De pie, frente a la ventana redonda de su oficina, el Patriarca admiraba el jardín que se extendía hasta perderlo de vista; en verano se podía apreciar la multitud de flores y colores esparcidos por todo lado. Sin embargo, hoy con esa llovizna más la neblina solamente se alcanzaba ver hasta la terraza; aun así le encantaba ese clima por su silencio, sin pájaros, ni niños jugando con sus ruidosos perros.
Sí, la paz del invierno era simplemente admirable.
Muy pocas veces poseía el tiempo de disfrutar de la vista por las innumerables tareas que implica ser el Patriarca, pero hoy todos estaban ocupados por los preparativos del cumpleaños de la raza: los Sin-Almas.
Ese día siempre le provocaba angustia y sed de poder, una frustración entre el logro de sus antepasados por salvarlos de la maldición y su fracaso al alcanzar la inmortalidad.
Hoy por hoy, en ese mismo día, Jaques De Molay, Gran Maestro de la Orden de los Templarios era condenado a muerte por herejía. Lo cierto es que a nadie le importaba que ellos fuesen los culpables de traer a los vampiros, la herejía fue un simple pretexto, la conspiración más grande en la época del Rey Felipe El Bello para robarse la fortuna de los Templarios de manera “legal”, y por la misma dejar que la Orden de Los Hospitalarios se quedaran con todos sus bienes. Sin embargo, nadie se esperaba que unas simples palabras pronunciadas por Jaques De Molay en el momento de ser quemado vivo fueran a ser el origen de la maldición de los Reyes y de su Orden:
“Pape Clément! Roi Philippe! Avant un an je vous cite à paraître au tribunal de Dieu pour y recevoir votre juste châtiment ! Maudits ! Maudits! Tous maudits jusqu’à la treizième génération de vos races!”[1]
En ese tiempo ni el Gran Maestre de la orden del Temple, Jaques, ni nadie se imaginó que dicho juramento crecería como una promesa hasta llegar a ser La Maldición Del Temple. Los Reyes mismos sufrieron atrozmente hasta la trigésima generación; y en cuanto a su orden, las pérdidas y los sufrimientos fueron dignos de entregar sus almas para escapar de esa Maldición temporalmente.
El desprendimiento del alma, era el orgullo de su familia, al descubrir que las maldiciones impregnaban únicamente el alma comiéndola de a poquitos hasta que finalmente la muerte tomaba lo que le pertenecía de la forma más dolorosa y atroz posible; si se lograba desprenderse del alma se lograba zafarse de la maldición. Y su ancestro encontró la manera de desprender sus almas de sus cuerpos y seguir viviendo más tiempo y sin sufrimiento. Pero el desprendimiento tenía un precio, una vida muy corta, el más afortunado había logrado vivir hasta los 52 años de edad. Otros no alcanzaban ni los 30 años, todo dependía de qué tan poderoso había sido el desprendimiento; más era el sufrimiento mejor el presagio y más poder se recibía del más allá; a ellos se les llamaban los Elegidos y eran parte del gobierno. Los de poca suerte volvían sin dolor alguno, con sus almas intactas sin poder, ellos estaban condenados a una muerte rápida, y dolorosa.
La inmortalidad era la única solución y salvación de su familia. Con ese poder en sus manos ya no tendrían que sufrir tanto, podrían competir con los Inmortales, los Vampiros, y los mismos Coníatus.
Pero el día de hoy, ese sabor amargo de todos los años y generaciones estaba a punto de desaparecer, y con una sonrisa de satisfacción pensó en el momento que darían la bienvenida a Valentina, sangre de su sangre: la hija de Diana.
La madre de Valentina era perfecta, única en su estilo y poder, sin ella no se le hubiera ocurrido un plan tan maquiavélico: Diana fue su única cómplice digna de su confianza.
Lastimosamente no se puede menospreciar las fuerzas de la naturaleza y él debió haber previsto que el instinto maternal de Diana se despertaría al convertirse en madre, inclusive después de haber sido Iniciada. Pero Diana no era como los demás, las reglas no se le aplicaban, ella era la regla y la excepción; nadie podía sacrificar su vida después haber sido iniciado pero Diana amó tanto que sacrificó por amor.
Sí, Diana lo traicionó, los traicionó a todos, en el momento crucial en que decidió proteger a la niña.
Y lo que empezó como un plan perfecto se transformó en una pesadilla y Diana en su peor enemiga.
En ese momento su cuervo movió la cabeza hacia la puerta, alguien estaba por llegar, tranquilamente volvió a sentarse los brazos sobre la oficina entrelazando sus dedos, cuando tocaron a mi puerta.
—Pase.
Pierrino entró, dudoso, las manos en su espalda frotándose los dedos para calmar sus nervios. Ah, Pierrino, su tímido Pierrino qué iba hacer con él.
—Dime
—Buenas Tardes… mí Se…
—Pierrino, solamente al punto quiere.
—Le tengo una noticia.
Se quedó esperando una aprobación suya para continuar. Siempre hacía lo mismo, lo cual lo exasperaba terriblemente.
—¡Sorpréndeme Pierrino!
—Ya lo... Lo logré, mi Señor.
— ¡Excelente! —Puntualizó de manera sarcástica, como si pudiera él adivinar de todas sus tareas pendientes cuál había logrado. Pero el joven ya sonreía sin entender que no lo decía en serio. ¡Dios! ¿Qué había hecho para merecer eso? Él único en tener el don que le servía tenía que ser él.
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Editado: 13.10.2019