Regreso al vestíbulo. Me siento en un sillón. Miro al frente sin pestañear e instintivamente me aferro a los reposabrazos. Un fuerte sonido hace que me estremezca.
Miro hacia abajo y noto que mi teléfono se ha caído del bolsillo al suelo, seguramente por un movimiento descuidado. Levanto mi teléfono móvil e intento desbloquear la pantalla, pero no lo logro.
Maldición, es que el cargador se ha quedado en la habitación. Pero es lo que menos me preocupa ahora. Igual como ya no me preocupa la conversación que tuve con Lebedev.
Ahora todo eso pasa a un segundo plano; lo que me asusta es cómo desde ahora voy a hablar con Salvaje. Después de lo que acabo de ver. ¿Cómo podré trabajar con él? ¿Cómo podré subir las escaleras y entrar a la habitación?
No, no, definitivamente no quiero volver allá.
Bueno. Si Salvaje no haya notado que lo había visto en la ducha, entonces no pasa nada.
¿Y si me vio?
Sacudo la cabeza nerviosamente, y de repente una voz ronca me llega por detrás:
–¿Estás trabajando?
Siento como se me pone la piel de gallina, desde el cuello hasta los hombros.
–Sí –me aferro instintivamente al teléfono que tengo en mis manos–. Debo revisar mi correo.
La pantalla de mi móvil permanece oscura. Cojo mi laptop, presiono unas teclas y actualizo la página.
–Hay un par de correos importantes –toso aclarando la garganta, tratando de ocultar lo tensa que me puse.
Salvaje se detiene frente a mí.
Involuntariamente levanto la mirada. Él se siente en frente de mí, del otro lado de una mesita pequeña que nos separa. Se encuentra bastante cerca de mí.
Nuestras miradas se cruzan, y mi garganta se pone seca de tanta emoción.
Él lo sabe todo. Sabe que estuve allí. Que vi lo que estaba haciendo. Lo leo en su mirada pesada. Lo entiendo por la expresión sombría de su rostro.
–¿Cuánto tiempo piensas estar sentada aquí? –me pregunta bruscamente.
Con un gesto casual pasa la mano por su pelo, alborotándolo.
Los mechones de su pelo negro aún están mojados después de la ducha. Se ve que abotonó la camisa de prisa. Le falta abotonar un par de botones de abajo.
–¿Hasta el amanecer? –me mira fijamente.
Guardo el silencio.
–Así no vale –dice Salvaje sombríamente–. Vámonos ya.
Literalmente me penetra con su mirada.
–No –respondo en voz baja–. Ahora no puedo.
–¿Cuándo entonces?
–Más tarde.
–Está bien –asiente con la cabeza–. Te voy a esperar.
Y se recuesta en el sillón aparentando como si no tuviera prisa.
–¿Para qué me vas a esperar? –trago la saliva y me encojo de hombros–. Ve a dormir. Yo iré más tarde...
–Sigue trabajando –me interrumpe–. No te voy a distraer.
Definitivamente ahora no podré trabajar tranquilamente.
Miro la pantalla, enseguida aparto la mirada. Es imposible que me concentre.
–Si quieres tomar una ducha, me quedaré aquí para que estés tranquila –dice Salvaje rompiendo el silencio–. Llámame cuando termines de ducharte.
¿Qué vaya a la ducha después de…? Bueno, no, gracias.
Aparentemente, mis emociones se reflejan instantáneamente en mi rostro, porque Salvaje se vuelve aún más sombrío.
–No pasó nada –dice–. ¿Por qué te pones tan tensa?
No respondo.
Si él no quiere entender, entonces ¿para qué le voy a explicar?
–Esto es un hotel, Katya –dice Salvaje–. Si supieras todas las cosas que suceden aquí… La gente tiene sexo incluso en la ducha, los orgasmos… Así que realmente no entiendo por qué me miras así.
–Bueno, lo siento –dejo escapar–. No me importa si alguien a quien no conozco tuvo alguna vez sexo en la ducha. Pero yo te vi a ti específicamente.
–¿Eso te sorprende? – sonríe irónicamente.
Mis mejillas comienzan a arder bajo su mirada.
No puedo creer que estemos hablando sobre un tema tan incómodo.
–Lo que pasa es que soy un hombre, Katya –continúa Salvaje imperturbablemente–. Tengo unas necesidades que debo satisfacer.
–No todos los hombres son así...
–¿Y tú qué sabes?
Me siento confundida.
–¡Ah! –levanto la mano nerviosamente–. No voy a discutir contigo sobre este asunto.
En realidad, ¿por qué no quiso aguantar un poco? Muy pronto nos mudaremos a otro hotel. Allá podrá divertirse todo lo que quiere, ya que estará solo en la habitación.
–Maldita sea –dice bruscamente Salvaje–. Ningún hombre puede resistirse si tiene a su lado a una chica que le derrite el cerebro.