningún momento había desaparecido.
—Creo que el perseguir a alguien de manera sospechosa es un delito señora...— el muchacho que tenía delante deshizo su cruce de brazos y se levantó del escalón para acercarse un poco a mi y fijarse en la pequeña placa de identificación que tenía en uno de los tirantes del vestido. — Dietrick.
—Primero, de señora tengo poco, o eso creo, así que señorita y lo segundo, vivo en este edificio, asi que no lo estaba siguiendo.— Una mentira más grande que el Empire State. Él seguía con sus brazos cruzados frente a mi y la misma parsimonia que tenía al subir. El nivel de vergüenza que sentía en ese momento por haber sido pillada era increíble, pero para nada se lo haría saber. Giré sobre el eje de mis pies para salir de su campo vital y me dirigí lo más rápido posible para abrir la puerta de mi apartamento y entrar.
—La mejor bienvenida que me han dado nunca.— Fue lo último que escuché seguido de una carcajada antes de entrar a mi apartamento y cerrar la puerta. No sabía quién era ese sinvergüenza.
Kafna se sorprendió al no esperar mi llegada tan pronto y no tener tiempo de hacer de las suyas como siempre hacía.
—Hay un idiota fuera y creo que es nuestro nuevo vecino de enfrente, esperemos que tarde lo mismo en irse como hizo el antiguo.— Tiré las cosas al suelo y acomodé al gato entre mis brazos mientras le seguía hablando y acariciando. —Naldo está harto de la señora Goodman y Félix por nada lanza una bomba nuclear contra el mundo— el animal saltó de mis brazos, ya harto de mis historias, y fue hacia la cocina llamando mi atención para que le ofreciera algo para comer. —Eso es para lo que te intereso, darte de comer mientras tú seguro planeas tu plan gatuno para someter a la humanidad bajo tu poder— dejé la chaqueta en la encimera y preparé un pequeño tarrito con algunos granos de comida para gatos y se lo dejé en el suelo para que pudiera comer tranquilo.
Mi vida desde que había llegado a Massachusetts y había terminado mis estudios se había tornado muy aburrida, pero algo así era lo que me esperaba. Dejé la cocina atrás y fui hacia el único dormitorio que tenía el lugar, para deshacerme de la ropa que llevaba, darme una ducha y ponerme el pijama.
Aún era la hora de comer y ya tenía el pijama puesto, que solo se basaba en una camiseta ya cedida por el tiempo. Algunos lo llamaban la buena vida, a otros, como a mi, nos parecía la simple demostración de una vida aburrida sin casi nada que esperar del futuro.
Encendí la radio y al ritmo de la música que escuchaba, iba preparando los filetes de pollo que me servirían de alimento junto con un vaso de agua.
Cuando ya terminé de recoger lo poco que había ensuciado en la cocina, encendí la televisión y me acomodé en el sofá para pasar una tarde de maratón de capítulos de mi serie favorita.