Los inviernos siguientes fueron pasando, fríos y solitarios para Adelbert en su corazón. Pero cada mañana luchaba para dar a su hija, su pequeño rayo de luz, la mejor vida que podría dársele en aquel pueblo.
Amely era una muchacha a quien las primaveras le habían llenado de gracia y belleza. Todos decían que era la viva imagen de su madre.
Ayudaba a su padre a hornear el pan y aunque diera la apariencia de ser una mujercita frágil era valiente. Decía no temer al lobo y defendía el testimonio de su padre al decir que aquella bestia solo había intentado proteger a su madre.
El resto del pueblo rumoreaba sobre dicha posición tan firme. Pero sus sospechas eran derrumbadas cuando recordaban la noche en que él mismo había salido desesperado buscando a su mujer.
El día del entierro, un cajón más fue puesto en al cementerio. El buen Vilkos que había sido “atacado por el lobo” en esa misma noche al salir a defender las pocas ovejas que tenían. Dejando atrás una viuda y un huérfano.
Tres inviernos después, la viuda falleció también.
Amely era hábil en la costura y ayudaba a Margaret y Kerstin su hija menor. Las monedas que recogía les servían para los días malos.
—Espero tu padre siga mejor hija. Iré a verle pronto.
—Gracias Padre. Así será — respondió con una sonrisa.
—Amely, ¿Llegarás a casa? Mi madre va a prepararse un buen guiso.
—No puedo Kirs. Debo cuidar de mi padre. Aún no se siente con fuerzas.
—Vale. Pero ven por mí mañana. Temprano si.
—Claro. Temprano.
Se despidió de la chica pelirroja con un abrazo y un beso.
—¡Valmond!
Exclamó el Padre Santiago sobre la pequeña multitud dispersándose fuera de la iglesia.
—Pero muchacho. Creí que te vería hoy — le reprochó al joven mientras se acercaba a él.
—Buenos días Padre Santiago. Lamento no haber venido. He tenido unas diligencias que hacer. El invierno está próximo a venir.
El hombre de hábito lo observó con rostro serio y comprobó lo que decía al ver las alforjas de su caballo llenas y las pieles a lomos del animal.
—Tienes razón. Debes buscar el sustento hijo. Pero recuerda que le debes más al Señor.
—Sí Padre. — Le sonrió amablemente —. Gracias por su preocupación.
—Ve con Dios hijo.
Al momento de despedirse del Padre Santiago. Los ojos del joven Valmond se cruzaron un segundo con los de Amely que reflejaban el intenso verde del bosque.
Pero ella apartó la mirada antes de tener el tiempo suficiente como para quedar satisfecho con la belleza de su rostro.
—María acompáñame — dijo sonriendo a la mujer a su lado tomándola del brazo.
—¿Como sigue tu padre linda?
—Mejor. Solo un poco cansado. Pero le prepararé un buen caldo — dijo orgullosa.
Se dirigían al pequeño establecimiento del marido de María.
—Tengo por ahí algo especial para ti — le susurró.
Comenzaron a ver las telas que habían traído de la villa, mientras Leonard preparaba los trozos de carne para la joven.
—Esta es perfecta para ti — le dijo sonriente a la jovencita.
Amely pasó sus delgados dedos por la suave tela de color verde. Era más clara que sus ojos, pero más oscura que la hierba de las praderas.
—Es muy bonita María pero...
—No digas que no te gusta. Queda perfecto con tus ojos. ¿No te parece Valmond? — preguntó entusiasmada al hombre que hablaba con su marido.
Había entrado para hacer negocios con las pieles que consiguió gracias a su última cacería.
—Combina con tus ojos Amely — señaló mirandola con atención.
Gesto que no pasó desapercibido para María quien siempre buscaba emparejar a alguien.
—Es lo que le he dicho.
—Vendré después por ella. ¿Si?
—Bien. Bien. Salúdame a tu padre.
—Gracias. Muchas gracias Leonard.
—¡Amely! — escuchó que alguien la llamaba a sus espaldas —. ¿Puedo acompañarte?
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Editado: 15.07.2018