Intenté ir lo más despacio que pude para no espantarlo, pero mientras más lenta iba, más cerca estaba él de su meta, que era cruzar el marco de la puerta para inspeccionar lo que estaba dentro de la casa ajena. Pero con un gato es imposible lidiar, ya que hacen lo que quieren, cuando y donde les viene en gana.
—Kafna, deja de hacer el tonto y vuelve aquí.— Era absurdo llamarlo y más si lo hacía desde el rellano e iluminando con la linterna del móvil.
Después de pensarlo un poco, me adentré con sigilo en el apartamento alumbrándolo todo cual película de terror. La distribución del piso era exactamente igual a la mía, a la entrada, un pequeño vestíbulo, un poco más adelante, la cocina separada del salón por la barra de desayuno y, a la derecha, la habitación con su respectivo baño.
Con los pies descalzos avanzaba sigilosamente mientras que con pequeños susurros llamaba a Kafna y deseaba que no volviera la luz y el dueño del apartamento me viera allanando su morada.
Encontrar a un gato negro en la oscuridad para las personas que no tienen uno no es fácil, pero cuando tienes un gato, da igual el color, sabes que si le proyectas un poco de luz a los ojos, estos parecen pequeños farolillos de feria. Encontré a Kafna encima de la encimera de la cocina husmeando en el fregadero unos platos que había sucios. —No me puedo creer que me hayas hecho hacer esto solo para oler unos asquerosos platos sin fregar. Creo que la comida que te doy te hace perder inteligencia gatuna.— le susurré mientras que lo retenía en mis brazos después de haberlo retirado de encima de la encimera y acariciarlo.
Un golpe seco se escuchó de nuevo segundos después, seguido del de las bombillas prendiéndose. Me quedé parada en el sitio con el gato en mis brazos sin saber que hacer, mirando y buscando una solución para el problema en el que me había metido, mientras que el dueño se adentraba dejando resonar sus pasos por el parqué de madera clara que había bajos sus pies. Busqué con la mirada un sitio cerca en el que poder esperar escondida hasta que se fuera a hacer algo en cualquier lugar lejos de la cocina, como hacían en las películas.
Me escondí en el pequeño hueco que había entre la nevera y la barra de desayuno e intenté acercar todo lo que pude mis rodillas al pecho mientras que rezaba y forcejeaba con el animal para que no se escapara.
Los segundos me parecían minutos, y los minutos, horas. Seguro que no habrían pasado más de dos cuando me cansé de pelear con el animal que tenia en mis brazos, dejé que se fuera y que pasara lo que tuviera que pasar. Salió corriendo de nuevo hasta que paró en unos pies, y se restregó contoneándose mientras que le maullaba en busca de cualquier cosa. Ahora mismo odiaba a ese gato.
—¿Se puede saber de dónde has salido tú?— dijo mientas que se agachaba a pasar la mano por el lomo del felino. Desde la posición en la que estaba, podía ver todo, incluso que traía el pelo mojado y poco más que un pantalón ancho de pijama, y esperaba que él no me viera. Si no miras no está, como me decía mi madre cuando era pequeña. —Te puedes quedar aquí hasta que tu dueña se digne a aparecer.— Abrió una pequeña lata de atún y se la dejó en el suelo. Resulta que un animal por ser adorable ya tiene toda la comida del mundo y un hombre de no muy mal ver para cuidarlo.
Perdí la noción del tiempo cuando apoyé mis brazos sobre las rodillas y cerré los ojos mientras que esperaba a que el chico terminara de limpiar los platos.
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Pasé las manos sobre la superficie sueve de debajo de la almohada mientras que me estiraba un poco antes de darme cuenta de donde estaba.
No era mi habitación, y mucho menos mi cama. Me recompuse y pisé con mis pies desnudos la suave alfombra beige que asomaba un poco por debajo de la cama. El felino, que ahora mismo odiaba y seguiría odiando hasta que me tomara esta situación con humor, estaba en una esquina de esta acurrucado y disfrutando de su sueño.
—Por fin te despiertas, ya estaba empezando a pensar que tendría que dejar la puerta abierta para que el mierdas del príncipe azúl apareciera para despertar con su mierda de beso a la bella durmiente.— Bajé, por hacer algo, la camiseta ancha para intentar cubrirme un poco más, ya que me tapaba hasta poco más arriba de los muslos.— No hace falta que hagas eso, no tienes nada que no haya visto antes. —Dio un sorbo a la taza que tenia en una mano mientras sus ojos azules me sostenían la mirada y me lanzaba mis llaves, que se me habrían caído en cualquier parte, todo esto apoyando su peso en el marco de la puerta.
—Como me hayas tocado lo más mínimo te juro que te denuncio.— agarré al animal despertándolo bruscamente y salí lo más rápido que pude de esa habitación y de la mirada azul de ese hombre.