"No hay nada más doloroso que perder todo lo que amas frente a ti y no poder hacer nada al respecto".
Luego de aquella breve conversación, mi padre se fue para llamar a las personas que debían hacer guardia esa noche y decirles que tuvieran en cuenta ese lugar.
Por mi parte, seguí buscando hasta que me decidí por un pantalón negro, un pulóver blanco y una camisa verde olivo, junto a unos tenis negros. Era algo cómodo y casual, perfecto para la ocasión. Al ver el desastre que había creado por buscar algo decente que ponerme, para que mi madre no me hiciera cambiarme de ropa, suspiré e intenté recogerlo lo mejor que pude. Pero, en medio de aquello, escuché que tocaban a la puerta y tuve que bajar corriendo.
—Yo abro —anuncié mientras me dirigía hacia la puerta principal—. Hola —fue lo único que alcancé a decir al ver a Agathê frente a mí.
—Hola, Lian —dijo sonriente dándome un beso en la mejilla, lo cual provocó que ambos nos sonrojáramos.
—Pasa, mi padre ya está aquí —le dije—. Estás hermosa —susurré cuando pasó por mi lado.
—Oh, Agathê. Pequeña, cómo has crecido —exclamó mi padre con una sonrisa, acercándose para darle un abrazo.
—Gracias, señor. Es un gusto verlo recuperado —respondió ella con timidez, correspondiendo a su abrazo.
—¿Cómo que «señor»? Llámame Leo, ya eres de la familia.
Lo cierto era que mi padre prefería que se refirieran a él de manera informal, ya que quería que lo vieran como un amigo con el que podían contar y no solo como el Alpha de la manada, aunque nadie lo había logrado hacer a excepción de Massimo que desde el primer momento lo trataba como a cualquier otro.
—Perdón señ… Leo.
—No hay por qué disculparse. De hecho, tengo mucho que agradecerte por ayudar a Kylian a cuidar de mi esposa y a pasar sus crisis.
Como era lógico, Alessandro le había contado a mi padre todo lo que había pasado en su ausencia, haciendo que yo sintiera vergüenza porque mi padre supiera que yo, siendo su hijo, no podía tomar el control en situaciones difíciles.
—No tiene por qué agradecer. Me gusta ayudar a Kylian y pasar tiempo con él. —Se notaba que Agathê seguía un poco incómoda con la situación, a pesar de los intentos de mi padre por hacerlo algo natural—. ¿Dónde está la señora Hang?
—Mi mamá está en la cocina —me apresuré a decir—. Ven, te llevo. —La tomé de la mano y fuimos con mamá.
Al llegar, ambos la saludamos —yo recién la veía desde que llegué de la escuela—. Antes de que ella y mi novia se pusieran a hablar, mamá me mandó a poner la mesa; la comida estaba casi lista. Mientras yo obedecía, sentimos que alguien tocaba a la puerta.
—Yo abro —dijo mi padre—. ¿Massimo? —lo escuché decir, confundido—. No esperaba que vinieras hoy. Pasa.
Quería matar a Massimo. ¿Qué rayos hacía allí? Se suponía que esa noche solo estaríamos mis padres, Agathê y yo. Cuando entró en el comedor, lo miré con enojo, dispuesto a pedirle que se fuera. Podía ser mi mejor amigo, sí, pero había momentos en los que él no podía estar, y ese era uno de ellos. Su presencia sería un problema. La cena era algo privado y Agathê y él no se llevaban nada bien. Esa noche era para disfrutar, no para poner malas caras o hacer comentarios sarcásticos.
—Massimo, no te… —No terminé de hablar al ver el gesto de advertencia en la cara de mi padre. Además, mi mamá y Agathê acababan de llegar con la comida.
—Sentémonos y comamos. Luego siguen hablando —dijo mi mamá.
Todos asentimos y obedecimos.
—Agathê, ¿Kylian ya te enseñó sus dibujos? Son muy buenos—preguntó mi padre de la nada, rompiendo el silencio incómodo.
Massimo sonrió y mi mamá lo reprendió con la mirada. Yo me puse rojo de pies a cabeza.
—¿Sus dibujos? Si, solo uno que me regaló cuando fue a mi casa. ¿Por qué? —preguntó confundida—. ¿Me los enseñas luego, Lian? —propuso emocionada.
—Eso si llega vivo a su habitación —comentó Massimo, burlón.
—Massimo… —le advertí con una mirada que decía que, si decía algo más, habría problemas—. Sí, claro —dije a Agathê—. Cuando terminemos de comer te los enseño. Espero que te gusten —dije, nervioso de solo imaginármela con aquella carpeta llena de bocetos de su rostro.
La cena estaba yendo mejor de lo que pensé, entre risas y comentarios que de vez en cuando hacían que Agathê y yo nos sonrojáramos.
—Bueno, chicos. Llegó la hora del postre: la más esperada de la cena, como siempre —anunció mi padre, un gran amante de los dulces—. Y no creo que exista mejor momento para hablar que con un buen postre hecho por mi querida esposa. Los he visto crecer juntos y lanzarse miradas desde antes de que supieran su significado de lo que sentían. Ambos se han apoyado en sus peores momentos y han disfrutado los mejores. Por eso… —Agathê y yo lo mirábamos ansiosos por lo que diría, pero fue interrumpido por unos fuertes toques en la puerta trasera de la casa.
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Editado: 09.11.2024