2017. St. George. Utah.
Sentado desde aquella posición, podía contemplar a la muchacha a la perfección. Aquel hombre de mirada inteligente ocultaba sus verdaderas intenciones tras un periódico un tanto estropeado y un aspecto formal y educado.
La chica conversaba de forma animosa con varias amigas, mientras, que sentada de forma despreocupada sobre el verdusco césped de aquel parque de St. George, no era consciente, de que el hombre que llevaba acosándola durante meses la observa desde apenas unos escasos metros de distancia.
El hombre disfrutó de forma siniestra de como la chica acomodaba la falda de su uniforme escolar sobre sus blancas piernas desnudas, debía inmortalizar aquel placentero momento, así que de forma poco sospechosa y tras acomodarse las gafas de ver sobre la nariz, sacó su teléfono móvil para fotografiarla una vez más.
Esa era su parte favorita del acoso; primero la seguía y la observaba allí a donde fuera, pero siempre con cuidado de que ella no lo viera, luego le sacaba fotografías, bien en el instituto y en la calle o bien en su propia casa, más tarde y tras usar el contenido de aquellas fotografías para hacer cosas no muy éticas con su propio cuerpo, le mandaba aquellas imágenes por correo, seguidas por un siniestro mensaje, para que su víctima supiera que estaba siendo acosada.
Cuando una muchacha tan joven e ingenia como ella, se enteraba de que algún pervertido la estaba espiando, decidía no tomarse el tema de forma seria, siempre pensaban que se trataba de algún amigo o conocido que les estaba gastando alguna broma, luego se daban cuenta que el acoso era real y comenzaban a sentir miedo y paranoia, pero sobre todo sentían vergüenza, por lo que tardaban mucho en contarles a sus padres que estaban siendo víctimas del acoso de algún pederasta; para cuando la policía comenzaba a investigar, aquel hombre ya había borrado todo rastro que lo relacionase con la chica y ya había encontrado una nueva joven a la que hostigar.
El acosador guardó su teléfono móvil en un bolsillo, pero no tardó ni dos segundos en volver a sacarlo de aquel lugar para contestar un mensaje reciente, que acababa de anunciar el tono de su teléfono móvil.
Con una mirada de espanto, aquel hombre dejó caer el aparato, para darse cuenta horrorizado, de que el grupo de amigas miraba hacia la posición en la que el acosador se encontraba; sintiéndose abrumado por las miradas burlonas de las jóvenes, el hombre recogió su móvil y se levantó del banco en el que segundos antes había estado espiando a la adolescente.
Tras llegar a su casa, el hombre, con cierta prisa, encendió su ordenador, para abrir su correo electrónico y comprobar que aquel mensaje, efectivamente, estaba en su bandeja de entrada.
Aterrorizado, releyó el contenido para asegurarse de que lo que ponía en aquel correo era cierto. Alguien había descubierto su largo historial de acosos y abusos a menores; aquel chantajista, le exigía, a cambio de mantener todos aquellos datos en secreto, una cantidad descomunal de dinero.
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Editado: 28.04.2019