—¡Lo sabía! —cerré la ventana de un golpe y dejé al cuervo dentro de la habitación.
Tuve el presentimiento de que el pájaro volvería a mi habitación, por lo que me dispuse a quedarme despierta durante la noche para atraparle y enseñárselo a mi amigo. Parecía un pájaro, ¿pero y si era un demonio con otra forma? Estuve durante más de tres horas apoyada en la pared de al lado de la ventana para poder capturarlo, pero me había olvidado de un cosa. ¡La puerta!
—¡Oye! ¡Vuelve aquí! —exclamé los más bajo posible ya que apenas estaba comenzando a amanecer y todos seguían durmiendo.
Corrí descalza tras él por el pasillo, pero aún no entraba la luz suficiente por una de las ventanas para que viera a la perfección por donde volaba el pájaro. Pasamos por la puerta de madera de Caleb, entonces la puerta continua se abrió y el cuervo entró. Esta se cerró tras él sin hacer el mínimo ruido.
«Qué extraño, creía que no había nadie más aquí abajo» pensé y me paré frente a ella, bajé el picaporte y la abrí con lentitud.
La habitación era parecida a la de Caleb, solo había una cama y un armario. Las paredes eran de piedra como la mía, pero lo que me llamó la atención fue el chico que había frente a mí con el cuervo en el hombro.
—¿Acaso no te enseñaron a llamar a la puerta, princesa? —su voz era ronca, como si estuviera enfermo. El cuervo graznó y él acarició su plumaje apartando unos segundos la mirada de mí.
—Me llamo Selina —le corregí de brazos cruzados.
El chico era realmente atractivo, parecía estar esculpido por los mismísimos ángeles de lo perfecto que se veía a simple vista, su belleza física me cegaba, no era exageración. Madi era una loca de los chicos, estuvo una época enseñándome fotos de modelos y cantantes, que sí, me parecían demasiado guapos para ser de carne y hueso, pero el que tenía frente a mí parecía venir de otro planeta. Llevaba un pijama totalmente negro que combinaba con su cabello, y sus ojos eran de un intenso esmeralda que podía llegar a ver aún estado a un par de metros de él. Sobre su frente bronceada caían algunos mechones.
—¿Todavía sigues aquí? —alzó una de sus cejas y el pájaro comenzó a mover sus alas hacia arriba y abajo.
A simple vista no parecía tener ningún defecto, pero fue abrir la boca y las imperfecciones entraron de lleno en él.
—Controla a tu pájaro, es un pervertido —señalé al cuervo aún posado en su hombro y el chico comenzó a reírse.
—¿Va en serio? Princesita, no te creas tanto. Te recomiendo que no dejes la ventana abierta porque la próxima vez lo que entre puede que no sea un pájaro, sino algo peor. Recuerda, estamos rodeados de bosque —el pelinegro embozó una sonrisa y abrió su ventana, el pájaro salió volando, pero él no se inmutó, así que seguramente lo hizo a propósito.
—¿Me vas a decir qué no era el mismo cuervo que había en Detroit? –sabía perfectamente de lo que le hablaba, cerró la ventana y agachó la cabeza como si se fuera a reír.
—Tenía curiosidad del porqué mi querido amigo pasaba tanto tiempo allí —se limitó a decir sin darle mucha importancia.
—Avisado quedas, a la próxima será la cena de mi gato –me giré y salí de su habitación dando un portazo.
—¡Será imbécil! Pero joder, debía ser un sueño, porque es demasiado perfecto para ser real —murmuré. Pero lo decía en serio, en mi vida había visto a un chico tan apuesto, gracias a dios, el físico no lo era todo, tarde o temprano este se pudriría.
Con este chico contaba a siete personas que había visto en estos días, pero pensando en edades, Kim y este muchacho parecían ser los que más rondaban la mía. Solté un bostezo antes de entrar a mi cuarto el cual ya estaba alumbrado por la luz del sol, decidí echarme unas cuantas horas para no parecer un zombi durante el resto del día.
—¡Selina! Deja de comportarte como una niña y sube a desayunar —volvió a decir mi amigo por no se cuanta vez. Tenía sueño, solo había llegado a dormir tres horas de las diez que solía descansar para ser yo misma.
—No tengo hambre, además anoche... —me quejé con voz adormilada debajo de la sábana.
—No me vengas con que al final te comiste un trozo de pan, eso no es comida. Llevas más de un día sin comer, y tengo que presentarte a los demás, no seas maleducada.
—Te estás comportando como el hermano mayor que nunca tuve —solté una risita y Caleb me soltó la pierna de la que me estaba tirando.
Tardé unos segundos en espabilarme, aparté la sábana y me senté en el borde de la cama, me estiré y solté un gran bostezo. Me llevé la mano a la boca, pero no la aparté, ni tampoco junté mis labios al ver a Caleb.
—¿Soy yo o vuelves a tener dieciséis años? ¿Qué pasó con tu barba?
Su rostro volvía a ser el mismo que el del día que le conocí. Bueno, puede que exagerase, pero ahora sus facciones se veían más juveniles. Recuerdo que cuando le vi entrar por la puerta me pareció un chico muy galán, hasta comencé a llamarle durante un año entero "Mi príncipe azul".
—Solo me dejé la barba para que pareciera que envejecía. Es más, en realidad odio que me haga verme tan mayor —admitió. Era cierto, con ella parecía tener hasta treinta años, pero me gustaba.
—¿Cuántos años tienes realmente, Caleb?
Hacía ocho años él tenía dieciséis, pero siempre pensé que su físico le hacía ver como un hombre entrando en la treintena. Ahora volvía a aparentar unos veinte. Era muy mala para adivinar qué edad podía aparentar una persona , pero como supuse, los años humanos a los ángeles no les pasaba factura.
—Nosotros los seres celestiales dejamos de crecer más o menos con veinticuatro años, así que físicamente aparento esa edad. Pero tengo doscientos años.
Y respondió a mi pregunta así como si nada, ¡doscientos años! ¿Qué?
—Mejor te llamo abuelo, ¿no? —solté en broma y este me pegó un leve golpe en la cabeza.
—Venga, vístete y sube al comedor de arriba.
En cuanto se fue y me aseé, abrí el armario de madera que había frente a la puerta del baño, di un vistazo rápido a la ropa durante un rato y me rasqué la nuca. La mayoría de conjuntos eran negros, todo eran pantalones vaqueros o leggins, luego de parte de arriba había más variedad, pero solo dos sudaderas grises y dos camisas de tirantes de color azul y morado, por lo demás, todo era negro. ¿Quién eligió ropa tan triste y aburrida?