Selina

13°

—¡Te dije qué no! —exclamó el niño rubio dándome un manotazo en la mano cuando intenté quitarle el gorro.

Habían pasado ya varios días desde que sabía lo que el joven Nephilim ocultaba bajo aquél gorro negro y si, había dicho que era una falta de respeto hacer lo que estaba haciendo, pero necesitaba ver al verdadero Eros y no al chico que parecía que se le hubiera pegado un resfriado por lo tapado que iba siempre.

—No eres el único diferente, ¿acaso tú crees qué a los demás les gusta tener esos rasgos? Deja de ser tan infantil y quítate eso de la cabeza, y lo de las manos también —lo miré seriamente a la vez que me colocaba las manos en la cadera.

—¿Y si no quiero, qué?

Su tono desafiante hizo llevarme la mano a la sien y hacerme un suave masaje para relajarme. Este niño no entendía que solo estaba intentado que se quisiera tal y como era.

—Eros, ser diferente no es malo, más bien es lo contrario, lo igual aburre. Todos vosotros sois diferentes a cualquier otro Nephilim y eso os hace especiales.

—Si fuera especial, mi madre no me hubiera abandonado —indicó con un hilo de voz.

—Las madres siempre hacen lo mejor por sus hijos, ella seguramente no te podía cuidar o se preocupaba tanto por tu futuro al ver que eras diferente a otros niños... El miedo muchas veces nos puede.

—¡No te creo! ¿Acaso a todas nuestras madres les pudo el miedo antes qué el amor? —exclamó con rabia.

A todos los Nephilim de esta casa les habían abandonado, pero el único que seguía guardando rencor, ya no solo a su madre, si no a todas las mujeres, era Eros.

—Está bien, hagamos un trato —el gato que tenía el rubio sobre sus piernas maulló.

—¿Qué tipo de trato? —acarició al felino y me miró interesado.

—Si consigo que confíes en mí, te desharás de ese gorro y esos guantes.

—¿Y yo qué consigo con ello? —me di una torta mental.

—Te darás cuenta de que las mujeres no somos tan malas como nos pintas. —Añadí sonriendo. Le acerqué la mano y él la tomó después de un rato, así fue como pactamos nuestro trato.

Después de nuestra conversación, fui a la sala de entrenamiento, no eran más de las siete de la tarde, pero decidí que sería bueno entrenar un par de horas antes de cenar. Llevaba ya casi un mes con los chicos y mis días se habían vuelto algo repetitivos, por la mañana estudiaba los libros de demonología, a veces con Caleb, y por las tardes entrenaba con Mikkel.

Mi querido entrenador no estaba en la sala, por lo que decidí empezar por mí misma. Tras calentar, me senté en la fuente y dejé la toalla al lado, tomé las vendas y comencé a envolverme las manos y muñecas. Aunque los Nephilim nos curásemos rápido, no estaba dispuesta a acabar con los nudillos destrozados.

Me sitúe frente al saco y me coloqué en posición. Flexioné un poco las rodillas y puse las manos cerca del rostro. Comencé con un golpe cruzado, di pequeños saltitos y por cada golpe que daba, volvía a la posición principal.

—Uno —golpe. —Dos —golpe. —Tres —golpe cruzado.

Los golpes cada vez iban a mayor velocidad y con más fuerza, no sabía qué fue lo que pasó, pero a la cabeza me vino la imagen de mi tía. Caleb me había dicho hoy que hablaba con ella un par de veces por semana y que se alegraba de que estuviera bien. Yo también estaba contenta de que ella lo estuviera, pero seguía queriendo verla, nunca había estado tanto tiempo lejos de Sharon. Solo quería hacerme más fuerte para volver a casa y que mi tía no se preocupara. Ella me estaba dando fuerza y ánimo desde lejos.

Lancé una patada al saco. Solo tenía en mi cabeza la palabra "Fuerte". Hice varias repeticiones de tres puñetazos, uno cruzado y una patada hasta que el saco no pudo aguantar más y salió volando a la otra esquina de la sala.

—¡Oh mierda! —mascullé y acerqué las manos vendadas al rostro.

—No deberías tomarla con el pobre saco —oí una voz ronca proveniente de la puerta.

Pegué un rebote del susto y me di la vuelta. Un día de estos este hombre me provocaría un infarto, era como Shadow, sin que te enteraras, allá estaba él, vigilándote.

—¿Cuánto llevas ahí?

—Digamos que hasta que creíste que el saco te iba a matar y a los segundos salió disparado, princesa.

—No fue mi culpa, el agarre estaba flojo —era cierto, ¿cómo iba a poder lanzar un saco de sesenta kilos? ¡Si era justo lo que pesaba yo!

—Ya...no te quites méritos —me guiñó uno de sus ojos esmeraldas.

Le ayudé a recogerlo y a volverlo a colocar en las cadenas que lo sujetaban. Practicamos con la daga y el cuerpo a cuerpo poco más de una hora, cada día notaba como me superaba más y más, pero no era suficiente, no podía permitirme que un demonio me arrebatara el arma como hacia Mikkel. Eso me enervaba la sangre, si me ocurría estando en presencia de Madi o mi tía...no quería ni pensarlo.

Encontré a Kim caminando por el pasillo, parecía no estar haciendo nada, así que la invité a tomarse un baño conmigo en la piscina. Gracias a aquel día que fuimos a la ciudad, pude comprarla en secreto un bañador, porque desgraciadamente mis bikinis la iban bastante grandes. 
Ella era totalmente plana, tanto de delante como por detrás, en mis años de vida nunca había visto a alguien tan lisa, era verla y querer protegerla de cualquiera que quisiera acercársela.

—¿Y cuánto tiempo llevas aquí? —la pregunté mientras nos metíamos al agua.

Esta estaba templada y se agradecía. La piscina era grande, pero si no medias más o menos metro sesenta, no tocarías fondo, como era el caso de la pelirroja que la cubría casi por completo. La luz era tenue, me gustaba, era un espacio donde podías venir a relajarte, y con la poca iluminación que había se conseguía con facilidad.

—Desde los cinco años, prácticamente me crié aquí, poco después llegó Eros, era solo un bebé, al igual que Yumi. La abuela nos cuidó, y Caleb solía venir algunos días al mes para ver cómo nos encontrábamos. Le debemos nuestra vida a ese chico, no hubiéramos durado mucho en la calle con nuestro aspecto. —Me quedé mirándola con tristeza, era tan duro oír esas palabras.



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En el texto hay: angeles y demonios, de todo, amor

Editado: 13.08.2021

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