Estuve como un fantasma lo que resto de la mañana, ni siquiera quería mírame al espejo. Mi madre trataba de distraerme con anécdotas de su infancia, pero yo solo podía pensar en si aquella chica se había salvado o no ¿Llegaría a ese extremo? No, no podía. Después de un largo rato con mis pensamientos mi madre puso frente a mí el almuerzo, estaba siguiendo lo recomendado por la doctora. Y allí estaba yo viendo un poco asustado el pollo que solo había estado un poco frito pero que para mí al menos en ese momento goteaba de aceite. Necesité sacar todas mis fuerzas de voluntad y enfocarme en la platica de mi madre para poder empezar a comer. Después de unos minutos me di cuenta que no era tan difícil como pensaba, mi madre hacia más ameno el momento y aunque no acabé todo el plato, si comí la mayoría. Pensé en ir a descansar un poco y entonces me acordé de que debía ver a Kim en el parque. Acostumbrado a salir sin pedir permiso, cogí las llaves y me dirigí a la puerta.
—¿A dónde vas Max? –preguntó mi madre, apareciendo detrás de mí.
—Yo voy al parque. Veré a Kim.
—Debes decírmelo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Es solo que…estoy acostumbrado a valerme por mí mismo que es raro ¿sabes? –lejos de enojarse, asintió.
—Te entiendo, pero su tu madre. No he sido una muy buena, pero lo soy. Yo no voy a prohibirte salir Max. Eres un joven y confió en ti; solo pido un poco de confianza y respeto.
—Seguro.
Llegué al parque y me recosté sobre el tronco del árbol en donde siempre quedábamos. Me puse a pensar en el discurso que le daría para hacerla entender que en este momento no podía haber un nosotros. Después de un rato, ella apareció, luciendo tan alegre como siempre y la determinación que pensé que tenia se había ido.
—Hola conejito—y sin pedir permiso se sentó entre mis piernas y me jaló del cuello para darme un suave beso.
—Hola—respondí como un tonto y sin pensarlo volví a juntar nuestros labios.
—Entonces, ¿de qué quieres hablar?
—¿Yo? Pensé que tú querías hablar.
—Sí, pero estoy segura que tú quieres volverme a recalcar por qué no debemos estar.
—¿Es que soy tan fácil de leer? –me quejé.
—Lo eres para mí. En fin, ¿vas a darme el sermón o no?
—No sé si vale la pena dártelo cuando estás tan decidida.
—En lo que a mí respecta estamos juntos de nuevo—entrelazó sus dedos con los míos y besó mi mano—. Te quiero mucho Max.
—Y yo a ti cariño, pero si te soy sincero me preocupa el futuro. Me preocupa que quizá después de un tiempo te des cuenta que no soy más que cargas y decidas dar un paso al costado.
—Ya hemos hablado de esto.
—Sí, pero no puedes culparme por preocuparme.
—Deja que el tiempo lo decida, ¿qué tal si eres tú el que se cansa de una niña como yo?
—Lo dudo—y enserio lo hacía. Kim era de esas chicas para toda la vida. Con la que te ves teniendo hijos, un hogar, una mascota.
—Ya no demos tantas vueltas y vivamos día a día. Aún estamos empezando, somos jóvenes. Pero algo en mí me dice que esto entre nosotros es fuerte. Más de lo que crees—selló su victoria con un beso.
Así que volví a caer en las garras del amor, aunque en ese momento ninguno de los dos había dicho esa palabra. Muchas veces a lo largo del colegio había escuchado decir te amo de la boca de mis compañeros como si nada. Pero para un chico como yo que había sido privado del amor en muchas formas aquella palabra tenía mucho valor. Y aunque a mis 17 podía aceptar que estaba muy cerca de amar a Kim, no sabía si ella sentía lo mismo. A los 15 las chicas se ilusionan, se emocionan, pero es un poco difícil que amen. Sin embargo, las actitudes de Kim me demostraban su afecto.
Empezamos a andar de nuevo; mentiría si dijera que después de eso permanecimos juntos y felices hasta el día en que dimos el gran paso. Pero no, como toda pareja joven teníamos mucho camino que recorrer, muchas lecciones que aprender, pero también mucho amor que compartir.
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Al día siguiente tuve que ir una vez más al hospital, el doctor Herrera nos llevó a su consultorio para darnos los resultados de los exámenes. No fueron muy favorecedores como esperé, pero tenía que ser realista. Esto apenas empezaba.