Adam Ellington estaba sentado en el suelo, contra la pared, mirando el piano de la sala de su casa, o lo que parecía ser su casa, pues eran los mismos muebles y ventanas; con los mismos colores, texturas, la misma luz. Tenía sus ojos clavados en el piano de madera, negro, afinado, con un sonido precioso.
Lo habían mandado afinar muchas veces durante su vida, y un anciano ciego venía, se sentaba frente a él y lo volvía a dejar como nuevo. A él siempre le había fascinado la manera en que, sólo ayudado por su oído y unas pocas herramientas, hacía su tarea.
Su padre había descubierto que tenía habilidad para la música, y de inmediato había contratado a los mejores maestros para él. Sin embargo, le dijo que era sólo para que tuviera algo en qué ocupar ese talento, pues lo que se esperaba de él era que dirigiera en el futuro las empresas.
Los negocios también pueden ser música, había dicho su padre. Y era cierto… a veces. A su vida había llegado un momento en que ni la música era música.
Y ahora estaba aquí, delante del piano, solo, confundido.
Aunque se parecía mucho a la sala de su casa, esta no era la mansión, no era ningún lugar. Había intentado ir a otra habitación, pero era como un laberinto donde todos sus caminos desembocaban en esta sala. No importaba la dirección que tomara, él terminaba aquí otra vez.
Se había rendido, y ahora estaba sentado tratando de olvidar, lo que era una tontería, pues todo lo que se venía a su mente eran imágenes de su pasado, toda su vida entera, y, en casi toda su vida, estaba Tess.
Para agravar el estado de todo, el tiempo no pasaba, el sol no se ponía, la luz no menguaba, no se escuchaban los ruidos del exterior, de la naturaleza, ni los normales de una casa habitada, nada pasaba.
Había llamado a Greg, pero eso no tenía sentido; Greg estaba vivo, él, en cambio, no.
Comprender eso le había costado mucho. Antes, su corazón palpitaba dentro de su pecho, podía ver, oler y sentir. Pudo ver la sonrisa de Tess cuando se acercaba a él en ese parque…
Esa sonrisa, ¿significaba que lo recordaba, que había reconocido la caja musical?
¿Venía hacia él? Quería creer que sí, deseaba desesperadamente que fuera así.
Pero, ¿ya para qué?, reflexionó, ya no volvería a ver a Tess, nada tenía sentido ya.
Cerró sus ojos recostando su cabeza contra la pared. Sentía que toda su vida había sido un desperdicio. Si pudiera volver en el tiempo, le diría a Tess mucho antes lo que sentía por ella, la habría besado no más verla. No habría tenido miedo de hacerle daño, porque al ser él un heredero, y ella la nieta de la doméstica, seguro que la atacarían, y su padre intervendría alejándola al verla como una amenaza. Todos esos miedos le importarían menos que nada, no habría sido tan precavido, y estaría con ella. Él no sería como su tío, que dejó pasar el amor por orgullo, por vanidad. Él sí se habría quedado con Tess.
Pero… ¿para qué?, se preguntó. No habría podido darle hijos, y ella, tal vez, lo hubiese dejado también.
No había consuelo ni en sus más tontas ensoñaciones, volver en el tiempo no habría servido de nada, hacer las cosas diferentes no tenía propósito. Las cosas habían ocurrido así, y él sólo trató de acomodarse a la nueva situación. August Warden no estaba, Tess estaba sola; había pensado que sólo era cuestión de tiempo para que ella dejara de esperarlo, pero no sólo no fue así, sino que a él no lo recordó.
Su alma no dejaba de doler. ¿Por qué todo en su vida tenía que ser tan difícil? En cuanto al amor, en cuanto la familia, no había tenido nada de suerte, si es que esa clase de suerte existía. No había un instante que él quisiera recordar y que no le produjera dolor, sólo ese tiempo, los años que estuvo con ella, porque con ella, todas las penas palidecían y se hacían llevaderas. El día más bonito para él había sido aquél cuando la conoció, y eran sólo unos niños, y la luz era brillante justo como ahora, y él vio por primera vez los bellos ojos de Tess.
Tal vez era por eso que estaba aquí, en este lugar y momento tan extrañamente parecidos al de esa vez.
Una bruma empezó a formarse entre el piano y él, y Adam se puso en pie entre sorprendido y aprensivo. Sin embargo, la bruma no tomó una forma concisa, sólo era una sombra demasiado extraña flotando ante él.
—¿Hay alguien… ahí? —preguntó, y Adam no escuchó ninguna voz, ni nada, pero supo que había inteligencia en esa sombra.
No deberías estar aquí, dijo la sombra, o tal vez fue una voz que oyó en su cabeza. No era tu momento. Adam sintió un dolor atravesarle el pecho y llegar a su garganta. No, no era su momento; él debía estar allá, vivo, siguiendo adelante fuera lo que fuera que Tess había decidido con respecto a él, pero… ¿qué podía hacer?
Sus ojos se humedecieron, y pestañeó para ahuyentar las lágrimas.
—¿Puedes…?
No, contestó la sombra antes de que pudiera formular completamente la pregunta. Iba a preguntarle si podía devolverlo, si podía regresar.
—Entonces… —la sombra flotó hacia él y lo tocó, y de repente estuvieron en la calle, el lugar donde se había accidentado, y vio el automóvil prácticamente desecho, con el otro vehículo incrustado en su puerta. Él estaba dentro, o su cuerpo; podía ver a la gente que se empezaba a amontonar alrededor del siniestro. Era su muerte.