Paré el saco de boxeo tras varios puñetazos recibidos, me alejé unos pasos y empecé con las patadas. La respiración comenzó a faltarme, tenía el cabello empapado por el sudor, pero no quería parar, me estaba imaginando que aquel saco era un demonio. A la cabeza me vino el recuerdo de lo que pasó con el íncubo, la rabia me superó, mi puño se hundió en el saco y este se volvió a salir de las cadenas que lo sujetaban. Me sequé el sudor de la frente con el brazo y recogí el saco del suelo, lo llevé a rastras hasta su lugar y lo colgué con ayuda de un taburete.
—Llevas horas pegando al saco, si sigues así al final conseguirás que tu brazo lo atraviese. Deberías ser tan buena en cuerpo contra cuerpo como en boxeo —saqué las manos de los guantes y se los lancé al individuo.
—Ponme a prueba, pienso demostrarte que soy tan buena como en cualquier otra cosa —le desafié y fui hasta el espacio en el que solíamos entrenar.
—Si tú lo dices, princesa. ¿Preparada? —se quitó la chaqueta y la tiró al suelo dejando ver partes de su tonificado y bronceado cuerpo.
Sin esperarselo, me agaché y estiré la pierna, puse toda mi fuerza en ella y la desplacé con rapidez hacia los pies del chico. Tras el golpe cayó en la superficie plana y en un abrir y cerrar de ojos estaba sobre él.
—Buena jugada, que pena que vayas a perder —alcé las cejas sorprendida por sus palabras y victoria anticipada.
—Te recuerdo que el que está debajo...
No me dejó terminar, sin saber el cómo y el porqué, nuestros labios acabaron pegados pero sin movimiento alguno.
Estaba sentada sobre sus piernas mientras él sujetada mi desnuda cintura con sus grandes y frías manos. Posé mis manos sobre sus hombros. Sus labios, como todo su cuerpo, estaban gélidos, era como si se hubiera bañado en una bañera llena de hielos. Fue un simple pico de unos segundos, pero mi corazón parecía estar de fiesta, sentía algo inexplicable en mí, algo que no había sentido con Adam, mi único novio y el primero con el que me acosté. Me separé encontrándome con ese verde intenso de su mirada, entonces sin tiempo a reaccionar me tiró al suelo y se puso sobre mí, me agarró los brazos y me los colocó sobre la cabeza.
—Te dije que ganaría princesa, qué, ¿te gustó el beso? —dio un golpecito en la punta de mi nariz y se echó el cabello hacia atrás en un movimiento con la cabeza.
—Me los dieron mejores, cariño —acentué la última palabra y me deshice de su agarre.
Su boca insinuó una sonrisa y se levantó de encima, me tendió la mano y la acepté. Me sacudí el pantalón corto.
—Aún así te aviso, no malinterpretes lo que acaba de pasar, no eres mi tipo, princesa —se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la salida.
En otra situación le hubiera replicado aquello, pero ahora no tenía palabras. ¿Acaso decía eso a todas con las que se "besaba"? Estaba confirmado, Mikkel era un canalla, pensé que había sentido algo por el roce de nuestros labios, pero era imposible, y si fuera el caso daría igual, éramos polos opuestos, no nos aguantábamos y lo más importante, él había dejado claro en numerosas ocasiones que no era su prototipo. En conclusión, que antes de que pudiera aclarar que era lo que había pasado, él ya me había dejado en la friendzone, bueno ni eso, porque ni siquiera sabía si existía una amistad entre ambos.
Pensar en ello era una pérdida de tiempo y tenía mejores cosas que hacer como por ejemplo, seguir leyendo los libros de demonología. En la biblioteca me encontré a Yumi, aún recuerdo lo asustado que estaba de que me hubiera pasado algo por culpa del íncubo, si no fuera por él, a saber dónde estaría yo ahora.
—¿Qué lees? —pregunté y me senté frente a él.
Por su cara parecía bastante interesado en ese libro, levantó la vista y me enseñó la portada, "Herbologia Tomo: 113". Mis ojos expresaron asombro, no dejaba de sorprenderme su inteligencia. Dejé que siguiera leyendo y me puse manos a la obra a lo que yo había venido a hacer. Abrí el siguiente libro de demonología que llevaba ojeando desde hacía un par de días y apoyé la cabeza en mi mano para estar más cómoda. Ahora estaba leyendo cosas sobre las armas no mundanas.
«Cualquier arma, ya sea celestial como demoníaca es invisible para los ojos humanos» leí mentalmente. ¿Así que podía ir por la calle tan tranquila con el arco? Eso molaba.
«Espadas de luz u otras armas que sean forjadas por luz celestial o bendecidas, son dañinas para los seres oscuros» leí dos líneas más abajo. Todas las armas que había en estas páginas eran geniales, y yo me tenía que conformar con un simple arco de madera.
Puse los ojos en blanco al recordar mi arma. ¡Era injusto! Al menos me podrían haber dado una más agraciada, Caleb tenía un bastón llamativo y Mikkel dos pistolas, ¿acaso esos dos me veían cara de Katniss Everdeen?
Al final de la página había una frase, pero no estaba en inglés, reconocía aquel idioma, era latín, justo la asignatura que aprobé por los pelos en el instituto. Busqué si por alguna parte estaría el significado, pero no lo encontré.
—Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris —murmuré. ¿Qué significaría?
—Recuerda, hombre, que polvo eres y al polvo regresaras —me susurró el chico con voz ronca al oído. Los pelos de la nuca se me erizaron tras el contacto con el aliento del canalla, aparté la cabeza y él se echó a reír.
—¿Qué dices?
Volvió a arrimarse, se encontraba detrás de mí, apoyó su mano en la mesa y con el dedo de la otra señaló la frase en latín. Me tenía rodeada con su cuerpo.
«Selina, contrólate» me ordené al volver a notar mi corazón acelerarse.
—Es lo que pone —se limitó a decir.
—¿Hombre? ¿Quién se convierte en polvo?
—Los ángeles se transforman en luz. Los demonios depende de lo que hayan sido en su otra vida, si son demonios originales, en azufre, si fueron humanos o Nephilim, en polvo, por lo que lo último ya te lo dije. Creo que la frase va más dirigida a los Nephilim, así que si, cuando mueras te convertirás en cenizas o polvo, como quieras llamarlo —enseñó sus blancos dientes junto a la sonrisa que los acompañaba. Yumi se nos quedó mirando.