—Julia. ¿Qué estás haciendo? Ya nos tenemos que ir.
—Lo sé, ya voy, dame un momento.
Encerrada en el baño, ocultándome de Gab, traté de localizar a Nina. Una promesa era una promesa, y estaba por romperla. Hasta el día de hoy basamos nuestros esfuerzos en ir al bosque de día, no obstante, tuvimos que rendirnos ante el fracaso de nuestro plan; en efecto, esta mañana, recogimos las tres cámaras hechas añicos, inservibles. La lógica misma nos alentaba a ir de noche, por nuestra cuenta: “¡Hola...!”
—Hola Nina … “No estoy disponible por el momento, si tu número es privado no olvides dejar un mensaje.”
¡Dios, que frustrante! Compuse el número de Nina una vez más, pero no me contestó, aun así decidí dejarle un mensaje disculpándome por no haber respetado mi promesa.
—¡JULIA! Si no vienes en cinco minutos me voy sin ti—amenazo gritando Gab.
—Ya voy, ya voy.
Desesperada, intenté por última vez, sin éxito. Resignada, salí del baño al encuentro de Gab, que estaba esperándome en la sala.
—Haré una carta para Nina.
Ignoré su aire de “me parece una estupidez…” y agarré el primer pedazo de papel:
Nina, traté de llamarte varias veces.
Las noches que siguen Gab y yo vamos a investigar al bosque.
¡Nos vemos! Julia
—¿Nos vamos, ya?
—Sí, andando.
Bajamos de la casa de Gab y subí en el auto de sus padres, muy confortable por cierto, aunque totalmente inadecuado para lo que nos proponíamos. Antes de ir al bosque convencí a Gab de pasar por la casa de Nina para dejarle el mensaje debajo de la puerta.
Gab manejaba despacio por la neblina espesándose durante el trayecto.
Cuando nos acercamos, Gab bajó la velocidad ante la masa negra de los árboles, nos miramos preocupados esperando que alguno de nosotros propusiera el abandono de la misión, una palabra, un gesto, pero nadie se movió, nadie habló y Gab aceleró.
Al llegar, el clima empeoró dejándonos casi a ciegas, en efecto, en lugar de ver el bosque por el parabrisas, una pared de humo se alzaba al frente nuestro.
—Siempre podemos ir a ver un rato —propuso Gab.
—Sí.
Nos dirigimos hacia el cofre del vehículo para sacar las herramientas como: foco, cuerdas, intercomunicadores y cámaras; una vez equipados, caminamos de la mano hacia la muralla de neblina lista para tragarnos, un paso más, uno, para ser parte del mundo de lo desconocido; un solo paso, para la aventura y lo dimos, franqueando la neblina.
Del otro lado de la muralla, nos dimos vuelta para observar cómo se veía desde adentro, parecía ser otro mundo, otra dimensión, ni siquiera podíamos ver el Yaris de los padres de Gab un poco asustada, busqué los ojos de Gab.
—Tranquila, ve del otro lado, no se ve tan mal.
Orienté mi cuerpo hacia donde apuntaba el dedo de Gab y me sorprendí, desde adentro la neblina no se concentraba tanto. El panorama me cortaba la respiración mientras la adrenalina empezaba a subir, excitándome frente a la noche que nos esperaba.
—Ves, te dije que no había razón de tener miedo.
—¡Qué! Nunca me dijiste algo así, eres un mentiroso.
—No, no lo dije, pero sé que faltaba poco para que dijeras que nos volviéramos.
—¡Increíble! Tú también querías, pero no tuviste las agallas para verte como un hombre débil.
—¡Yo aceleré!
—¡No, bajaste la velocidad!
—No veía nada.
—Sí, claro, ¡hombres!
—¡Mujeres! Siempre piensan que saben lo que pensamos.
—¿Y ustedes no?
—Dejémoslo así, mejor.
—Cobarde…
—… tiempo. Enfoquémonos de nuevo, por favor.
De manera instantánea, me callé, recordándome el propósito de nuestra presencia, atenta, los oídos alerta. En silencio, Gab me enseñó la dirección, y despacio con cuidado nos encaminamos, para no perder el camino comencé a contar nuestros pasos: uno, dos, tres… setenta y cinco, setenta y seis, estaba por abandonar por lo ridículo e inútil cuando Gab me apuntó el árbol indicado. Lo observé, era alto y la neblina nos dejaba bastante campo de visibilidad como para ver, y al mismo tiempo servirnos de ella para ocultarnos, asentí. Al pie de éste, Gab tomó mi mochila para que yo pudiera subir más ligera, lo cual negué por supuesto; Gab levantó los ojos y negó con la cabeza y nos reímos en silencio.
Saqué los guantes de mi pantalón y una vez puestos con mi mochila y mi orgullo comencé mi ascenso seguida por Gab a poca distancia de la mía. Al encontrar una rama lo suficientemente gruesa y fuerte como para sostenernos sin tener ningún obstáculo para ver el parque y sus orillas, me senté.
—Estamos cómodos, verdad —dijo Gab cuchicheando.
En respuesta me incorporé aún más sobre su torso.
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Editado: 13.10.2019