Terminé de trabajar una hora antes de lo normal. Fue un largo día ya que los dos días siguientes eran festivo y la gente se había tomado el puente libre causando que la gasolinera se encontrara a rebosar de personas, y ya ni digamos la cafetería, estuvo saturada de familias que se quedaban hasta dos horas y media comiendo. Entre eso y los críos corriendo por todas partes impidiendo que mis compañeras y yo pudiéramos hacer nuestro trabajo bien, solo me daban más ganas de encontrar un trabajo algo menos estresante.
Mi descanso lo gasté en explicar a Jess que el idiota de Caleb no estaba interesado en nadie ahora mismo. Ella lo entendió, gracias a dios, no como otras que lo malinterpretaban y decían que solo lo quería para mí. Ese tipo de tías eran imbéciles, si fuera así, ni siquiera le hubiera enseñado sus números, pero bueno... Son las típicas que no pueden aceptar que un tío les diga que no.
En este momento no podía ni dar dos pasos al coche porque las plantas de los pies me estaban ardiendo, no obstante, no me tuve que preocupar por ello, puesto que Caleb entró a la cafetería a por mí. Fue sonar la campana de encima de la puerta y una de las camareras y Jess giraron la cabeza como la niña del exorcista, al verle salieron de detrás de la barra y le abordaron. Puse los ojos en blanco al ver que las saludaba, no eran celos, ni mucho menos, simplemente que no estaba de humor para quedarme más tiempo de pie. Me adelanté en salir de la cafetería a pasos pequeños por el dolor, había llovido, por lo que no podía sentarme en el banco que había afuera y me apoyé en la pared a esperar mientras me arreglaba la coleta que ya casi tenía deshecha. La puerta de la cafetería se abrió, por fin habían terminado de hablar.
—Deja que te ayude —indicó cuando me vio andar con dificultad.
—No... —antes de poder terminar la frase, ya me tenía cogida en brazos.
En casa nos esperaba mi tía, esta vez salió temprano de trabajar. Mis pies habían podido descansar al menos quince minutos en el coche, así que en cuanto entré por la puerta principal, fui a mi habitación sin la más mínima ayuda del chico y cerré la puerta sin saludarla. Seguía enfadada con ambos y no pensaba dirigirla la palabra hasta el día siguiente de la fiesta, cuando Sharon y Caleb me echasen la bronca por haber asistido.
Me estaba poniendo la camisa del pijama, cuando sentí que la parte en la que se encontraba la marca de nacimiento; bajo mi clavícula derecha, la tenía algo caliente a comparación del resto del cuerpo. Me extrañaba la diferencia de temperatura de un lado con el otro.
«¡Oh no! No es hora de enfermar, Selina» me dije a mí misma.
Fui hasta el baño que había en el pasillo, era el que solían utilizar Sharon y Caleb. Abrí el cajón dónde guardábamos las medicinas y cogí el termómetro, lo encendí y me lo puse. Esperando a que sonara entré a la cocina a por un vaso de agua y una aspirina. No solía tomar medicamentos ya que eran pocas las veces que enfermaba, era verdad que cuando lo hacía, me ponía bastante mal, pero nunca me habían llegado a ingresar en un hospital.
—¿Qué haces con el termómetro, te sientes mal? —oí decir tras de mí con voz de preocupación a mi amigo. Al ver que no le respondía, percibí su mano en mi frente —. Estás caliente.
El termómetro comenzó a sonar, vi que en la pantallita ponía treinta y nueve, alcé mi ceja y lo volví a encender para comprobar de nuevo la temperatura, pero el chico me lo quitó, parecía que él si se fiaba de lo que ponía. Pero era imposible, no me dolía la cabeza, simplemente sentía que el cuerpo estaba algo caliente, como cuando tomas el sol durante cierto tiempo y al tocar la piel, sentías el calor. Mi tía y el chico se miraron con caras serias, uno de ellos asintió.
—Debemos decirte algo, ¿puedes sentarte? —comenzó a decir Caleb. ¿No veía que podría estar enferma? Sujeté el vaso y la pastilla y negué con la cabeza, ahora no quería hablar, solo descansar, lo que tuvieran que decirme podía esperar.
—Selina... —escuché decir a mi tía, pero yo ya había cerrado la puerta de mi cuarto. En estos días, era lo único que hacía, cerrársela en la cara.
Cada vez me notaba más acalorada. Abrí la ventana para que me diera algo de aire, la brisa de la noche movió mi cabello refrescando así el cuello, pareció funcionar durante un rato. Unas gotas de sudor recorrieron mi rostro como si hubiera hecho algún tipo de ejercicio, decidí quitarme el pijama y dejarlo en el suelo, quedándome solo en ropa interior. Cogí el vaso de cristal para saciar la sed que me había entrado de repente, mis manos estaban tan sudadas que provocaron que este se escurriera de ellas y cayera al suelo partiéndose en pequeños trozos. La puerta no tardó en abrirse de golpe, como si estuvieran esperando tras ella por cualquier tipo de razón.
—¡Selina! ¿Estás bien? —bajó la mirada al suelo viendo los cristales cerca de mis pies —. Apártate, no te vayas a cortar.
El calor que sentía dentro de mí se estaba volviendo más intenso, tanto, que notaba como poco a poco comenzaba a ver borroso. Mis pies empezaron a tiritar, me apoyé en la pared y cerré los ojos con fuerza para relajarme.
—Ven, una ducha de agua fría te aliviará al menos un poco —pasó su brazo por mi cintura y me ayudó a moverme hasta el baño.
Me acomodé dentro de la bañera con la ropa interior y Caleb encendió la alcachofa poniendo el agua fría, no era la primera vez que me veía semidesnuda, por eso ahora mismo me daba igual. El agua recorrió mi cuerpo desde la espalda hacia las piernas, solté un suspiro de satisfacción al apreciar que el calor iba poco a poco desapareciendo de mí. Cuando este se había disipado por completo, no tardé mucho en acostarme tras tomarme la pastilla.
Desperté sobresaltada y sudando como nunca antes lo había hecho, encendí la luz del reloj, vi que quedaban pocos segundos para que dieran las tres y treinta y tres de la madrugada. Un fuerte e inesperado grito de dolor salió de mi boca. No sabía qué hacía Caleb en casa, creía que se habría ido tras ducharme ya que Sharon se encontraba aquí. Pero ahí estaba él, frente a mí.