Salvaje

11

Su pregunta me pone tensa.

¿Qué viaje de negocios? ¿Con él? ¡¿Juntos?!

–No –niego con la cabeza–. Tengo que estudiar. No puedo perder las clases. Por eso sólo trabajo medio día.

–Mira lo que dice aquí.

Un formulario de viaje de negocios cae sobre el escritorio, justo frente a mis ojos. Miro las fechas y entiendo que Salvaje sabe cuándo estoy de vacaciones.

–Aun así yo debo… –empiezo a decir y me callo al ver más abajo los nombres de los empleados que se supone que van a viajar–. Entonces, ¿es a Dima, a quién debo acompañar?

–Sí –responde Salvaje quitándome el documento–. Pero tú estarás ocupada. Así que tendrá que buscar a otro ayudante.

–Espera –balbuceo y me acerco hacia él tratando de recuperar el documento.

–¿Para qué?

–Voy a viajar con él.

Nuestros dedos se chocan accidentalmente. Pero yo de inmediato retiro mi mano. No quiero ningún contacto con Salvaje.

–Qué rápido cambias de opinión –dice Salvaje en voz ronca.

Y me mira directamente a los ojos. Se pone sombrío. Sus cejas negras convergen sobre el puente de la nariz, y su boca se tuerce en una sonrisa malvada.

–Trataré de terminar todos mis asuntos pendientes antes de las vacaciones –digo.

Él no me responde nada. Pero está claro que no le gusta mi reacción.

Me encojo de hombros nerviosamente.

Por supuesto, quiero viajar con mi amigo. Confío en Dima. Mientras que de este criminal se puede esperar cualquier cosa.

Suena el teléfono haciendo que me estremezca.

Salvaje mira la pantalla de su móvil. La expresión de su cara es tan inmutable que parece estar hecha de piedra. Me dice fríamente sin siquiera mirarme:

–Puedes irte.

Salgo del despacho y respiro aliviada. Solo me queda una hora hasta que termine de trabajar por hoy. De alguna manera voy a aguantar.

Abro el correo de la empresa, leo las cartas.

Pero la calma no dura mucho.

La puerta del despacho del jefe se abre, y me doy la vuelta para ver qué sucede.

¿Por qué terminó su conversación tan rápido?

–Tengo una tarea para ti –dice Salvaje.

Se me aproxima. Se detiene a mi lado. Una de sus manos cae sobre la mesa, la otra se encuentra en el respaldar de mi silla.

El miedo me paraliza.

– Valentina Yurievna ya me ha dejado una tarea: seleccionar un candidato para un puesto vacante –explico tratando que mi voz no se quebré.

–Eso puede esperar hasta mañana.

Su aliento caliente alcanza mi nuca haciendo que me estremezca.

–Mira lo que tienes que hacer...

Me cuesta mucho concentrarme.

Está demasiado cerca. Se cierne encima de mí. Y aunque no me toca, esto no me lo hace más fácil. Tanta energía opresiva emana de él que me cuesta contener mis emociones. Es como tener un animal respirando detrás de mi espalda.

–¿Comprendes?

–Sí.

Me pongo a trabajar. Pero Salvaje no tiene prisa por irse. Ni siquiera cambia de posición. Sigue observándome. Me mira con tanta atención que puedo literalmente sentir su mirada, y se me pone la piel de gallina.

Es terrible estar a solas con él. Sobre todo, cuando se encuentra tan cerca de mí...

–¿Dónde vas a almorzar? –me pregunta de repente.

–En la universidad –toso para aclarar la garganta–. Terminaré mi trabajo, te enviaré el informe y me iré.

–Si quieres puedo llevarte.

–No es necesario –niego con la cabeza–. Está cerca de aquí. Prefiero ir andando.

–Como quieras.

Salvaje se aparta bruscamente de mi escritorio. Vuelve a su despacho. Cierra la puerta de un portazo.

Me quedo de piedra. Exhalo convulsivamente. Intento volver a trabajar.  Intento concentrarme en la tarea. No permito que nada me distraiga.

Necesito terminar mi tarea a tiempo.

Y lo hago. Envío el informe por correo electrónico. Reviso por última vez la bandeja de entrada antes de salir. Me quedo congelada al ver un mensaje entrante de Salvaje. Dudo antes de abrirlo.

"Hasta mañana".

Miro la pantalla por un momento y luego escribo rápidamente la respuesta.

"Adiós".

Agarro mi bolso y me dirijo a la salida. Hoy por fin puedo relajarme. ¿Pero quién sabe qué pasaría mañana?

Esta semana transcurre sin incidentes. Comienza la siguiente.

Salvaje mantiene la distancia. Casi no nos hablamos, y eso me gusta. Además, resulta que Valentina Yurievna no es tan mala como pensé al principio. Ella es una experta en su campo y también me enseña a mí. Dima suele venir a la oficina después de las clases, por las tardes. Por lo tanto casi nunca coincidimos en el trabajo.




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