12 de abril del 2014
La fresca brisa de la noche fue la primera en darme la bienvenida a un nuevo mundo del cual no sabía que esperar. Aunque si de algo estaba casi segura era de que nada sería como antes. Alisa estaba muerta.
Ha llegado a su destino.
—¿Diga?
—¿Tía Laura?
—¡Fernanda! Dime querida, ¿ya estás por llegar?
—Creo que ya estoy frente a tu casa. O al menos eso dice el GPS.
—Ahora mismo estoy viendo tú auto. Es plateado, ¿verdad?
—Si.
—En seguida te abro el garaje.
Medio segundo después de que cortara la llamada, una enorme puerta de color blanco justo del lado derecho de la casa empezaba a deslizarse hacia arriba. Llevé el auto hacia el interior y en cuanto el motor se apagó, vi desde el retrovisor como la puerta se deslizaba de nuevo solo que esta vez hacia el lado contrario.
Al salir del auto una mujer que redondeaba sus ochenta y pico años de edad, cabellera blanca platinada recogida en moño, y luciendo un atuendo hogareño compuesto de una bata holgada de satín azul marino y pantuflas, me esperaba en la abertura que conectaba el espacio en donde me encontraba con el resto de la casa.
—Me alegra que hayas llegado sin ningún inconveniente—dijo felizmente mientras nos abrazábamos—. Apenas y puedo creer que estés aquí, eres la viva imagen de tu madre.
— Muchos dicen eso. Le envía saludos también.
Tía Laura empezó a caminar y lógicamente también comencé a seguirla.
—¿Cómo está ella?
—Está bien, aunque desde hace ya algunos años que ya no sale a la calle en época de frío debido a un tipo de asma que le ha sido difícil de controlar.
—Bueno, Cecilia siempre padeció de gripes durante la infancia. No es de extrañarse que los años le hayan afectado ya.
Llegamos a una habitación que supuse era la sala principal debido a su amueblado. Tía Laura se sentó en el sofá grande que da la espalda a una enorme estantería con cientos de libros que por el grueso de estos se sobreentiende que pocos desean leerlos. Frente a este hay un sillón que, aunque sea pequeño no deja de verse igual de cómodo y podría decirse que es mi preferido desde aquel momento en el que me senté por primera vez en él. Junto a mi sillón preferido y el sofá de la estantería, quedando justo en el centro, hay otro sofá un poco más grande que este último que da la espalda a la ventana del jardín frontal. En el centro del juego de sala hay una pequeña mesa de vidrio sobre una alfombra de lana haciendo conjunto. En ella estaba el azafate con galletas y la tetera.
Tía Laura sirvió ambas tazas de té mientras yo me apresuraba a saborear las galletas.
—Espero que te gusten. Las hice con la receta de tú abuela.
—¿En serio?
—Bueno, se podría decir que la mayoría de recetas que tengo son de tú abuela. Ella me enseñó a cocinar poco antes de casarme.
Tomé mi segunda galleta. —Dígame algo tía, ¿por qué en todos estos años nunca nos visitó? Recuerdo haber visto su nombre muchas veces en invitaciones, pero nunca asistía.
—Si me disculpo por eso —dijo mientras se disponía a beber un sorbo de té para luego continuar la charla. —Siempre que he tenido planes para viajar, más de algo surge y llego a posponerlo para una próxima que aún no ha llegado.
La expresión de su rostro al decir estas palabras activó mi radar de sospecha, pero no me atreví a seguir indagando; imaginé que quizás la tía Laura había tenido sus diferencias con la abuela y por tanto no quería saber nada que tuviera que ver con ella. Decidí dejar el asunto a como estaba y averiguar de a poco en el futuro.
—Ya he acondicionado la que será tu habitación, aunque siempre puedes escoger otra si no te parece —anunció una vez terminado el té. —También he dejado algunas cobijas de más en la cama por si llegarás a sentir mucho frío.
—Se lo agradezco.
—No tienes nada que agradecer y no me trates de usted ¿acaso no somos familia?
—De acuerdo... Tía Laura —respondí con una sonrisa y a la vez un poco apenada.
— ¡Así está mejor! Ahora ¡a preparar la cenar! Debes estar hambrienta...
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Editado: 23.02.2019