Adelaida (POV):
- Bonita noche, ¿verdad? – Me preguntó con una blanca y sensual sonrisa.
Giré simplemente la cabeza elevándola hacia arriba, pues Einar era más alto que yo. Creo que fue la primera vez que le dediqué una sonrisa sincera. Volví hacia mirar al frente, observando la tranquilidad del bosque.
- ¿No deberías estar recibiendo a los invitados? – Esté se colocó a mi lado apoyando ambas manos en la barandilla.
- Le he pasado el relevo a mi tío, al fin de al cabo él es el Rey. – Asentí dándole el ultimo sorbo a mi copa de champan. - ¿Te aburre la fiesta? – Negué mirándole de reojo.
- No, de hecho, es... espectacular. – Miré hacia el salón de baile, volviendo de nuevo la mirada hacia el bosque. – Pero hay demasiada gente para mi gusto. – Este asintió girando su cuerpo hacia él mío, inconscientemente lo imite.
Nos quedamos unos segundos mirándonos fijamente, pude observar que sus ojos eran... impresionantes, su sonrisa y sus labios... ¡joder!, de infarto. Einar Sigmond tenia unos rasgos que los dioses envidiarían. Rompí el contacto visual al darme cuenta de lo que estaba haciendo.
¡Babosa!
- ¿Y el colgante de Juliette? – Suspiré apoyando de nuevo ambas manos en el barandado.
- Mis padres creen que no soy lo suficiente responsable como para poseerlo. – Rodé los ojos. – Yo discrepo, pero claro, ¿a quién le importa eso? – Este sonrió rascándose la nuca.
- Tienes suerte de tener unos padres que te quieran, pueden equivocarse en sus decisiones, pero al final siempre van a estar contigo. – Mi pecho se estrujo, sus palabras salían de su boca con cierta melancolía. – Mi padre es un emperador vampiro perteneciente a los oscuros y mi madre falleció al poco de nacer. – Posé mi mano encima de la suya, sintiendo de nuevo esa extraña conexión.
Esta vez, sin embargo, no la aparte. Fue un acto que me nació de dentro, el parecía tan sorprendido como yo, pues se quedó mirando ambas manos para luego mirarme a mi con una intensidad impresionante. Miré sus labios un segundo, para luego obligarme a mirarle a los ojos. Quité mi mano carraspeando, miré hacia el bosque en silencio.
¿Qué mierda estaba sucediendo?
- Tu padre... ¿alguna vez has pensado en unirte a él? – Ni si quiera procese la pregunta, salió de mi boca.
Me miró confuso por mi pregunta, pero rápidamente me respondió.
- No. Fui criado en el castillo, Mariam ha sido como mi madre estos últimos cuarenta años.
- ¿Y por que no eres rey aun?
Joder Adelaida, piensa antes de preguntar. Eres una entrometida.
- Quiero decir... salta a la vista que puedes hacerlo. – Este sonrió con amargura.
- Primero tengo que arreglar asuntos con mi padre. Desea que me una a él, y hace todo lo posible para... robar algo que me pertenece. Nunca me sentí preparado para gobernar, así que Leónidas ascendió al trono por deseo mío. En realidad, él es mi sobrino, pero él me llama a mi sobrino y yo tío. Cara a la gente es más... normal. – Suspiró revolviéndose el pelo. – Él día que acabé con mi padre... reinaré Dagaz.
Parecía una promesa, una promesa que tenia autoimpuesta. Su tono de voz era más que el de alguien decidido, era el de alguien que iba a conseguirlo costase lo que costase.
Cuando iba a responder una llamarada de fuego salió del bosque, demasiado cerca de nosotros para mi gusto. El aullido dolorido de un lobo retumbo sobre todo el lugar. Mis sentidos se pusieron alerta, y como yo estaba Einar.
- Quédate aquí, no salgas del castillo. – Me agarró de ambas mejillas con sus grandes manos.
Sus ojos me miraron con suplica, y dicho esto volvió a entrar al salón de baile. Entre seguida a él viendo como comenzaba a hablar con guardias que había repartidos por toda la sala. Miré por encima intentando encontrar a Valen, sabia que ella llevaba una manoletinas en su bolso. Tenia que ir a luchar y no podía hacerlo con tacones, necesitaba zapato plano para poder correr sin matarme. Cuando vi a la pelirroja riéndose junto con Florencia me acerqué empujando a la gente que había de por medio.
- Valen. – Esta me miro con un sonrisa, aunque algo confusa por mi tono usado. - ¿Me prestas tus manoletinas durante un rato? Me matan los pies. – Solté una carcajada nerviosa.
- Por supuesto.
Les sonreí a ambas. Me quité los tacones sin desabrocharlos, en cuanto me extendió los zapatos me los puse rápidamente. Me mordí el labio inferior pensando, ¿qué demonios había sido ese fuego?
- Dejo los tacones con vosotras, vuelvo... en un rato.
No deje que hablasen y salí de allí disparada intentando esquivar a la gente que tenia a mi alrededor. Subí las escaleras de dos en dos para comenzar a correr por los pasillos de la mansión, cuando visualice la puerta frene en seco al ver una catana con su funda expuesta en la pared. Me mordí el labio de nuevo, era una manía que tenía, si hacia esto muchas veces era porque una mala idea se me pasaba por la cabeza. Pegue un brinco alcanzándola, la desfunde unos centímetros y la volví a enfundar.
Esto me iba a servir.
Me la colgué de la espalda y comencé a correr de nuevo. Salí del castillo, siguiendo el camino tierra para salir a la gran verja que protegía los alrededores del palacio. En cuanto estaba fuera desvié mi camino a la izquierda, hacia el bosque, dirección a la llamarada de fuego que había visto desde el balcón. No me había ni molestado por agarrar el vestido para no arrastrarlo, los zapatos no eran los indicados para andar y mucho menos correr por estos terrenos, pero era mejor que ir con tacones.
Salté un tronco de árbol que estaba caído en mitad del bosque y seguí mi camino a toda la velocidad que mis piernas me permitían.
Después de estar diez minutos corriendo frene en seco al ver una mujer con el pelo blanco y una túnica negra rota a pedazos clavando sus garras en el lomo de un lobo gris. El lobo era bastante grande, así que supuse que era un licántropo.