La falda a cuadros que llevo puesta se levanta unos centímetros al abrir la puerta del vestidor. Inmediatamente la acomodó en su lugar viendo a Kally con un pequeño ventilador de bolsillo echándose aire.
—Vivo aquí y no estoy acostumbrada al calor —se queja haciendo un puchero.
Ella voltea a verme y se da cuenta del efecto que tiene en mi falda su ventilador, haciendo que lo apague.
—Perdona, no pensé que tuviera tanto efecto.
Se disculpa levantándose comenzando a guardar sus cosas. Lleva puesto un top rojo con una chamarra de mezclilla encima, unos shorts de mezclilla y zapatillas negras.
Me aliso mi polo azul sabiendo que en algún momento haría un comentario sobre lo que traía puesto; ambas estábamos conscientes que nuestros guardarropas no podrían ser más diferentes, aunque ella intentaba “mejorar” mi aspecto cada que se lo permitía.
Tomó mi bolso guardando mi libreta dentro, lo cierro adelantándome a la puerta para apresurar a Kally. No llevábamos un mal horario, pero no podíamos asegurar que tanto nos tardaríamos en llegar, por lo que tendríamos que salir pronto si no queríamos llegar tarde el primer día.
Kally se cuelga su bolsa y camina hacia dónde estoy.
—Hora de irnos— digo abriendo la puerta y saliendo, evitando que diga cualquier otra cosa que nos retrase.
Ella camina apresurándose para estar a mi altura y caminar a la par conmigo.
Salimos de la residencia y nos apresuramos para avanzar por las calles junto a otros alumnos.
—¿No estás nerviosa? —pregunta Kally rompiendo el silencio.
—Un poco —respondo sinceramente—, no sé qué esperar. ¿Qué hay de tí? —pregunto mirándola de reojo.
—¡Estoy muerta de miedo! —responde dramáticamente abrazándome por los hombros—. ¿Sabes cuántas probabilidades hay de que falle? Muchas. No quiero volver a fallar.
A pesar de conocer poco a Kally, había pensado que ya entendía cómo era ella; pero en ese momento, sentía que la desconocía al ver su reacción.
—Tranquila —murmuro dándole pequeñas palmaditas en el brazo—. Verás que nos irá muy bien a las dos —añado como motivación para ambas.
Ella se separa de mí y me ve con una sonrisa.
—No sé qué hice para tenerte como compañera, pero estoy súper contenta de tenerte —dice nuevamente alegre volviendo a abrazarme—. Muy bien, nos irá de maravilla. Así que hay que apresurarnos.
Ella toma mi mano y empieza a caminar más rápido llevándome con ella.
Nuestras facultades se encontraban casi a la misma distancia, por lo que habíamos planeado ir juntas, separándonos cerca de la mía. En cuanto ambas termináramos, volveríamos juntas al dormitorio.
Después de caminar varios largos minutos, llegamos a la esquina de mi facultad.
—Muy bien. Tú te quedas aquí mientras yo voy para allá —dice señalando en dirección a su facultad—. ¡Suerte! —grita mientras camina alejándose.
Niego divertida entre risas mientras camino hacia mi facultad. No importaba la cantidad de veces que la viera, siempre seguía maravillándome el tamaño que tenía y los detalles estructurales en cada pequeña área.
No tengo suficiente tiempo para mí, cuando siento un pequeño toque en mi hombro.
Al girarme, me encuentro con un chico desconocido de cara redonda y cabello castaño.
—Disculpa que te moleste, solo me preguntaba si sabrías dónde se encuentra el salón A23 —dice con una sonrisa tímida.
El número de salón se me hace conocido; por lo que saco mi horario de la bolsa y confirmo lo que ya sabía. Era el salón de mi primera clase.
—No sé dónde está —respondo viéndolo—, aunque podríamos buscarlo juntos, yo también tengo que encontrarlo —añado enseñándole mi horario.
Él lo ve por un momento y después sonríe.
—Que casualidad, tenemos el mismo horario —dice con una sonrisa divertida—. Por cierto, soy Darren.
—Ariel.
Ambos caminamos a la par recorriendo los pasillos en busca del salón. Dimos un vuelta completa al primer piso y después cambiamos al segundo, hasta que vimos a una chica afuera de un salón teniendo una fuerte discusión con otra.
Darren y yo nos miramos intentando comprender qué ocurría, ambos decidimos acercarnos para ver cuál era el problema.
—Por una vez, podrías ayudarme hermana, nunca te pido nada —se quejó la chica castaña con el cabello recogido en una media coleta.
La otra chica tenía el cabello ligeramente más claro y lo traía suelto, aún cuando a duras penas le llegaba a los hombros.
—Siempre me pides ayuda —refunfuñó la chica de cabello corto—. Se supone que eres la mayor, deberías hacer tus deberes por tu cuenta.
La otra chica hizo un puchero con un mohín en los labios.
—¡Por favor! Sabes que no sé nada de matemáticas…
—Eso no es mi problema…
—¡No sabría que tendría que ver álgebra otra vez!
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Editado: 19.08.2021