–Ya no puedo seguir trabajando en la oficina –digo en voz baja.
–Trabaja desde tu casa –responde Salvaje tranquilamente.
–No puedo trabajar contigo.
–Katya…
–Por favor no lo hagas.
Él da un paso hacia adelante, y yo quiero escabullirme. Es difícil explicar lo que me está pasando. Ni yo misma lo entiendo. Es como si me arrastrara un torbellino, cada vez más y más. Me lleva hacia un abismo sin fondo. Y yo no quiero caer. Tengo miedo.
–¿Cuál es tu problema? –me pregunta Salvaje sombríamente.
Hasta ese momento imaginé muchas veces las palabras qué le diría pidiendo que me despidiera de mi trabajo. ¿Qué explicaciones podría darle? Decir que tengo que estudiar mucho, o que tengo nuevo horario en la universidad.
Durante mucho tiempo no me atrevía a dejar mi trabajo, pero ahora entiendo que no tengo otra salida. Tengo que terminar con esta extraña situación. Ahora mismo.
Si no se va a prolongar por un tiempo indefinido.
Ya no lo aguanto más. Entiendo perfectamente que no podemos estar juntos. Somos demasiado diferentes. Damián es todo lo contrario de los chicos que me solían gustar. Pero no puedo hacer nada con mis sentimientos que se hacen cada vez más fuertes, a pesar de que casi no nos vemos últimamente.
No puedo olvidar aquella noche en el hotel, está grabada en mi mente. Sus besos apasionados. Sus descarados dedos que exploran cada milímetro de mi cuerpo. Y lo peor fue que simplemente me quedé dormida mientras él estaba abrazándome.
Nuestro enfrentamiento de hoy no hace más que confirmar mis temores más profundos.
Él me atacó. Como un animal a su presa. Me arrastró. De nuevo. Me dio un beso tan profundo que casi me asfixiaba.
Pero respondí a su beso. Yo también lo besé.
Nunca antes he experimentado algo así.
Estaba perdida. Despistada. No sabía que fue lo que en realidad quería de él: que me soltara, y que desapareciera para siempre de mi vida... O que nunca me soltara, que me abrazara con más fuerza poniendo sus manos sobre mis hombros.
–Dímelo, Katya –dice él en voz ronca.
–Ya lo sabes –exhalo mirándolo a los ojos.
–Tómate un mes de vacaciones –responde bruscamente.
–Las vacaciones no solucionarán mi problema.
–¿Acaso tienes prisa?
Me callo. Me abrazo a mí misma.
Es tan difícil discutir con él.
–Hace frío –dice Salvaje–. Vamos, entra al edificio.
Abre la puerta y me da un ligero empujón en la espalda para que entre.
–No tengas miedo –dice–. No te voy a tocar. Te acompañaré hasta tu piso. ¿O piensas que te permitiría levantar unas bolsas tan pesadas?
–Tomar vacaciones no me parece una buena idea.
–Pues, no te voy a despedir.
–Entonces tendré que pedir a Dima que me despida –las palabras salen de mi boca antes de que tenga tiempo de entender qué dije exactamente.
–Tú trabajas para mí, no para él –bruscamente responde Salvaje.
Su mirada se vuelve tan sombría que involuntariamente doy un paso hacia atrás. No quiero que los dos amigos se peleen por mi culpa. Me invade un sentimiento extraño.
Pero ya es tarde. Algo se está derrumbando. Se está rompiendo en pedazos.
–No voy a cambiar de opinión –trago la saliva–. Incluso después de las vacaciones.
–Lo discutiremos dentro de un mes.
–Necesitas un nuevo asistente personal. Por este periodo. Por mí, sería mejor que contrates a una nueva persona. Yo me quedaré en el trabajo por dos semanas más. Incluso puedo quedarme por más tiempo, hasta que mi reemplazo esté completamente al día.
–¿Aún no lo entiendes? –sonríe–. Nadie puede reemplazarte, Katya. No puede ni podrá.
Sus palabras me queman como una llama de fuego.
Mi teléfono vibra, hago una mueca al oírlo. Saco el móvil y miro la pantalla con una mirada totalmente atontada. Mi mente se vuelve confusa.
–Sí, mamá –digo por fin respondiendo la llamada–. He comprado todo, voy subiendo.
Seguimos subiendo en silencio.
Salvaje deja las bolsas frente a la puerta de mi departamento y se vuelve hacia mí, mirándome de tal manera que mis rodillas tiemblan de emoción.
Se inclina bruscamente hacia adelante. No me toca, simplemente aspira ruidosamente el olor de mi cabello. Su aliento caliente me hace cosquillas en la piel.
–Buenas noches, Katya.
Se da la vuelta bruscamente y se marcha.
Y yo no puedo apartar la mirada de su alta y oscura figura. Lo observo bajar las escaleras. Oigo el sonido de sus pasos pesados.
Definitivamente, las noches que me esperan no serán tan buenas ni tranquilas.