Era muy feliz, tenía el amor incondicional de mi familia y de mis amigos, mi vida era perfecta. Hasta que un día todo cambió, un día en que todos estaban reunidos en la mesa y yo quería la sal, me levanté para tomarlo y de repente el salero flotó hacia mi mano. Todos se quedaron en silencio observándome con atención. Luego, cada uno siguió a lo suyo como si nada hubiera pasado. Sólo yo me quedé conmocionada por lo que había hecho.
Los días pasaron, y seguía levantando y moviendo cosas pequeñas como lápices, y mi familia seguía fingiendo que nada pasaba. Pero un día, cuando volví a mi casa, encontré una nota diciéndome que me amaban, pero que no estaban listos para enfrentar lo que me estaba pasando y tenían miedo de que un día les hiciera daño por accidente.
Mi propia familia me había abandonado, por miedo a que me convirtiera en un monstruo frente a ellos un día. Esto me enfureció lo suficiente como para hacer que una ola invisible golpeara la casa destrozándola por completo, dejándome en el medio, cubierta por una especie de burbuja.
Después de ese trágico acontecimiento, había estado vagando de un lugar a otro sin rumbo fijo, pensando en todo lo que había tenido y de la nota que me habían dejado aquellos que decían ser mi familia. Sentía un odio profundo cada vez que los recordaba ¿Qué clase de padres abandonan a su hija a merced del mundo?
Pasaron días e incluso semanas, en las cuales me había metido en muchos problemas: robaba para poder comer, dormía debajo de un puente y me tapaba con hojas viejas de periódicos que encontraba en los basureros. Sin embargo, hubo un día en que me crucé con un hombre con una vestimenta extraña, que me explicó acerca de un Instituto para jóvenes como yo, dotados de una habilidad de la cual muchos tenían miedo. Al principio rechacé la ayuda que querían darme, pero luego lo acepté porque quería poder aprender a controlar esa habilidad para luego, buscar a los que un día dijeron quererme y demostrarles que sí era capaz de controlarme.
Atravesamos un bosque en el que unas criaturas deformadas nos atacaron, pero los destruí a todos incluso antes de que el sujeto frente a mí, sacara sus espadas cruzadas en su espalda. El hombre me miró sorprendido por un momento, pero luego siguió caminando. Caminamos hasta encontrar un muro que se abrió automáticamente, me paré frente a él y lo atravesé, encontrando un enorme y viejo edificio en el que rondaban otros jóvenes de distintas edades y de los cuales algunos me observaban con detenimiento.
No les hice caso a ninguno, sino que caminé hacia el Instituto, donde fui recibida por una mujer que me acompañó a la oficina del director. Luego me dio el uniforme del Instituto y me mostró la habitación que tenía que compartir con tres chicas más.
Media hora después tenía puesto el horrible uniforme, lo único que me había gustado era la capucha que me la puse antes de salir al exterior para dar una vuelta por ahí. El Instituto era enorme: con cuatro torres, un amplio patio central, una enfermería de un tamaño considerable, una biblioteca gigante, un gimnasio, una piscina, varias salas de entrenamiento repletas de armas blancas, una cocina impresionante, un comedor para unas mil o mil quinientas personas, un Salón de Conflictos, un Salón de Fiestas y Eventos, un depósito repleto de ropa y equipamiento. Lo único que me llamaba la atención era que ese Instituto fue echo para albergar muchos estudiantes, pero solo pude ver una suma de trescientos alumnos como máximo sin contar a los profesores.
Una semana después de haber llegado al Instituto, me enviaron a la enfermería porque me había cortado el brazo con un trozo de vidrio cuando hice estallar la ventana, era el primer error que había tenido hasta el momento y me había hecho daño a mí misma. Cuando entré en la sala de enfermería me encontré con la misma chica que controlaba la tierra, o que al menos, eso había intentado hacer desde hace dos años antes de que llegara al Instituto, eso es lo que había oído.
Detestaba a la gente mediocre, y para colmo la enfermera me hizo recostarme en la cama que estaba frente a ella. Una enfermera le estaba vendando las palmas de las manos. La observé con detenimiento: su ridículo cabello azul, su mirada pensativa, la manera en la que agachaba la cabeza cuando alguien le estaba hablando como si todo el tiempo tuviera miedo. Lo que sí había que reconocer, era que aún con todos los miedos y dudas que tenía, la chica siempre había luchado para poder controlar su habilidad, aunque aún se hallase casi dormida. De todas formas era una mediocre y me gustaba molestar a la gente que era así.
— ¡Ey, tu tierra!, ¿estás ahí? —La llamé, pero ella solo levantó la cabeza y me observó un par de segundos antes de volver a mirar el piso—. ¿Te crees tan importante, que incluso el hablarme resultaría malgastar tu valioso tiempo? —Esto no estaba funcionado, tenía que lanzarle un dardo—. Por ahí me han contado que te pasas horas entrenando, pero aun así no eres capaz de levantar ni siquiera el polvo ¡Oh perdona! ¿Eso te dolió? —Sabía que le había dolido, porque se levantó e hizo ademán de irse, pero levanté una mano y una cama se atravesó en su camino—. Eres tan tonta que ni siquiera sé por qué estás aquí. O tal vez sí… tal vez sea por lástima…
La chica cruzó sobre la cama y se apresuró hacia la puerta, la abrió y salió. Al parecer había tocado su punto débil.
Tres días después me enviaron al Salón de los Conflictos por haber atacado a otra chica que me había insultado. Así que de mala gana, me dirigí allí tomándome mi tiempo, por lo que llegué tarde, porque todos ya estaban sentados y el profesor a cargo que estaba hablando enfrente, se quedó en media palabra al verme, poniendo mala cara me ordenó que buscara un asiento y me sentara. Encontré un asiento vacío al fondo, me senté e intenté escuchar lo que decía el profesor, pero nada de eso me interesaba, necesitaba buscar la forma de hacerle pagar a la chica que me había insultado.
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Editado: 17.07.2022