Salvaje

12

 

 

Salvaje levanta la mano para saludarme. Respondo su saludo asintiendo con la cabeza y guardo el teléfono móvil en mi bolso. Intento superar la tensión nerviosa que me invade.

–¿Lo conoces?

–Katya, ¿quién es?

Las chicas se ponen aún más animadas.

–¿Tiene una novia?

–Escucha, ¿por casualidad tú… estás con él? Maldita sea, Katya, ¿por qué no nos has contado nada sobre él?

Cuando él está tan cerca, no tengo ganas de hablar en absoluto.

–No hay nada que contar –respondo–. Él es simplemente mi jefe.

–¿Hablas en serio?

–¿Hay algún puesto vacante en tu trabajo? –de inmediato se interesa Polina.

–No lo sé –digo en voz baja.

–¿Cómo que no lo sabes? Si trabajas allí. Mira, si supiéramos cómo es tu jefe, estaríamos trabajando en su oficina hace mucho tiempo.

–¿Puedes presentarnos a él?

–Chicas, hablaremos más tarde –sacudo la cabeza y agrego–: Seguramente ha venido por una cuestión de trabajo.

Así es. Ha venido por el trabajo. ¿Por qué más?

Aunque su comportamiento me parece extraño. ¿Qué podría haber ocurrido? Todo estaba bien en la oficina cuando salí.

Bueno, Dima ahora no está en la oficina. Hoy tuvo que ausentarse del trabajo para asistir a una clase importante. ¿Quizás por eso apareció un problema?

Me dirijo hacia Salvaje, él se baja de su coche y da un paso hacia mí. Me congelo y no puedo hacer ni un paso más. Mi cuerpo se pone rígido por tanta tensión.

–¿Tienes planes para la noche? –Salvaje me pregunta secamente.

–No –estoy tan sorprendida que le digo la verdad, y de inmediato me muerdo la lengua.

–Entonces vámonos –me ordena y mira su reloj.

–¿A dónde?

–Al aeropuerto –abre la puerta del coche delante de mí–. Tengo un encuentro importante con un inglés, pero el hijo de nuestra traductora está enfermo, tuvo que quedarse en casa para cuidarlo. Tendrás que reemplazarla.

–Espera, no soy traductora.

–¿Hablas inglés?

–Sí, pero no lo suficiente –trago saliva–. Casi no tenía práctica. En general, para hacer la traducción hay que ser especialista.

–¿Entiendes inglés?

–Sí, pero...

–Entonces lo resolveremos –concluye con calma y me empuja suavemente para que suba al coche–. Vamos, siéntate.

+++

Queridos lectores,
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—Déjame ir –exige la chica en voz baja pero firme–. No soy Sonia. Estás equivocado.
Suelto los dedos, y ellos se deslizan por sus hombros desnudos.
¿Estoy equivocado? No. No es posible. ¿Por qué me dice eso? ¿Para qué?
—Oye, –oigo otra voz que llega hacia mis oídos como si fuese desde lejos–. En verdad, estas equivocado. Mi amiga no se llama Sonia.
No. Es ella ¡Ella! Lo sé. Lo veo. Lo puedo sentir. Se me remueve todo en mi interior. Nunca confundiré a esta chica con nadie. Solo hay un problema. Ella ha muerto. Desangró en mis abrazos. Hace exactamente un año.




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