Selina

11°

—No —ya había perdido la cuenta de las veces me había dicho mi amigo esa palabra en el último minuto.

—Por favor —supliqué alargando el final de la última palabra. Eché la silla hacia atrás y me arrodillé, junté mis manos en posición de rezo y añadí unos morritos tristes.

Estaba intentando convencer al ángel de ir a la ciudad con Kim. Llevaba tres días en el castillo aburrida y la puerta de fuera no se podía abrir a no ser que quién tuviera la llave lo hiciera, y solo ocurria cuando Yumi necesitaba ir a por plantas. Si seguía tomando el aire desde un balcón me acabaría pegando cabezazos contra la puerta grande hasta abrirla con la cabeza, eso, o me abriría antes la crisma. El caso era que no era la única que quería contemplar Italia y su bello aire.
Sacudí la suciedad de las rodillas dando pequeñas palmadas y volví a sentarme.

—¡Caleb! Acepté quedarme, ¡pero lo que no voy a permitir es que me tengas aquí como si fuera una presa! Quiero salir a la calle, a ser posible a la ciudad y Kim lo necesita también, parecerá que no la importa, pero yo sé que no es así. Además, ¡necesito ropa! —argumenté con voz seria y con mis manos en sus hombros.

Caleb se rasco la nuca, estábamos en el comedor rodeados de todos los presentes del castillo, ninguno habló, solo miraban con atención. Kim ansiaba decir que ella no quería salir, pero la dije varias veces que dejara de mentir, fuese o no humana, seguía siendo una adolescente y necesitaba estar rodeada de gente, ir de compras, tomar algo con amigos...

—¿Qué le pasa a la ropa? —fue lo único que me dijo después de un rato de silencio.

—¿Qué, qué le pasa? ¡Acaso me viste cara de gótica! —exclamé con ganas de traerle el armario entero al comedor. Le agarré de la camisa y lo acerqué —Hasta mi ropa interior lo es —le susurré al oído y alcé una de mis cejas echándole una mirada penetrante —O al que me la compró se le murió alguien o es que se creyó que quería unirme a la pandilla de tu amigo.

Estos días había visto a Mikkel vestir solo con ropa oscura. ¡Cómo si no tuviera suficiente con esa cabellera tan negra como el carbón!

El chico me explicó que le había dado dinero a los Nephilims que solían traer la comida, solo les dijo las tallas y ellos se encargaron de todo. No me hizo mucha gracia que unos desconocidos me compraran la ropa interior. Me comí una cucharada de helado de la copa de cristal y suspiré.

—Está bien, puedes ir a la ciudad... —no le dejé terminar la frase y ya estaba sobre sus piernas sentada y dándole un fuerte abrazo.

—Gracias, gracias, te quiero —guiñé el ojo a Kim con disimulo y en sus labios se posó una enorme sonrisa.

—Con una condición.

—La que sea.

—Mikkel irá con vosotras —pegué un salto que me dejó de nuevo en mi silla.

—¿Qué? ¡Me niego! —exclamamos el futuro niñero y yo.

—¿No pensarías qué os dejaría ir solas? Además, yo tengo cosas que hacer —recogió su plato y se dispuso a ir a la cocina —Por cierto, antes de irte pásate por la sala de entrenamiento.

Ahí término la conversación. Eros comenzó a reírse sin venir a cuento, se sentaba al lado de Mikkel, por lo que no tardó mucho en recibir una colleja de este, entonces fui yo quien me reí y le sacó la lengua. Kim intentó preguntar a Eros si quería venirse al acabar de recoger todo, pero parecía ser que el crío la miró con cara de pocos amigos y se alejó.

Unas horas después fui a por mi nueva amiga, había encontrado un gorro negro en el fondo de mi armario, así que se lo presté. Ella quería ponerse una capa con capucha, yo comencé a reírme y la dije que eso llamaría aún más la atención. Cogí unos mechones de su melena naranja y los coloqué hacia atrás con una horquilla, de tal manera que no se vieran sus orejas puntiagudas. Encima la puse el gorro, dio una vuelta sobre sí misma y asentí, no se la veía nada. Kim me acompañó hasta la puerta de la sala de entrenamiento para ver qué era lo que quería Caleb. Este estaba inspeccionando las armas que habían colgadas dentro de un expositor de madera. Saludé al chico a la vez que me acercaba.

—Apestas a perro mojado —arrugué la nariz. La camisa gris de tirantes la tenía totalmente pegada a la piel, marcando los músculos del abdomen por causa del sudor.

—Es lo que tiene entrenar, enana —recogió su cabello en un moño, fijó su mirada en la pared de armas y cogió una de ellas —. Toma —me enseñó una daga y la miré sin entender —Debes acostumbrarte a llevar armas encima.

—Pero si no sé usarla, será un estorbo.

No me hizo caso y puso el arma en mi mano. Caleb me tomó de la otra y me llevó hasta uno de los muñecos tamaño real. ¿Quería enseñarme a matar? Ya era hora, un simple puñetazo no haría nada a esas cosas. Pero en cinco minutos no me iba a volver profesional.

—Es fácil, agarra el mango con fuerza —lo hice. Colocó su mano sobre la mía y tiró de mi brazo hacia atrás, luego lo eché hacia delante rápidamente y clavé la daga en el muñeco que estaba a poco menos de un metro de mí.

Tenía razón, era sencillo. Ahora probé a hacerle un corte, el ángel movió mi brazo hacia el lado izquierdo y luego hizo que el arma que estaba sujetando se deslizara por el torso del muñeco causándole un corte. Desde este se podía ver el algodón que sobresalía.

—Por favor ten cuidado, no te separes de Mikkel y cuida a Kim —agarró mi rostro con preocupación, yo asentí y le regalé una sonrisa.

—Ahora huelo como tú, gracias, me acababa de duchar —me acerqué una parte de la camiseta a la nariz y la separé enseguida. Su sudor se había impregnado en ella —. Ni se te ocurra, aléjate, dúchate antes de querer abrazarme —añadí al verlo aproximarse con una sonrisa y los brazos abiertos.

Sobre las siete el cielo poco a poco se fue oscureciendo para darle la bienvenida a la noche. Kim me había comentado que Mikkel tenía el poder de teletransportarse, ahí fue cuando entendí mejor lo que había ocurrido en la sala de entrenamiento. Ambas estábamos esperando en el recibidor al futuro niñero que nos cuidaría hoy. Ella estaba ojeando por la ventana, mientras que yo andaba de un lado a otro.



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En el texto hay: angeles y demonios, de todo, amor

Editado: 13.08.2021

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