Romper rutinas siempre fue algo importante para mí.
Romper un esquema, un plano, descarrilar la manera de hacer las cosas me causaba un placer que a veces casi rozaba lo insano como para no preocuparme un poco por ello.
Romper rutina había sido algo crucial cuando de Adam se trataba.
Un domingo en el que hice un espacio especial para él y varias semanas después de comenzar a salir, simplemente le envié un mensaje inesperado. Fue un simple "Baja, estoy bajo tu balcón, viste algo fresco y un abrigo para después"
Había alquilado, casi improvisadamente, no mentiré: Un par de bicicletas montañeras. Ese domingo desperté por la mañana con todas las ganas de conocer más a Yoongi. Casi pasaba las veinticuatro horas pensando en él como un enfermo obsesivo, intrigado, expectante, yo simplemente quería saber de Adam a como diera lugar.
Adam apareció en el porche de su casa poco después con una mueca extraña en el semblante, claramente sin saber a dónde íbamos o qué era lo que yo pretendía. Me causo un placer casi enfermizo saber que podía sorprenderlo aunque sea en algo tan nimio que no dude en seguir adelante, mi corazón esa tarde fresca se sintió sostenido entre nubes de algodón. Aun no logro entender como alguien como él pudo causarme tanta felicidad con tan poco. Supongo que pude ver a través de algo que aun no comprendo. A veces miramos y admiramos ciertas cosas sin saber a profundidad cuan importantes son.
Yo sabía lo especial que él era, podía ver algo valioso, algo vulnerable en él, y aunque no sabía exactamente lo que era o como se veía o explicárselo al mundo: Podía decir lo que se sentía. Y eso era lo único que me importaba.
— ¿Qué...? — Sonrió con el ceño fruncido — ¿Montar bicis? ¿Es en serio?
Reí ante su mueca, no sentí rechazo alguno. Más bien él estaba incrédulo.
— ¡Claro! Vamos, será divertido.
Adam terminó por acercarse aun con sus manos metidas en los bolsillos de sus tejanos y tomó una de las bicicletas que yo sostenía sin quitarme la vista de encima aun esperando tal vez que me burlara de él y le soltara que era una broma. Pero nada de ello era jugando, aunque yo sabía que él no me creería sino hasta que yo mismo montara mi bicicleta y comenzara a andar.
Comprendí que nadie nunca había tenido un detalle con él así, ni siquiera uno tan básico y pequeño. Fue entonces, por aquel tiempo, cuando comencé a preguntarme lejanamente ciertas cosas sobre Adam que progresivamente fui descubriendo y que, si soy completamente sincero: No me gustaron ni un poco ninguna de ellas...
Por fin Adam confió en mí y juntos emprendimos un recorrido tranquilo con el viento dándonos caricias en el rostro y revoloteándonos el cabello. El domingo estaba poco transitado, tranquilo y con la cantidad suficiente de ruido para no sentirnos solos pero tampoco sofocados. Condujimos por la ciudad hasta el parque, yo iba delante guiando el camino y de vez en cuando miraba hacia atrás para asegurarme que iba a la velocidad correcta para no dejar a Adam atrás. Él iba bien y todo ese día iba perfecto.
— ¡Alcánzame! — le grité y el pedaleó un poco más.
— Pues espérame...
Recuerdo que al llegar al parque cruzamos la entrada aun rodando y continuamos adentrándonos a través del camino pavimentado que era rodeado por la vegetación y cantares de pajarillos los cuales sobrevolaban nuestras cabezas.
Reí en alto sin poder evitarlo, continué pedaleando y puedo decir con certeza que nada en ese momento podía ser más perfecto... hasta que escuché la tenue risa de Adam detrás de mí, ésta vez más cerca. Con curiosidad y aun los nervios revoloteando dentro de mí lo miré:
Él veía hacia el cielo pedaleando despacio y con cuidado, pero concentrado en lo hermoso que se veía el cielo de la tarde despejado, los animalitos del ecosistema y la tranquilidad que se podía respirar. Quizá pensaba en ese momento que aquello era lo más hermoso del panorama, lo más precioso que sus ojos podían ver, pero en realidad, lo más hermoso del panorama era él. Y sólo yo podía disfrutarlo.
Se quedó mirando hacia arriba con esa sonrisa esperanzada, ese semblante tranquilo y relajado, andando lentamente sobre su bicicleta sin prisas con pose soñolienta, a mí se me hizo un nudo en el estómago y no paré de mirarlo; Su tranquilidad de alguna forma me daba paz a mí.
Fue cuando él me vio en un momento dado, llevado quizá por mi insistente mirada, que la espontaneidad se desbordó de mí y le lancé un descarado beso volador y él pareció paralizarse por un momento. Definitivamente no se lo esperó, y yo tampoco lo que sucedió acto seguido: Cuando me di de bruces contra el suelo por no andar mirando por donde iba...
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Editado: 24.11.2018