–Eres mía, Katya –dice Salvaje–. Mía.
Sus palabras me queman. Su voz ronca hace que mi corazón lata aún más rápido. El tono en que me habla de por sí ya es impactante.
La forma en que me lo dice...
Es como si yo no tuviera derecho a elegir.
Eres mía. Mía. Porque esto es lo que quiero. Y nada más me importa. Desde ahora nuestra vida se divide en un “antes” y un “después” de nuestro encuentro.
Pero no estoy lista. Somos demasiado diferentes. Somos extraños el uno para el otro.
–No actúes como si no pasara nada entre nosotros –dice Salvaje con dureza.
Su mirada posa en mis labios y luego sube más arriba. Me mira directamente a los ojos. No necesita decir nada más.
Lo sé. Respondí a su beso. Pero sólo fue un accidente. Me tomó por sorpresa. Y además había tanta pasión en sus movimientos impetuosos que definitivamente me contagió.
–No –digo en voz baja pero con firmeza.
Veo con qué fuerza se contraen sus mandíbulas. Su gran manzana de Adán tiembla, las venas de su poderoso cuello se hinchan.
Me arrimo contra el respaldar del asiento.
Al captar mi movimiento inconsciente, Salvaje se vuelve aún más sombrío. Y luego se da la vuelta y mira al frente. A través del parabrisas sobre el cuál se caen unas gotas de lluvia.
El silencio que reina entre nosotros se pone tenso.
Me doy un sobresalto al oír un trueno.
Salvaje mueve la cabeza y mira en mi dirección. La expresión de su rostro parece absolutamente impenetrable, y esto hace que me ponga aún más tensa.
Echa un vistazo a su reloj de pulsera. Abre la guantera y, fingiendo que no se daba cuenta, roza mis rodillas con su mano.
De inmediato aparto mis piernas.
Salvaje sonríe irónicamente. Saca de la guantera un teléfono viejo que parece el primer teléfono móvil de mi padre. Es de color negro, tiene una antena y teclas grandes.
Automáticamente reviso mi propio teléfono. No hay conexión.
Observo sorprendida cómo Salvaje enciende ese enorme teléfono móvil, marca un número desconocido y exhala convulsivamente al oír la voz de un hombre en el altavoz.
Alguien ha respondido su llamada. ¡Hay conexión!
–¿Qué pasa con tus proveedores? –pregunta Salvaje.
Escucha la respuesta.
–Entendido –dice–. ¿Qué pasa con el segundo tema?
¡Resulta que tuvimos conexión todo este tiempo!
–La carretera está jodida –dice Salvaje–. Si seguimos avanzando, nos quedaremos atrapados en el lodo.
Aparta el teléfono móvil de su oreja. Presiona unas teclas mientras mira la pequeña pantalla. Se escucha un pitido largo.
–Listo, te lo acabo de enviar –dice y, al recibir respuesta, finaliza la llamada.
Salvaje deja el teléfono en el panel delantero y me mira de nuevo.
–Ramíl nos va a recoger –me dice tranquilamente.
Me siento completamente indignada.
–Podrías haberle llamado hace tiempo –digo–. Tenías un teléfono móvil que puede captar la red, podrías haberle contactado hace mucho tiempo...
–Es un teléfono satelital –me explica con una sonrisa insinuante–. Se conecta a la red prácticamente en cualquier lugar.
–¿Te estás burlando de mí? –le pregunto.
Aunque ya me queda más que claro que se está burlando. Podría haber llamado a su amigo de inmediato, pero no lo hizo. ¿A qué estaba esperando?
–Ramíl estuvo en una reunión importante –dice Salvaje tranquilamente–. No me habría contestado antes.
Bueno, por supuesto. "Los proveedores". No quiero ni pensar en qué tipo de proveedores son aquellos. ¿Y cuál es el “segundo tema”? Olvídalo, ya no importa. Es mejor no saber nada de sus asuntos.
–Podrías haber llamado a alguien más –digo encogiéndome de hombros nerviosamente–. Contactar un servicio de caminos.
–Llamo solamente a aquellos en quienes confío –me lo dice de tal manera que no puedo protestar. Toda la indignación se me atasca en la garganta.
–¿Estamos en peligro? –pregunto sintiendo el frío dentro de mi pecho–. ¿Qué tipo de negocios tienes con Karímov?
–Todo está bajo control –responde sombríamente.
Me abrazo a mi misma y me doy la vuelta.
Esta situación no me gusta para nada.
–¿Por qué Karímov se quedó ayer conmigo en el hotel? –no puedo evitar de mirar a Salvaje.
–Fue algo necesario.
Sería muy tonto de mi parte esperar de él otra respuesta. Me doy la vuelta y de nuevo miro afuera a través del cristal empañado, pero Salvaje continúa inesperadamente:
–Nuestro nuevo negocio va demasiado bien. Ahora incluso mucho mejor que antes. Es un hecho que molesta mucho a nuestros rivales, así que tuvimos que resolverlo. Los problemas hay que resolverlos de inmediato. Si muestras debilidad, te aplastarán.