Hacía varios meses que me había graduado del instituto y en mis planes de futuro no entraba la idea de ir a la universidad, por lo que de momento hasta que supiera que era lo que quería hacer con mi vida, trabajaría como hacía desde los últimos dos años en la cafetería de la gasolinera que había a las afueras de Detroit. Me pagaban bien, pero sabía que no podría vivir de ese trabajo, así que ahora me encontraba buscando en páginas de Internet algún trabajo del que si pudiera pagar al menos el alquiler de algún apartamento fuera de mi ciudad.
—Selina, son las tres y media, vas a llegar tarde al trabajo —oí decir a mi tía desde la cocina y eché una ojeada al reloj del portátil.
Cerré de golpe la pantalla, al darme cuenta de lo que había hecho, me llevé las manos a la boca y recé porque la pantalla no se hubiera partido por tercera vez en lo que llevaba de año. Me daba miedo levantarla, así que lo dejé pasar y fui a la habitación a prepararme. Ya tenía el uniforme del trabajo sobre la cama y como no, mi amado gato estaba durmiendo sobre este
—Shadow te he dicho miles de veces que no te tumbes sobre la ropa —le regañé y él simplemente maulló, se estiró y bajó de la cama como si me hubiera entendido a la perfección.
Cuando acabé de ponerme el uniforme guardé el delantal en el bolso, el cuál me había tocado lavar en casa. Volví de nuevo al salón a conversar con mi tía un rato mientras me ponía los zapatos y me hacía una coleta alta. La di un beso de despedida al ver que se estaba haciendo tarde y agarré las llaves del coche. La gasolinera no estaba muy lejos de mi casa, pero prefería ir en coche para así evitarme una caminata innecesaria, y más con las ráfagas de aire que hacía.
Saludé a todos mis compañeros al entrar, estos ya estaban manos a la obra atendiendo pedidos. Fui al pequeño cuarto que había en la parte trasera. Colgué el bolso y la chaqueta en una de las perchas libres y me até el corto delantal blanco a la cintura.
—¿Entonces dos cafés expresos y un vaso de agua? —pregunté a las chicas que estaba atendiendo y estas lo confirmaron.
Arranqué la hoja de la libreta de pedidos y pasé la orden a uno de los baristas que había tras la barra. Le pedí a la camarera nueva que llevase el pedido con cuidado hasta la mesa seis.
Seguí atendiendo las siguientes mesas hasta las siete, cuando llegó la hora de mi descanso y me senté en una mesa libre junto a mi amiga Jess, la encargaba de la caja. Trajo consigo el sándwich que solía hacerme el cocinero.
—¿Ahora amarillo? Pero si la semana pasada lo trajiste naranja y ayer verde. A este paso te vas a quedar como Homero Simpson.
—Ya sabes que me gusta probar nuevos looks , tú deberías probar, Seli —cogió un mechón de mi cabello castaño y negué varias veces.
—Ni por todo el dinero del mundo, a mí eso de teñirme el cabello no me hace mucha gracia.
Conocía a Jess desde hacía un año y en ese tiempo me había traído al trabajo más de media centena de peinados y colores de cabello. Seguía con mi teoría de que había pactado con el diablo para que su melena estuviera tan perfecta después de tantos cambios.
Di un mordisco al sándwich de jamón y tomé un sorbo de la bebida para poder tragar bien.
—¿Hoy vendrá a por ti tu novio?
—Te he dicho que no es mi novio, es como mi hermano mayor —repliqué y apoyé la barbilla en mis manos.
—Pues si no es tu novio, podrías darle mi número —tomó del servilletero una servilleta y sacó un bolígrafo, lo destapó con la boca y comenzó a escribir unos números. En cuanto terminó, dobló el papel y me lo acercó con los ojos iluminados de la emoción.
—Jess, puedo probar, pero no te aseguro nada —guardé el papel en el bolsillo de mis vaqueros y suspiré. No era ni la primera ni sería la última vez que me tocaría hacer de mensajera.
—Te amo —se tumbó sobre la mesa y me abrazó con fuerza, sonreí y la susurré un "de nada".
Al terminar el turno me despedí del cocinero que era el único que quedaba dentro y quien se encargaba de cerrar la cafetería. Salí a la calle llevándome enseguida las manos a los brazos. Hacía demasiado frío. Noté algo suave y caliente sobre la espalda, me giré y sonreí al individuo que se encontraba tras de mí, me había puesto su chaqueta de lana. Saqué del bolso unas llaves y se las tendí en la mano, se colocó a mi lado y le agarré del brazo mientras caminábamos hacia el coche.
—Una amiga me dijo que te diera su número —saqué el pequeño y arrugado papel de mi bolsillo y se lo enseñé, este me miró y puso su mano sobre mi cabello para después despeinarlo —. ¡Caleb!
—Sabes que te dije que no me hicieras de cupido, no estoy interesado en salir con nadie ahora mismo —las mismas palabras una y otra vez. Rodé los ojos y bufé.
Abrí la puerta del copiloto, antes de ponerme el cinturón, eché la chaqueta y el bolso atrás. Froté mis manos entre sí para que tomaran algo de temperatura, casi no podía mover los dedos. Mientras Caleb conducía tranquilamente hasta casa, decidí volver a preguntarle lo mismo de siempre cuando salía este tema.
—¿Te gusta alguien? ¿A qué sí? ¡Venga, dímelo! Soy tu hermanita pequeña —puse morritos.
No vi reacción alguna, entonces eso era un sí. Sonreí para mis adentros y enseguida me entró la curiosidad de saber quién era la afortunada... o afortunado, aunque no me lo diría, Caleb en temas de amor parecía un mueble, nunca me contaba nada sobre sus relaciones o parejas. Si es que las tuvo, claro está.
No tardamos mucho en llegar, aparcó en frente de la puerta y salí corriendo del coche en cuanto apagó el motor para evitar estar más tiempo en la calle.
—Por fin llegamos, hoy vino demasiada gente y ya no noto ni los pies —tiré el bolso al suelo y me lancé sobre el sofá como si fuera a abrazarlo. Retiré las deportivas con los pies y cayeron al suelo, Caleb odiaba el desorden, por lo que como siempre hacía, tomaba mi bolso y mis zapatos y los dejaba en mi cuarto.