Ares
—No tiene nada que me interese —eso no era del todo cierto.
Por eso, no pretendía torturarme, contratando a alguien que parecía tener alguna especie de poder sobre mi libido.
Ella levantó la barbilla de una forma feroz y a mí, el nudo que tenía en la garganta, se me subió hasta la cabeza, recordando la juerga de la noche anterior.
—Puedo ser más útil y trabajadora que diez hombres. No debería subestimarme por ser mujer—. Un fugaz estallido de deseo golpeo mi vientre.
En realidad era lo contrario, me parecía peligrosa.
—Eso no es cierto —repliqué, aspirando profundamente y pasándome la mano por la cara —. Físicamente, un hombre me sería más útil.
Dios, se me partía la cabeza y su perfume me volvía loco.
—Claro, pero un hombre no haría lo que yo sí. Puedo ayudar con las remodelaciones y cuando la jornada haya terminado, podría hacer la cena, limpiar, acomodar. Un hombre, solo se tiraría a descansar. Los hombres nos superan en fuerza, es cierto, aunque nosotras poseemos mayor resistencia. Ya le dije, estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario. No sé, si lo ha notado, pero Monte de Oro, no tiene una bolsa de empleo copiosa —. Un destello suplicante iluminó el verde jade de sus ojos.
Lo que generó una peligrosa emisión de calor que recorrió mi torrente sanguíneo. ¿Era su perseverancia tenaz lo que me hacía arder el estómago?
—Qué raro, oí que había toneladas de ofertas, pero si aquí no encuentra nada, seguro en el pueblo pesquero, que está a solo unos kilómetros, sí. Alguien probablemente estará interesado en tus servicios —. Ella se puso roja como un tomate y comprendí lo mal que acababa de sonar aquello.
No era que sugiriera que les prestara servicio a los pescadores. La idea me hizo experimentar algo que no logré definir de buenas a primeras.
—Es un miserable —. Entrecerró sus encendidos ojos, y vi que su barbilla temblaba. Se estaba conteniendo para no mandarme a volar.
Nunca antes me había sentido atraído por el carácter de una mujer, lo físico solía ser prioritario en mi lista. Sin embargo, ella era intrigante.
A mis casi treinta y nueve años, podía decir que había estado con toda clase de mujeres, de diferentes formas y coeficiente intelectual. Digo, nunca me negaba a explorar nuevas posibilidades. No obstante, prefería especialmente los cuerpos exuberantes y las curvas pronunciadas.
Nora, en cambio, se veía muy delgada, frágil e incluso puede que pareciese mucho más grande de lo que era por su aspecto cansado y demacrado. No se parecía en nada a las mujeres con las que solía estar en el pasado. Y todavía así, para mi total desconcierto, tuve la certeza de que la deseaba con avidez.
No estaba seguro de que era, sí, la forma en la que su cabello rizado caía sobre sus brazos bronceados o si eran esos labios llenos que resaltan contra su rostro pálido y delgado.
Tuve la certeza de que era hermosa, solo necesitaba un poco de estabilidad económica para florecer, aunque no era yo quien podría proveer eso. Quizás tuviese más suerte en otro lado.
—No la quiero aquí, no sé, me ocurre otra forma para decirlo.
Me di la vuelta, para alejarme todo lo que fuese posible, antes de que descubriese que me dolía el cuerpo por la necesidad de acercarme y me coloqué detrás de la isla, para aplacar la tensión. Mientras intentaba fingir indiferencia.
«Contrólate, deja de pensar en lo que esconde esa camiseta vieja, o en la forma en que los vaqueros, acarician sus caderas».
Deseaba dejar de mirarla de esa forma.
Santo cielo… Me resultaba imposible. «Rayos, ¿qué me estaba pasando?»
Sequé el sudor que bañaba mi frente. En realidad sabía lo que me ocurría. Hacía casi un año que no estaba con ninguna mujer. Eso pasaba y era de cierta forma una reacción lógica.
Solo que… No era con la primera mujer con la que me encontraba a solas a largo de ese año, no obstante ninguna de ellas me provocó un atisbo de lo que me causaba Nora.
No me gustaba lo que me generaba. Como sus ojos verdes brillaban, ni tampoco lo que me ocasionaba tenerla tan cerca. La manera en la que el aire se cargaba de algo ardiente y peligroso.
Estaba bastante seguro de que no podría sacarme de la cabeza, la forma en que su pecho palpitaba por la frustración y la rabia.
Necesitaba acabar con aquella visita, cuanto antes. Era una bomba de relojería y no quería estar cerca cuando estallara. Ya suficiente, tenía con todos mis problemas.
Saqué la cartera del bolsillo trasero de mis vaqueros y saqué todo el efectivo que tenía, para extenderlo.
—Aquí tiene —Entrecerró los ojos, furiosa, y me estremecí—. Es todo el efectivo que tengo en este momento —. Tener una mujer así en la casa no era sensato.
Apretó los labios, en una línea tensa, antes de hablar:—Ya le dije que no necesito de su caridad, Gandhi. No quiero que el resto de los mendigos, se enteren de que me dio una buena pasta y comiencen a acosarlo. ¿La familia real, suma puntos por ayudar a plebeyos en apuros? —Tuve el impulso de sonreír, cada comentario afilado, me mostraba lo ácida que era su inteligencia.
Tuve que realizar un esfuerzo titánico para no mirar con descaro, la forma en la que mordisqueaba el labio. A pesar de su aparente hostilidad, la ponía nerviosa. Evidentemente, ambos nos encontrábamos en un juego al que no pedimos entrar.
—No, solo lo hago porque me siento particularmente generoso —ella entornó los ojos, antes de darse finalmente por vencida —. Solo toma el dinero y vete —. Le pedí, mientras ella negaba enérgicamente.
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Editado: 29.11.2023