Salvaje

17

Él cierra la puerta, y yo me dirijo hacia Valentina Yurievna y le pregunto en voz baja:

–¿Qué ha pasado?

Ella se encoge de hombros.

–Así ha venido en la mañana –susurra–. Enfadado como un demonio.

Salvaje obviamente está de mal humor, así que no quiero volver a llamar su atención. En fin, hoy he llegado retrasada a la oficina.

Abro el correo, clasifico las cartas. Dentro de un rato quito los ojos de la pantalla y noto cómo me mira la secretaria. No tiene que decir nada. La entiendo sin palabras. 

–Mejor date prisa –se lee en su rostro.

Asiento con la cabeza, intento terminar mi tarea lo antes posible. De vez en cuando miro el reloj. Cuando termino de revisar y responder todos los correos, respiro profundamente.

Bueno, ya es hora de que vaya al despacho del jefe.

–Buena suerte –me desea Valentina en voz baja.

–Gracias –susurro en respuesta.

Me levanto y me dirijo al despacho. Me quedo paralizada frente a la puerta, toco con cuidado.

–Adelante –de inmediato me responde desde adentro una voz ronca.

Giro la manija y entro.

Salvaje hojea la carpeta con los documentos, luego abruptamente deja los papeles a un lado y me mira con una mirada pesada.

Me pongo tensa. Me siento muy incómoda. Instintivamente estoy acicalando los bordes de mi suéter.

–Cambia todas mis reuniones para mañana –ordena Salvaje en un tono tranquilo–. Tengo que irme en media hora.

–Está bien –respondo.

Parece absolutamente tranquilo. Es difícil imaginar que hace pococasi destroza a aquel pobre infeliz que salió volando del despacho.

–Ahora prepárame una taza de café –pide Salvaje.

–Sí, enseguida –asiento con la cabeza.

Salgo de su despacho completamente aliviada. Ni siquiera pensé que la conversación sería tan rápida y sencilla.

Valentina Yurievna me mira levantando las cejas en una pregunta muda. Le sonrío demostrando que todo está bien.

Mientras zumba la máquina preparando el café, escribo un mensaje para mi mamá.

Han pasado varios días desde cuando le confesé que tenía un empleo. Al papá no le gustó para nada que me distrajera de mis estudios, pero mi mamá y yo logramos persuadirlo juntas. Ahora me siento mucho mejor. Ya no necesito ocultar nada a mis padres.

Regreso al despacho de Salvaje con una bandeja sobre la cual está humeando una taza de café fuerte sin azúcar.

–Gracias –me dice sin dejar de mirar algo en la pantalla de su computadora.

Dejo la bandeja sobre la mesa y me voy. Siento su mirada en mi espalda. Un escalofrío recorre mi cuerpo.

Salvaje sabe mirar de tal manera que su mirada se sienta físicamente. Quiero volver lo antes posible a mi escritorio en la sala de recepción.

Vuelvo a revisar el correo empresarial, donde ya han llegado varias cartas nuevas.

Tengo muchas tareas programadas para hoy. Menos mal que hoy no tengo que ir a la universidad. Puedo pasar todo el día en la oficina, porque se suspendieron tres clases. Es que el profesor está enfermo y no hay quien lo reemplace.

El sonido de un portazo hace que me dé un sobresalto y me aparte de la pantalla.

Salvaje se marcha de la oficina sin decir una sola palabra. Cuando su enorme figura desaparece de la recepción, yo por fin me relajo.

Ahora puedo trabajar tranquilamente.

–¿Le tienes miedo a Damián? –me pregunta Valentina.

Me encojo de hombros nerviosamente.

¿Y qué podría hacer? Nuestro primer encuentro me causó una fuerte impresión. Nunca podré olvidarlo. Y aunque ahora Salvaje no se permite tal comportamiento, yo me he vuelto cautelosa.

–Es un tipo normal –continúa–. Duro, pero siempre justo. Fue a él a quien se le ocurrió la idea de montar el negocio y ponerle el nombre: "Garante". Y luego vino Dima. Rápidamente alcanzaron éxito. Yo lo vi todo.

Valentina se pone triste.

–Y luego tu ex jefe les robó la empresa –frunce los labios y comenta fríamente–: Pero en esta vida hay que pagar por todo.

Salvaje terminó en la cárcel. Sucedió justo durante aquel período. Pero entiendo perfectamente que Valentina no me contará nada sobre este pequeño detalle. Ella prefiere no hablar de los asuntos personales. Sólo hablamos de trabajo.

Si me lo cuenta ahora, es porque está muy emocionada.

¿Quizás, Salvaje era inocente, pero lo incriminaron a propósito?

No. Me cuesta creerlo. Es que durante el allanamiento de la oficina de mi antiguo jefe actuó con mucha confianza y seguridad.

Me resulta difícil imaginar a Dima con un arma de fuego en la mano. Mientras que Salvaje manejaba la pistola con tanta destreza que era obvio: esta no era la primera vez para él.




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