Karímov cumple su promesa.
Pronto en la habitación aparece un carrito con té, café y una variedad de postres. El barman que trajo el carrito prefiere no levantar la mirada del suelo y se apresura a desaparecer lo más pronto posible.
–¿Quieres algo más? –pregunta Karímov mirándome a los ojos.
Sí, quiero. Pero dudo que lo consiga.
Él levanta una ceja inquisitivamente. Espera mi respuesta.
–¿Conoces a Salvaje desde hace mucho tiempo? –pregunto y toso aclarándome la garganta.
–Sí.
Por su apariencia y el tono de su voz me queda claro que no me dará una respuesta satisfactoria. La ansiedad nace dentro de mí.
–¿Entonces por qué no fuiste con él hoy? –digo sin pensar.
–Él puede arreglárselas sin mi ayuda –fríamente responde Karímov.
–¿Arreglar qué?
–Absolutamente todo.
Esta breve frase transmite una confianza tan ilimitada que simplemente no puedo decir nada más. Me quedo mirando a Karímov.
–Vete a la cama –me dice y se marcha.
Me dejo caer sin fuerzas en un sillón.
Que sentimiento tan extraño. Mis ojos se cierran, el cansancio pesa sobre mis hombros, pero estoy temblando de las emociones que me llenan. Literalmente estoy temblando.
No es que esté preocupada por Salvaje...
Pero su comportamiento levanta unas sospechas. El hombre recibe una noticia y de repente decide ir a un lugar desconocido en medio de la noche. Y llama a un amigo suyo para que me proteja.
Somos una empresa comun y coriiente. No tenemos nada que ver con el mundo criminal.
¿O hay algo que yo no sepa?
Lebedev por alguna razón que desconozco se encuentra por la noche en una comisaría. Dice que tiene unos amigos allí. Y ahora esto... Puede que no tenga ninguna relación, pero mis sospechas son cada vez más fuertes.
Cierro la puerta desde adentro. Voy a la ducha. Me pongo un pijama y me dirijo a la puerta. Miro por la mirilla y veo a Karímov que sigue sentado en el sofá al lado del ascensor. Miro mi reloj.
Ya se hace tarde, pero Salvaje aún no regresa.
Me meto en la cama y cambio los canales de la televisión sin pensar. Me quedo dormida sin siquiera darme cuenta. Me despierto igual de bruscamente.
Mis párpados se cierran por un instante, por lo menos es la impresión que tengo. Pero al abrir los ojos veo que la habitación está llena de luz del sol.
Me despierto bruscamente y doy un salto en la cama.
–Buenos días –dice Salvaje en voz ronca.
Está sentado en el sillón, en frente de mi cama. No viste ni corbata, ni chaqueta. Los botones de su camisa negra están desabrochados.
–¿Qué ha pasado? –trago la saliva–. ¿Dónde has estado?
–Resolviendo un problema –responde tranquilamente.
Mi mirada cae sobre sus manos. Veo unos arañazos en las palmas de sus enormes manos. Sus nudillos están magullados.
Me distrae el sonido de mi teléfono móvil. Miro la pantalla.
Es mi madre. Debo responder la llamada.
Cojo el teléfono y acepto la llamada. Me levanto de la cama y luego salgo de la habitación.
–Sí, mamá, acabo de despertar –digo–. ¿Qué? Seguro que sí.
Me cuesta concentrarme en la conversación. Otros pensamientos ocupan mi mente. Respondo al azar.
¿Con quién peleó Salvaje? ¿Otra vez quiere ir a la prisión por causar daños corporales graves?
Realmente, me fastidia este hombre. Mucho.
Esa confianza tan arrogante que tiene de sí mismo...
–¿Katya? –me dice la mamá–. ¿Me oyes?
–Sí, lo siento –murmuro–. Te llamaré más tarde. Ahora me estoy preparando para salir.
– De acuerdo, hija. Un beso.
Regreso a la habitación. Estoy a punto de expresar todo lo que pienso, pero me quedo estupefacta.
Salvaje está en mi cama. Tumbado boca abajo. Su cara está enterrada en mi almohada, sus brazos doblados se aferran a la almohada.
Doy unos pasos hacia él. Escucho su respiración lenta y uniforme. No puedo evitar de notar lo relajado que está su enorme cuerpo.
Está durmiendo. Simplemente está durmiendo.
Agotado por el cansancio.
Hizo un montón de cosas esta noche. Ha resuelto su problema, se metió en una pelea. Seguramente se ha ganado una nueva pena de prisión.
Me acerco a la cama.
–Tenemos que salir en media hora –le digo, pero no veo ninguna reacción de su parte. Toso para aclarar la garganta y agrego más fuerte–: Levántate.
Nada. Incluso el tono de su respiración no cambia.