—Parece que hoy habrá tormenta y de las fuertes —nos comentó Caleb que estaba mirando por la ventana del comedor mientras los demás comíamos. Parecía preocupado.
—Las ventanas están bien cerradas, no tienes de que preocuparte —le avisó la abuela y él le regaló una amable sonrisa.
Me metí a la boca el último trozo de lenguado que nos había cocinado Eros y la abuela y tomé el plato, eché la silla hacia atrás y me levanté para ayudar a Sandy a recoger la mesa para traer el postre. No me sentía cómoda viendo como trabajaban tanto los Nephilim de la casa, por eso les ayudaba con lo que necesitaran, ya fuese lavar los platos como ayudar a Kim a limpiar el castillo. Dejé los platos sucios en el fregadero y me lavé las manos que me apestaban a pescado.
—Toma niña, pon el plato en medio de la mesa y no dejes que esos dos lo toquen hasta que llegué yo —me indico refiriéndose a Eros y Mikkel y su pasión por las tartas de mora que hacía Sandy.
Salí de la cocina y me dirigí a la mesa, esos dos ya estaban babeando como perros al ver su hueso.
—Al primero que toque la tarta le corto los dedos —alcé el cuchillo que tenía en una de mis manos y los fulminé con la mirada.
Ninguno llegó a hacer nada hasta que volvió la mujer con los tenedores. Corté la tarta y tomé los platos de cada uno para poner su trozo correspondiese, había justo uno para cada persona, así que no tendría porque haber disputa alguna o eso pensé hasta que Caleb decidió abrir la boca.
—Tengo unas cosas que hacer, comeros mi trozo si queréis —y en cuanto la puerta del comedor se cerró tras él...
—¡ES MÍO! —grité y clavé el cuchillo con autoridad sobre el trozo de aquella deliciosa tarta.
—Ja, te recuerdo princesa que el que está día y noche entrenando soy yo —clavó su tenedor también sobre el trozo, pero él con más fuerza, tanta que con el mínimo golpe podría romper el plato de cerámica sobre el que estaba la porción.
—Y yo te recuerdo que ayer te comiste mi postre adrede, mi delicioso donut con extra de chocolate —hice un puchero y él se echó a reír.
—No haber ido al baño. Por cierto, estaba para chuparse los dedos —sacó la lengua y yo solté el tenedor para darle una torta en la cabeza.
—Dejad de comportaros como niños, el que se tiene que comer el trozo es Yumi, él tiene aún que crecer —nos regañó la abuela desde su silla.
—Estoy lleno, que se lo coma Selina —dictó con su preciosa voz.
—Gracias —le sonreí y miré hacia abajo para coger mi amado postre —¿Y el trozo? ¡Mikkel! —me quejé al ver el plato vacío.
—Eh, a mí no me mires, esta vez no fui yo —levantó los brazos en señal de inocencia y a ambos nos dio por mirar al otro niño.
—¡Maldito rubiales! —rugí y lancé de una patada la silla hacia atrás, fui hasta él y le agarré la oreja.
—¡Auch! ¡Duele! —Se quejó y me dio un golpe en la mano haciendo que le soltara —Tengo quince años, aún me queda por crecer a mí también y además, estabas más pendiente de ese tipo que de la tarta y todos sabemos que os tiráis la eternidad discutiendo —la abuela, Yumi y Kim asintieron y yo puse los ojos en blanco.
—Sabes mi nombre perfectamente —replicó Mikkel.
Antes de que Eros pudiera contestar un trueno le interrumpió y un débil gritó llamo mi atención.
—¿Dónde está Yumi? Hace un momento estaba en aquella silla —señalé la silla de madera vacía que tenía al lado Eros y este guió su dedo bajo la mesa.
Me agaché y vi al pequeño acurrucado en la alfombra roja que cubría el suelo, extendí la mano en su dirección.
—Yumi tiene miedo a los truenos —explicó Kim que estaba a mi lado y entonces lo entendí, por eso el otro día en medio de la lluvia se agarró a mí.
El pequeño tomó mi mano, estaba tiritando como la anterior vez, el niño tenía doce años, pero por su contextura podía hacerse pasar fácilmente por uno de ocho, eran tan delgado y bajito que me daban ganas de agarrarle y nunca soltarle.
—¿Quieres dormir conmigo? —le aparté el mechón negro que le tapaba el ojo, él me sonrió y asintió varias veces.
Le enganché de la mano para llevarlo junto a mí, antes de salir por la puerta le dije a Eros que le tocaba recoger la mesa, este se quejó y Mikkel se echó a reír, pero la abuela le regañó y le ordenó que llevara sus cosas él mismo a la cocina, entonces Eros soltó una carcajada y Sandy le dio un coscorrón. Kim que no tenía nada que hacer allí se fue por la otra puerta.
Cerré bien la ventana del cuarto y eché las cortinas, Yumi estaba tumbado en una de las esquinas de la cama.
—¿Qué es esto? —preguntó al ver la caja de música que estaba sobre la mesilla.
No le dije nada, solo me acerqué, la sujeté entre mis manos, la abrí y le di cuerda. La hermosa melodía comenzó a sonar y las figuras empezaron a moverse.
—¿De dónde la sacaste?
—Era de mi madre, ¿a qué es bonita? —dejé la cajita en la mesilla y me senté al lado del niño.
—Sí, ¿sabes qué es la nana de los cielos?
—¿La qué?
—Es una nana que conocen todos los seres celestiales, suelen cantársela sus progenitoras antes de irse. Las madres de los ángeles por lo general no pasan más de un año con sus hijos, ya que el amor de una madre les haría más débiles. Estos son guerreros, por ello a los ángeles femeninos pocas veces les llegan a conocer sus descendientes.
Mi cara era un poema. ¿Usaban a esas mujeres como incubadoras? Puede que el cielo no fuese como yo me imaginaba, ¿entonces Caleb no llegó a conocer a su madre?
—¿Cómo sabes todo eso? —estaba intrigada una vez más.
Se encogió de hombros. —Los libros de la biblioteca —se limitó a decir.
Puede que después de todo esos libros sí que fuesen interesantes. Di más cuerda a la caja para que Yumi no prestara atención al ruido de la tormenta, está era como la fragua de los herreros de los dioses, hasta yo me estaba asustando de todo el ruido que había. Pero decidí esconderlo por el pequeño Nephilim.
Fui un momento al baño y cuando volví, Yumi estaba totalmente dormido. Estiré bien la sábana sobre su pequeño cuerpo, me agaché y le di un pequeño beso en la frente como me hacia mi tía cuando era pequeña. Apagué la luz y di la vuelta a la cama para acostarme.