Salvaje

7

No tardo mucho en llegar a la oficina donde se encuentra la nueva empresa “Garante”. Está en un centro de negocios, en el corazón de nuestra ciudad. Mi universidad está ubicada bastante cerca de aquí. Este lugar me conviene mucho más que el de antes. En tan solo un par de minutos podré llegar a clases desde mi trabajo.

Y con un contrato oficial, será un trabajo perfecto. Ganar experiencia laboral mientras sigo estudiando en la universidad. La mayoría solo puede soñar con tal cosa.

Pero la tensión no me suelta. Hay muchas cosas que me parecen extrañas.

¿Por qué de repente el jefe decidió liquidar la empresa? ¿Por qué todos los empleados desde ahora van a trabajar en el “Garante”? Y esa mirada suya, esa sonrisa...

Bueno, pronto lo sabré todo.

–Katya, hola –me saludan cuando me acerco a la puerta de mi nueva empresa.

La oficina del “Garante” está ubicada en el quinto piso, pero casi de inmediato me encuentro con unos colegas. Me saludan dos chicas que trabajan en el departamento de publicidad.

–Hola –sonrío.

–¿También te han contratado para trabajar aquí?

Asiento con la cabeza. Entonces una de las chicas se agacha y baja la voz diciendo con confianza.

–Nuestro nuevo jefe es un hombre joven –dice acicalando su cabello–. Y muy atractivo. Estoy segura de que te va a gustar. Los hombres como él gustan a todas las mujeres.

–Ah, sí – dice la segunda chica y le guiña un ojo a la primera–. Es tan candente. Por cierto, no lleva anillo de compromiso. Está soltero.

–Bueno, no es nada sorprendente –se ríe su amiga–. Los hombres tan guapos como él no se casan jóvenes. Prefieren divertirse primero.

–Ah, esos se divierten durante toda su vida.

Ambas se ríen, y yo también sonrío automáticamente. Ahora estoy pensando en otras cosas. El estado civil del nuevo jefe es la menor de mis preocupaciones.

–Buena suerte, Katya.

–Nos vemos el lunes.

Me despido de ellos y me dirijo hacia el ascensor.

Hoy solo tengo que firmar el contrato. Comenzaré a trabajar desde el lunes. No me tomará mucho tiempo, así que llegaré a tiempo para la parrillada de mi papá.

Sonrío al pensar en mi padre. Aunque ahora estemos pasando por unos momentos difíciles, mi padre trata de hacer todo lo posible para que no lo sintamos. Mantiene las viejas tradiciones familiares, por ejemplo, sigue haciendo barbacoas en el patio todos los sábados.

Reviso mi teléfono. En primer lugar, respondo a un mensaje de mi madre. Y luego veo que Dima también me ha enviado uno.

“¿Ya te has despertado?”

Tecleo una respuesta para él:

"Ya estoy en el trabajo".

El mensaje no se entregó. Significa que Lebedev está desconectado. Los fines de semana suele salir de caza o de pesca con su padrino. La conexión allí a menudo es deficiente.

Frunzo el ceño al recordar lo que Dima me dijo sobre los asuntos en común con Salvaje.

¿Es una broma? ¿Acaso Dima no entiende que no se puede tener amistad con criminales? Pero, por supuesto, si el chico ha tomado esta decisión, entonces es inútil discutir con él. Es muy terco. Nunca renuncia a sus planes.

Solo espero que Salvaje no lo arrastre a la vida criminal, no lo haga parte de su pandilla.

Cuanto más pienso en la amistad entre Dima y Salvaje, más preocupada me pongo. Estos dos chicos no tienen nada en común. ¿Qué es lo que los une?

Las puertas del ascensor se abren. Camino por el pasillo y veo a unos trabajadores que están colocando el letrero que dice: "Garante".

Me topo con otra chica conocida. Nos saludamos con una sonrisa, y cada una se va por su lado.

Yo entro a la oficina del director.

–Buenos días –sonrío a la secretaria.

A ella no la conozco. La mujer se toca sus gafas, y luego me envía una mirada larga y exigente.

–¿Y usted quién es? –pregunta.

–Soy Goncharova –toso para aclarar la garganta–. Katya Goncharova.

La secretaria revisa unos documentos.

–Su nombre no está en la lista de empleados –se encoge de hombros.

–Pero Boris Nikolaevich me dijo qué...

–Ah, Boris Nikolaevich –exclama ella en un tono inesperadamente agrio, y me echa una mirada poco amistosa–. Bueno, eso lo cambia todo, por supuesto.

La mujer, obviamente, tuvo una oportunidad de conocer a mi ex jefe. Su nombre ha sonado para ella como un golpe. Hay tanto odio en sus ojos, que me siento incómoda. Empiezo a arrepentirme de haber venido aquí.

Suena un teléfono fijo.

–¿Sí? –ella inmediatamente atiende la llamada–. ¿Que pase? Pero cómo... Bueno. Sí, yo entiendo.

Ella termina la conversación y, sin mirar en mi dirección, dice sin siquiera intentar disimular su enojo:




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