Sangre de luna.

Capitulo 9

Esa noche, Amely permanecía despierta en el suave lecho de paja. 

 

Las noches de luna la hacían sentirse extraña. Como si algo la llamase al exterior. Lo había sentido desde niña. 

 

Pero claro, sabía que no debía salir. No era seguro. No importaba si no temía al lobo. No podían confiar en aquella bestia. 

 

Entonces, ¿Por qué aquel ferviente deseo de salir?

 

Quizá por que en cierta manera recordaba a su madre. Quien había muerto pocas noches antes de la luna llena. 

 

Sin embargo, en ésta noche ese deseo era más grande. Parecía que el aire le faltaba y que un enorme peso la aplastaba. 

 

Se sentía atrapada. La ansiedad la estaba consumiendo. Era necesario salir de ahí y esperar que todo acabará. 

 

Tomó la hermosa capa que Valmond le obsequió y camino lentamente hacia la puerta.

 

Sigilosa. Se aseguró de pisar en el lugar correcto y no hacer ruido con algún objeto. 

 

Estaba a dos pasos de la puerta. El corazón le latía como el trote enérgico de un caballo corriendo a todo galope. Extendió su mano lentamente hacia el picaporte de la puerta cuando una voz grave se escuchó a sus espaldas llamándola.

 

—Papá. — Giró bruscamente después de soltar un grito que se ahogó en su garganta—. Me has asustado.
—¿Es que piensas salir? ¿Acaso no sabes que es luna llena? — Le reprochó con voz dura.
—Sí, lo sé. Yo… — hablaba jugando  con el cordel de su capa sin mirarlo—.  No sé qué me sucede papá. Desde niña he sentido el deseo de salir y ver al lobo. Es extraño. Es como si él me llamará. Tal vez...— Tartamudeaba nerviosa—. Solo es el recuerdo por mi madre. . . Yo... No lo sé padre. No sé qué me sucede. — Comenzó a sollozar y a temblar—.  Me asusta sentirme así. Y desde el compromiso con Valmond, esto solo ha crecido dentro de mí. 

 

Él la veía sin cambiar su expresión. 

 

—Sé que es peligroso salir pero, por una extraña razón estoy segura que el lobo no me atacará. Puedo sentirlo papá... — aseguraba la chica. 

 

Adalbert respiró profundamente y tomó a su hija de la mano.

 

—Ven aquí hija.

 

Se sentaron junto al fuego. Su padre miraba directamente a las llamas buscando las palabras correctas.

 

—Hay algo que quiero darte — dijo entregándole un trozo de cuero que envolvía un medallón de plata. Tenía tallado un pequeño lobo con la cabeza echada hacia atrás aullando a la luna. Estaba unido a una fina cadena que también era de plata—. Era de tu madre.
—Es hermoso. 
—De ahora en adelante debes llevarlo encima. Cómo él brazalete que llevas puesto. Te protegerá. 
—¿Por que mi madre llevaba esto puesto?
—Tu madre... Al igual que tú, no temía al lobo. Eres muy valiente como ella. — Y sonrió—.  Sabía lo que en realidad se escondía tras la piel de la bestia.
—Entonces ¿No es un simple lobo? 
—No. Es un hombre y una bestia. 
—Y ella sabía quién era ¿Verdad?
—Sí. Siempre lo supo. Aseguraba como tú, que jamás la lastimaría. 
—Y así fue. ¿No es así? 
—Sí. El lobo no la atacó. Yo siempre fui desconfiado . . . El poder que la bestia tiene puede ser incontrolable Amely. Ni siquiera el portador de ese diabólico poder puede asegurar que nunca perderá el control. Es por eso que debes llevarlo contigo. 
—No. No comprendo por qué me dices esto padre. 
—Tú debes saber la verdad antes de continuar con esto hija. Pero no seré yo quien te lo diga. Lo que sientes es parte de ti. Siempre lo ha sido. Ya pronto lo entenderás. Y por favor... No salgas — suplicó. 

 

Aunque estaba seguro que ella no obedecería en esta ocasión.

 




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