Savannah Taram

Capitulo I


Es viernes de esos viernes donde el sol veranero golpea mi cara con ímpetu tratando de que mi piel marfileña agarre un tono rojizo, que en su momento tiene su encanto, pero en los días postreros deja sus secuelas, quizás volviéndome como un camaleón humano. Me cubro todo lo que puedo, no soy muy fanática de los bronceados, la verdad me gusta mi color paliducho. 
 


 

Ya hace muchos años cuando tome por costumbre venir cada viernes a este lugar y respirar el aire puro, sentir el vaivén de las olas del mar, ver el vuelo de los pelicanos y sumergirme en el sonido de las olas golpeando con las rocas, es lo más cercano a lo maravilloso que es Dios, me encanta ese verde mar y su azul verdoso, me encanta el agua tibia y los niños correteando, los castillos de arena que duran segundos; pero no dejan de tener su encanto. 
 


 

Me quedo fijamente perdida en el mar, es como si el, me hablara con sus olas, como si pudiera revelarme los secretos que me faltan por conocer, como si mirándolo un segundo más pudiera descifrar los grandes enigmas del universo. 
 


 

Una voz ronca me saca de mis pensamientos, de esos donde casi siempre vivo. 
 


 

—Savannah ¡Venga! ¡Vamos, metete con nosotros! —me grita Victoria desde la orilla del mar, sus cabellos azabaches están mojados cayéndole en cascadas por la cintura, su piel aceitunada hace contraste con la piel albina de Sergio. 
 


 

—¡Vayan ustedes! —grito sonriéndole de par en par —. En un rato los alcanzo, voy a broncearme un poco. 
 


 

Victoria niega con la cabeza al ver el trapero que tengo encima, pero no dice nada más y se va a dentro del mar jalando consigo a Sergio. Los observo por un rato, lanzándose agua y sonriéndose como tontos, flotando en las aguas de un amor que aún no se hunde. 
 


 

Yo vuelvo a mis pensamientos esos que son inquietos, risueños, enigmáticos y a veces sombríos los cuales no parecen silenciarse jamás. Cierro mis ojos y me pierdo en el sonido del oleaje. 
 


 

—¡Nena, Vámonos! Te has quedado dormida—escucho la voz de Vicky y sus manos en mi rostro moviéndolo con delicadeza. 
 


 

—Lo siento —niego tratando de volver al mundo de los despiertos, mientras se me escapa un bostezo y mis ojos aún no se adaptan a la luz solar. 
 


 

Recogemos todas nuestras cosas, que en realidad solo consisten en unos bolsos deportivos y unos vasos contigo, sin nada más que agregar, todo lo demás lo hemos alquilado a Doña Gloria. Una viejecita de ojos café oscuros y piel tostada por el sol playero que ya nos conoce porque solemos venir casi todos los fines libres, Gloria ha trabajado durante toda su vida en la playa Isla de Plata, su trabajo consiste en freír pescados y preparar los mejores tostones del universo. 
 


 

La acompaña su hijo o nieto, la verdad no estoy segura, pero algún parentesco han de tener, puesto que sus ojos café oscuros parecen ser una réplica del uno para el otro, el joven es un poco más alto que doña Gloria, debe tener cuando mucho diecinueve años, tiene una sonrisa socarrona y una piel aceitunada con un bronceado natural, su cuerpo es delgado pero no paliducho, este se encarga de alquilar sillas, toldos y mesitas; las cuales guardan en el quiosco azul; cuya pintura esta desgastada e incluso las paredes están comidas por la sal del mar. Son personas amables y siempre tienen una enorme sonrisa en sus bocas. Quizás el vivir cerca del mar es una cura para los de corazón amargado. 
 


 

Caminamos hasta llegar al muelle donde nos espera una pequeña lancha que en realidad no me da nada de confianza, parece ser una mala idea subirse en ella, se ve como una especie de trampa mortal, el chico de la lancha que deslumbra por sus ojos aceitunados, me tiende su mano para ayudarme a entrar, me siento en la parte central, por experiencia se que es la mejor parte para no vomitar. 
 


 

Victoria y Sergio ocupan el lugar a mi lado dejándome a mi justo en la parte queda con el mar, no me quejo, solo empiezo a rogar porque mi estomago se logre controlar, la pequeña lancha es más al estilo de curiara que de lancha, arranca al cabo de unos minutos de haberse llenado con un total de unos diez pasajeros, sin contar al tipo que maneja los motores y el joven de cabellos trenzados que me ayudo a subir; me detengo a observas sus ojos aceitunados y entonces lo veo guiñarme mientras se le forma una pequeña sonrisa en los labios. Que creído. Solo tengo debilidad por los ojos claros. 
 


 

Siento la tranquilidad del mar, respiro profundo intentando que el olor del mar me cale todo el interior de mi cuerpo, cuando nos adentramos al mar profundo el tipo de los motores el cual por cierto posee unos bonitos ojos miel los cuales son casi una rareza en su piel oscura, acelera haciendo que la lancha salte y el agua nos salpique, en realidad no me da miedo, bueno a menos que esto se voltee de resto, creo que estaremos bien. Desecho esos pensamientos y otros como por ejemplo “¿Como sobrevivir con solo un salvavidas y sin saber nadar? ¿Habrá tiburones por aquí? 
 


 

Seguro que sí, pero decido disfrutar el momento. 
 


 

La brisa golpeándome la cara, el agua rociando mi rostro, mis cabellos enredándose en el viento y no se la razón exacta, pero me siento más viva que hace un par de horas, es como si el mar me estuviera hidratando con sus riquezas. El chico de ojos verdes me vuelve ayudar, mientras vuelve a sonreírme como si le causara gracia o yo fuera el chiste personal del día. 
 


 

Cuando por fin llegamos al estacionamiento nos dirigimos al auto de Sergio un Hyundai plateado del año 2000, el cual si mal no recuerdo se lo regalo su padre cuando se graduó. Bueno no es un auto de alta gama, pero es nuestro aliado y cómplice de locuras. Veo a Sergio y a Vicky caminar con los efectos del alcohol, la verdad es que ambos están como una uva. 
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.