Sangre de luna.

Capitulo 31

Valmond partió cuando aún estaba oscuro. El invierno ya estaba sobre ellos. Podían verse los picos de las montañas blancas y el borde del río congelado. El agua corría en su cause afilando las capas de hielo.

En el transcurso del recorrido Valmond y Felipe hablaron poco. Más que todo sobre los límites conocidos del bosque y lo que sabía éste sobre la bestia.

Felipe le relató con orgullo cuántos lugares había visitado gracias al servicio que daba al señor y las bestias a las que había encontrado en su camino.

Opinaba que las brujas era lo más cotidiano, los bebedores de sangre era algo que únicamente había visto un vez pero que logró acabar con él demasiado pronto pues los siglos de la criatura en éste mundo lo habían hecho lento y a Felipe le gustaba " La emoción" para disfrutar la cacería.

Sus favoritos eran los "Mond Männer". O los hombres de la luna.

 

- Son criaturas extrañas y al mismo tiempo facinantes Valmond. Tienen un poder entregado por el mismo demonio y son capaces de arrasar con todo un pueblo, incluso de los que son de su misma familia. Pero como hombres, pueden mostrarse apacibles como dóciles ovejas.

 

Valmond solo se limitó a sonreír mientras arrancaba la piel del ciervo.

 

- ¿Ha conocido muchos Padre?

- Si. Un lugar en donde estuve resultó ser el sacerdote de la iglesia. Fué bastante fácil de atrapar.

- Y ¿Cómo se podría saber cuándo un hombre es uno de esos que usted mencionó? - sin dejar de trabajar.

- Un Mand Männer. Si. Pues verá. En mi experiencia - puso su pie derecho sobre una roca y apoyó uno de los codos -Arrancar el disfraz de una de estas bestias es fácil si sabemos dónde mirar. Por ejemplo, el sacerdote. Créame que me hizo perder el tiempo un par de días. Pero fué entonces cuando lo descubrí. Estába confiado en que yo perseguía a la bestia. Así que se descuidó de los detalles.

 

El sonido de la piel despeyejandose en manos de Valmond rompió el silencio en el bosque. Felipe observó como el rostro del hombre permanecía sereno. Colgaba la piel del animal sobre una roca. Separaba la carne de las vísceras y las guardaba en las bolsas de cuero.

Valmond quizo preguntar de nuevo sobre esos detalles. Pero decidió callar. No sería bueno mostrar tanto interés en el tema.

 

- ¿No es un poco arriesgado hacer ésta labor en el bosque señor Valmond? Considerando que la bestia podría acercarse por el olor a sangre.

- ¿Siguen el olor a sangre? - preguntó en tono neutro sin mirarle. Desviando la conversación.

- Son bestias poseídas por el diablo. Y éste solo busca saciar su sed de almas - se persigno rápidamente al sentir un escalofrío en el cuerpo.

- ¿A qué hora volveremos? - preguntó repentinamente nervioso Felipe.

- Un poco antes del anochecer. Descuide llegaremos a tiempo.

- Insisto. Ésta es una tarea muy arriesgada para usted Valmond.

- Es más segura para mí familia Padre. Si es cierto que la bestia puede ser atraída por la sangre, no quiero que ronde en mi casa con mi mujer y mi hija ahí. ¿Qué le sucede Padre? Repentinamente está temeroso de encontrarse aquí en el bosque - se burló Valmond. - Tome, ayúdeme con ésta por favor - entregándole un pesado saco.

 

Ataron las cargas a los caballos y comenzaron el regreso.

 

- Y ¿Va a dejar eso así? - refiriéndose a lo huesos del cadáver. Aún tenían carne pegado al esqueleto y las vísceras estaban hecha una pila a un lado.

- Si.

- Eso aun tiene para sacarle provecho.

- Es mi ofrecimiento para el lobo. Hombre o bestia necesita comer.

- Es usted demasiado bondadoso con el diablo - Se quejó el sacerdote viendo con lástima lo que aún podía aprovecharse.

 

Aquel gesto de "amabilidad" no le pasó desapercibido a Felipe.

El regreso fue silencioso.

Escucharon el correr del río cuando el sol hacia las sombras de los árboles caer a un lado. Tenían suficiente luz todavía.

Al estar cerca de casa vieron un punto rojo corriendo de un lado a otro entre los árboles.

Las risas de la niña se escuchaban claramente en el silencio del bosque.

 

- ¿Es esa su hija? - preguntó Felipe más que extrañado. "¿Cómo dejaban a una niña corretear en el bosque?".

 

Valmond apretó los labios viendo con intensidad a su hija. Al instante ella se detuvo y miró en su dirección.

 

- ¡Papá! - corrió hacia él.

- ¿Qué haces afuera? - preguntó con rudeza. Ni siquiera la miraba cuando ella llego a su lado.

- Estaba esperándote - susurró la niña.

- ¿Y tu madre?

- Está dentro.

 

Valmond le miró una vez, sus cejas se unieron levemente y su mandíbula se apretó más.

 

- Pero estaba con Eule - intentó defenderse ante las palabras no formuladas de su padre.




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