Volví a la fiesta un tanto apagado, agradecí a los chicos por el regalo quienes seguían debatiendo el tema de Renata. Cuando la cena fue servida, el miedo a engordar se hizo presente. Miraba fijamente el plato que habían puesto frente a mí; el cual consistía en una pechuga frita de pollo, una porción de arroz y ensalada blanca. Todo estaba bien, se parecía bastante a lo que comía, pero lo que me tenía alterado era la mayonesa que era parte de la ensalada y el vaso de gaseosa junto al plato.
—¿Nunca has comido pechuga de pollo? –y ahí estaba Kim de nuevo, sacándome de mis malos pensamientos.
—Sí, claro que sí. Solo me imaginaba que tan rica estará la ensalada.
—Créeme, es una delicia—hizo el gesto de chuparse los dedos—. Y no lo digo solo porque mi madre ha cocinado—tomó asiento junto a mí y la cena se dio por iniciada. Todos empezaron a entablar conversación ya sea de 2 o en grupo. Yo por mi parte me mantenía callado intentando pasar cada bocado.
—Tienes que acabarlo todo.
—¿Cómo?
—Mi madre es algo especial y para ella sería un total desaire si no te acabas el plato de comida. Mírala—los dos nos giramos a ver a su madre en la otra esquina de la mesa—. Ya está supervisando quien no está comiendo. Si no acabas, es muy seguro que no vuelves a pisar esta casa, al menos no para algún evento que amerite comer.
—Ósea jamás.
—Exacto—sonrió con suficiencia.
—Por qué será que siento que me estás mintiendo—y como si su madre hubiera percibido mi recelo a seguir comiendo apareció a nuestro lado.
—¿Pasa algo con la ensalada?
—No, está deliciosa. Justo se lo comentaba a Kim.
—Sí, mamá. Max está encantado con tu sazón y ha prometido acabárselo todo, ¿verdad?
—Yo…sí, claro.
La madre de Henry sonrió y se dirigió hacia su hijo quien estaba conversando amenamente con una trigueña de ojos marrones oscuros mientras de reojo le daba miradas a Renata, quien para mi sorpresa estaba enfrascada en una conversación con Tino. Incluso ella se sonrojaba y Tino hasta le había acariciado el brazo. Henry no lucía feliz.
—Sigue comiendo o mi madre vendrá a hacerte guardia—me recordó Kim. Así que volviendo a juntar valor seguí ingiriendo la cena.
—¿Qué es lo que comes generalmente?
—¿Cómo?
—Eres así de sordo—rodó los ojos—. Escuché que haces dieta. Así que no sé…quería saber que alimentos consumes regularmente—feliz de que se interesara más por mí, me planteé darle una buena impresión.
—Eh…bueno, galletas integrales, leche, ensaladas, pechugas de pollo, verduras, frutas.
—¿Ninguna cosa que contenga fritura? Digo…los carbohidratos son necesarios para el cuerpo. En fin… ¿Cuándo fue la última vez que comiste pollo a la braza o siquiera una hamburguesa?
—Hace 9 meses.
—¿Qué? ¿Hablas enserio o es una broma? –negué con la cabeza sonriendo.
—Vaya, te cuidas bastante. Supongo que haces ejercicio, también.
—Sí, corro o hago ejercicios en casa. A veces voy al gimnasio.
—¿Cuántas veces corres a la semana?
—Cuando empecé corría 3 veces al día, ahora 2 o a veces 1. Depende de lo que coma.
—Supongo que dejaste de correr 3 veces porque ya habías bajado de peso.
—Sí, en parte y porque a veces no tengo ánimos—y me cansó rápidamente, pensé.
En ese momento me sentía bien contándole a Kim mi rutina de ejercicio y de alimentación. Sentía que por fin alguien me estaba prestando la suficiente atención y sobre todo me sentía libre de poder hablar con ella. Pero la realidad era que Kim estaba sonsacándome información para dársela a su mamá y a la vez hablar con un doctor; ella ya tenía alguna idea de lo que me pasaba y quería ayudarme, pero el proceso no fue nada fácil y yo tampoco era de mucha ayuda al principio.
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Los días pasaron y mi vida seguía siendo casi la misma, con la excepción que pasaba más tiempo con los chicos, con Kim y sus amigas. Cada vez que nos encontrábamos en grupo, terminábamos en algún lugar comiendo helados o pizza o a veces terminábamos en la casa de alguno de ellos almorzando amenamente. Yo a menudo intentaba escapar de los almuerzos, pero Kim siempre lograba engatusarme para ir; era la única persona que lograba hacerme cambiar de opinión e ingerir comida sin pensar en los carbohidratos; al menos no en ese momento, porque cuando llegaba a casa la historia era diferente. Me mataba haciendo ejercicios para bajar de peso, obligaba a mi cuerpo a levantarme por las mañanas e incluso a salir por las noches para correr.