Después de unas horas que parecían eternas con el doctor y la enfermera me dirigí al consultorio de la dietista, la doctora Romina Gutiérrez.
—Tú debes ser Max y usted su madre ¿cierto? –ella lucía bastante alegre.
—Sí, soy su madre. Mucho gusto doctora.
—Hola—dije.
—Hola. Pasen, por favor—nos sentamos frente a su escritorio mientras ella revisaba algunos papeles—. Bueno, soy Romina y soy parte del equipo que va a ayudarte Max. A partir de ahora soy tu nueva dietista y tu amiga. No quiero que me veas como una enemiga por darte un plan de alimentación saludable. He tenido casos de muchos adolescentes que terminan odiándome por querer ayudarlos, espero que tú no me odies. Pero si lo haces, podré vivir con ello. Quiero que comprendas que aquí todos queremos tu bienestar. Nada más.
—¿Me va a dar la charla de la anorexia? –estaba un poco cansado sobre ello.
—No, no lo haré. El doctor Herrera te debe haber dicho todo. Lo que sí haré será decirte los alimentos que debes de empezar a consumir para poder reestablecer el correcto funcionamiento de tu cuerpo y recuperar tus nutrientes. Seré muy sincera Max, este plan involucra alimentos que estoy segura que tú has dejado de lado porque han sido tus enemigos. Es necesario que vuelvas a ingerir alimentos como pan, arroz, huevos, frutas…—Oh Dios, no podía hacer esto—. Ya estoy viendo esa expresión de terror en tu rostro. No temas, poco a poco iras comprendiendo que necesitas todo esto para volver a fortalecerte.
—Solo, no grasas. Por favor.
—Haber no voy a recetarte productos chatarra que contienen grasas trans como galletas o embutidos; al contrario, necesitas consumir alimentos como el aceite de oliva o frutos secos. Ahora bien, quiero que escuchen ambos porque usted señora será la encargada de preparar las dietas de Max y estar con él durante sus horas de ingesta.
—Ella trabaja todo el día y no soy un bebé.
—No se preocupe señorita Romina, cambié de turno en el trabajo. Además, me deben vacaciones. Max no estará solo—levanté la ceja ante esa nueva información.
—De acuerdo y Max sé que no eres un bebé, pero es necesario que tengas supervisión a la hora de ingerir tus comidas. Este plan contendrá entre 110 y 140 gramos de carbohidratos, 15 y 20 gramos de ácidos grasos esenciales y 1 gramo de proteína por kilogramo de peso y día. Con consumo de proteínas procedentes del huevo o la palta y por supuesto las grasas buenas. Está rotundamente prohibido saltarse el desayuno jovencito. Eso sí, también vamos a respetar tus gustos y si sientes temor por algún alimento intentaremos reemplazarlo por otro. Aquí tengo el plan de alimentación, pero lo vamos a verificar contigo. Si algo no te gusta me lo dices y tratamos de mejorarlo.
Se levantó y fue por unas cuantas hojas impresas que colocó delante de nosotros; empezó a decirme todo lo que iba a consumir que como bien dijo abarcaba alimentos que yo había dejado de consumir, pero que ahora tendría que esforzarme por hacerlo.
—¿Todo eso debo de comer? –de solo leer ya me sentía engordar.
—Calma Max, todo es progresivo. No podemos ir y obligarte a comer la porción de comida que un chico de tu edad debería ingerir. Vamos a ir despacio; acostumbraremos a tu cuerpo a adaptarse a los nuevos cambios con porciones pequeñas pero que te brinden los nutrientes necesarios y veras que con el pasar del tiempo tú solo iras ingiriendo una mayor porción.
—Lo dudo.
—He escuchado eso tantas veces. En fin, quiero que empieces hoy mismo con la porción de la media tarde y con tu cena.
—Es muy pronto.
—No, no lo es. Recuerda, fuerza de voluntad. Confió en ti. Los veré dentro de 1 semana para ver cómo vas.
—¿No es muy pronto?
—Necesitas supervisión constante. Aún estamos iniciando, no seas tan quejumbroso.
—Bien—suspiré cansinamente.
—Muchas gracias doctora, la veremos en una semana—se despidió mamá.
—No se preocupe, estoy aquí para ayudar. Pero antes, necesito hablar con usted un momento.
—Te esperaré afuera.
Salí y pensé en quedarme tras la puerta para escuchar. Había leído que durante el proceso de la anorexia el paciente debe tener compañía constante, pero me sentía un tanto receloso de pasar mucho tiempo con mi madre. Estaba tan acostumbrado a estar solo. Me puse a pensar en todos los alimentos que tenía que ingerir, de solo pensar en el pan o el arroz me daba dolor de cabeza. Estaba muy tentado a tirar la toalla inmediatamente. Así que mientras mi mente volaba hacia los recuerdos de la obesidad un trio de enfermeros llegaron corriendo por la sala de emergencias jalando una camilla. Detrás de ellos una señora que lloraba desconsolada en los brazos de un hombre que lucía abatido.