Escucho como los adultos cambian de conversación, dirigiéndose al abuelo.
Escucho el timbre sonar y por lógica, deduzco que se tratan dede los esposos de mis tías.
Estos viven solos, vivirán así hasta que mi abuela acepte lo ocurrido.
Ahora que es sótano está abierto, no me apetece mucho saludar a aquellos hombres, principalmente porque mientras que mis tías me hablan de novios, ellos de estudios.
Por ese motivo le tenía tanto apego al abuelo, porque nos contábamos anécdotas, las cuales me aterrorizaban, me hacían reír hasta llorar, me hacían ponerme nerviosa...
Nunca hablaba cuando me las contaba, pues sentía que el se hipnotizaba a si mismo y las palabras salían solas y fluidas. Tenía miedo de que si hablaba interrumpiera haciendo que se cortara aquel estado hipnótico de ambos.
Parpadeo como si alguien hubiera dado una palmada en frente de mí, haciendo que vuelva a clavar mi vista en el final de las escaleras, o mejor dicho, en final de lo que mi vista alcanzaba a percibir.
Jugueteo nerviosa con mis cortas trenzas, color castaño claro, fijando mis ojos verdes en aquel abismo de oscuridad.
Después de un minuto pensando, aproximadamente, decido bajar, fundiéndome poco a poco en el negro, con mi indumentaria igualmente negra.
Alcanzo a un punto en el que veo demasiado poco, saco mi móvil del bolsillo.
Al tacto, percibo el botón enciendo el móvil, pongo la linterna y bajo por primera vez.
Enciendo el interruptor y por primera vez visualizo aquel lugar misterioso.
Ese sótano.