Salvaje.
Es realmente salvaje, en todos los sentidos.
Su beso me cautiva. Es tan rudo y poderoso. Suprime cualquier resistencia. Extingue el más mínimo intento de huir. Sus labios presionan los míos con tanta ansiedad que me dejan sin aliento.
Es imposible huir de él. Una mano suya me agarra por la nuca, la otra pasea entre mis omóplatos, me arrima, literalmente presiona su cuerpo contra el mío. Sus dedos calientes se entrelazan con mi cabello, se deslizan por mi espalda; siento sus toqueteos a través de la gruesa tela de mi chaqueta. Sus manos parecen estar en todas partes. Me aprietan, me acarician, me abrazan.
Tanta pasión inesperada me deja atónita. Me derriba por completo. No puedo ni moverme estando bajo esta loca presión.
Intento instintivamente apartar a Salvaje de mí. Pongo mis manos sobre sus anchos hombros.
No, no. Suéltame. Detente.
Eso son los pensamientos que palpitan en mi cabeza. Y luego se desvanecen. Es como si una ola de agua caliente me barriera de pies a cabeza, y me arrastrara mar adentro.
Me estoy ahogando. Me falta aire. Apenas muevo los labios, y su lengua de inmediato se desliza dentro de mi boca. Se entrelaza con mi lengua, me obliga a jugar su extraño juego.
Es como si me estuviera contagiando de su pasión. De lo contrario, no puedo explicar lo que sucede en el siguiente instante.
Estoy respondiendo a su beso. Débilmente, apenas perceptible, pero le respondo. Ni yo misma entiendo cómo puede suceder algo así. Definitivamente estoy respondiendo a un llamado de los instintos prehistóricos.
Algo animal, primitivo y oscuro emana de Salvaje. Y este algo no me deja ninguna posibilidad de liberarme. Me quedo cada vez más atascada.
Me siento como si estuviera flotando. Apenas me doy cuenta que es lo que me está sucediendo.
Mi cuerpo se vuelve flácido. Mis dedos aflojan el agarre, dejo de empujarlo. Mis manos pierden su fuerza y deslizan abajo a lo largo de sus musculosos brazos.
Salvaje profundiza el beso. Mete su lengua en mi boca, luego la mueve recorriendo mi paladar y las encías.
Un gruñido se escapa de su garganta, haciendo que comparta su vibración.
Sus enormes manos acarician la parte baja de mi espalda. Me aprietan con fuerza. Sus dedos se meten debajo de mi chaqueta rozando mi piel desnuda.
Me pongo tensa.
Dentro de mí crece un deseo de protestar.
Salvaje me aprieta con más fuerza. Se mete entre mis piernas abiertas, y yo puedo sentir que está muy excitado.
Esto me devuelve a la realidad.
Me estremezco como si me hubieran escaldado con agua hirviendo. Me aparto de él rompiendo el beso. Intento escapar desesperadamente, pero sólo empeoro mi situación. Mi resistencia le excita aún más. Le provoca.
–¡No! –lanzo un grito–. Déjame ir... Déjame ir...
Salvaje retira las manos. Me mira por debajo de sus cejas. Su respiración ahora es entrecortada.
Intento volver a mi asiento, pero él no me suelta. Me abraza de nuevo, presiona sus labios contra mi cuello, sus besos dejan huellas calientes en mi piel. Me besa de una forma rápida, caótica, como si quisiera dejar en mí su sello.
–Ya es suficiente –respiro frenéticamente–. No, no lo hagas. Detente. Tú... Me prometiste. Me diste tu palabra. Tú…
Me suelta. Pero no del todo. Sigue observándome.
–Te dije que no te iba a tocar –dice en voz ronca, entrecerrando los ojos y mirándome detenidamente–. A menos que tú misma lo quieras.
–No lo quiero –respondo firmemente.
Salvaje sonríe con una sonrisa irónica.
–¿No lo quieres? –pregunta sombríamente.
–No –digo en voz baja.
Siento cómo me sonrojo. Mis mejillas están ardiendo. Me siento totalmente avergonzada. Estoy enfadada conmigo misma por devolverle aquel maldito beso. Por eso creyó que le iba a permitir todo.
Tenía que haberme huido de él de inmediato. Al principio realmente lo estaba apartando de mí. Durante los primeros segundos. Y también más tarde. Pero mis empujones eran tan débiles que ni siquiera los ha notado.
Intento sentarme en mi asiento.
Salvaje me agarra por las caderas.
–Déjame –murmuro y le rasguño las manos tratando de esquivar sus abrazos–. Suéltame.
–Katya –dice.
Nuestras miradas se vuelven a encontrar.
Mi corazón está palpitando fuertemente. Mi garganta está seca por la emoción.
–Déjame –repito con firmeza.
Salvaje guarda silencio, y luego me levanta bruscamente y hace que me siente en el asiento al lado. Vuelve a ponerme la chaqueta sobre mis hombros.
¿En qué momento logró quitármela?
Frunzo el ceño y me acicalo frenéticamente. Solo ahora me doy cuenta de que la cremallera de mis pantalones vaqueros está abierta. Pero no sentí cuando lo hizo.