Salvaje

39

Katya se estremece bajo mi presión. Intenta resistir. Deslizar hacia un lado. Sus pequeñas manos caen sobre mis hombros. Ella me empuja frenéticamente.

Pero no me voy a rendir tan fácilmente.

Suavemente la agarro por la cintura. La arrastro al pasillo oscuro. Hago que se dé la vuelta. Me arrimo contra la pared y arrimo a la chica contra mi cuerpo. Uso toda mi fuerza de voluntad para reprimir mis propios instintos salvajes.

¡Demonios! Que sabrosa es ella. Que sabor tan delicioso tiene. Quiero comérmela entera. De tanto deseo, siento un ardor debajo de mis costillas.

La saboreo con mi lengua. Con mis labios.

No hay otra manera. Aquí no. Y no ahora.

La arrimo hacia mí con más fuerza. Más cerca. La agarro por las caderas. Quiero poseerla toda. Completamente. Absorberla. Aunque ella ya se encuentra dentro de mí. Está en mi sangre, en cada latido de mi corazón.

Katya se queda callada. Supongo que está en shock. Echa la cabeza un poco hacia atrás, permitiéndome que mis besos sean más profundos. Pero esta repentina debilidad desaparece rápidamente.

La chica está temblando. Sus delgados dedos se cierran en un puño, y ella me da unos golpes en los hombros.

¿Realmente cree que por eso la voy a soltar? Que ingenua.

Aprieto sus frágiles muñecas. Cubro sus puños con mis dedos. Y la aprieto con más fuerza. Como si estuviéramos uno solo.

La sostengo con una sola mano. Y mi otra mano se enreda en su cabello suelto, juega con los mechones, permitiéndome inhalar ansiosamente su excitante aroma.

Ella responde a mi beso, y solo después de eso yo también me permito disfrutar.

Sí, demonios, sí. Por fin. Basta con un ligero movimiento de sus labios, y me vuelvo completamente loco. Joder, que locura. La deseo cada vez más y más.

Ella huía de mí durante mucho tiempo. Pues, ella es la que tiene la culpa. Por su culpa estoy así como estoy.

¿Por qué demonios estaba evitándome? Y al mismo tiempo salía con Dima. Solo Dios sabe lo que me costó contenerme y no aplastar el teléfono que tenía en mi mano al oír su voz por el altavoz.

"Si tienes asuntos importantes, puedes irte, no hay problema".

Está frase suya me dejó destripado.

Y con la siguiente frase me ha rematado por completo: "Estaré bien".

¿Qué diablos está pasando? ¿Y por qué Lebedev le está ayudando? Con razón dijo que no podía asistir a la reunión. Y eso que teníamos una reunión muy importante; la gente seria le estaba esperando. Dima no cancelaría un encuentro como ese sin una buena razón.

Sé que no hay nada entre ellos. Solo son amigos. Pero en aquel momento me puse tan furioso que di un fuerte puñetazo contra la mesa al haber terminado la llamada.

Lo entendí todo claramente. Ellos están juntos ahora. Dima le ayuda a resolver sus problemas. Y a mí ella no me cuenta nada. Es obvio que voy a averiguar qué es lo que le está pasando. Pero joder, esto es algo que me molesta. Katya no confía en mí. No me cree para nada, joder.

Y tal vez tenga razón.

Porque ni yo mismo puedo confiar en mí cuando se me derrite el cerebro. Y me lo hace ella con un solo beso. Inhalo su aliento entrecortado y me vuelvo loco. Es como si me cubriese una nube esponjosa. Sus labios tiemblan bajo los míos, y unas descargas eléctricas recorren cada vértebra de mi columna vertebral.

Ella me desea. Lo puedo sentir. Me desea.

Entiendo perfectamente que hoy nada va a pasar. Nos encontramos en un lugar poco propicio. Pero aun así no puedo frenar.

Mis dedos se meten debajo de la chaqueta de la chica. Quiero sentir su piel desnuda. Mis manos acarician la parte baja de su espalda. Luego suben. Como si fuese un drogadicto, siempre necesito una nueva dosis de ella.

Katya solloza. Hace un intento de liberarse, pero es muy débil. Siente mi pene erecto con su vientre y se estremece, como si se hubiera quemado con fuego. Se queda inmóvil. Puedo sentir su tensión.

Me estoy frenando. El animal que vive dentro de mí debe estar encerrado en una jaula.

–Suéltame –pide ella cuando aparto mi boca de sus labios–. Deja que me vaya. ¿Qué estás haciendo...?

–Sí –interrumpo su lloriqueo.

–¿Sí qué? –murmura mostrándose indignada.

–Sí, estoy completamente loco –respondo–. Loco por ti. Desde hace mucho tiempo, joder. Desde nuestro primer encuentro. Y no pienso dejarte ir.

Vaya, los ojos que tiene. Son enormes. Y cómo brillan. Literalmente están iluminando la oscuridad a nuestro alrededor. Su pecho se está agitando por su entrecortada respiración. Está tan inquieta que  no puede pronunciar ni una sola palabra.

–Déjame ir –susurra tragando la saliva–. Mi papá pronto va a volver a casa.

–Ya ha vuelto –respondo–. Está arriba, en tu piso.

–Entonces, ¿cuánto tiempo llevas aquí? –Katya se muestra sorprendida.

Pues, llevo aquí bastante tiempo. He podido ver lo suficiente. Con qué dulzura se despidió ella de Dima. Se quedó en su coche hablando con él. Como unos tiernos palomitos. Y luego se despidió haciéndole un gesto con la mano. Y de mí huye enseguida. No se queda conmigo ni por un minuto. Sale del coche volando como una bala.




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