Había llegado por fin el día del cumpleaños de Kim. Decidí que lo mejor era no mentir a Caleb y meter en un lío a Mikkel, bueno, en realidad me había ordenado mi amiga el decir la verdad, así que ambas hablamos con Caleb para que nos dejara ir de fiesta a alguna discoteca. Al principio no le hizo mucha gracia el que fuéramos las dos solas a un lugar con tanta gente, pero al final de una leve discusión entre nosotros, acabó cediendo, con una norma, que Mikkel viniera con nosotras. No me negué, era obvio que el chico debía venir. El ángel tenía que preparar unas cosas para cuando llegara mi tía en unos días, por lo que no podía acompañarnos.
—No te muevas o saldrán torcidas —me regañó y cogió otro mechón.
Miré al frente y fijé mi mirada en la abuela. Estaba sentada en el sillón leyendo una revista de cotilleos, cruzó sus piernas y pasó a la siguiente página.
—¡Terminé! Ahora cuidado cuando te vayas a poner la ropa, no vayas a despeinarte —tomé el pequeño espejo de mano que me había traído al salón para verme las trenzas boxeadoras que me había hecho Caleb, giré la cabeza varias veces, las toqué y asentí.
—¡Me encantan! Gracias una vez más por peinarme.
Eran como las nueve de la noche, Kim había decidió ir a una discoteca del centro de Roma, así que pensamos en salir sobre las once. La pelirroja estaba muy emocionada, era la primera vez que iría a un sitio con multitud de gente joven.
La obligué a venir a mi habitación para estar más tranquilas y poder prepararnos más rápido. La subí la cremallera del vestido rojo cereza que le había comprado la primera y única vez que fuimos al pueblo, le quedaba por encima de las rodillas, era de tirantes y de una tela fina, pero al ser tan delgada tuvo que colocarse un cinturón para marcar un poco de cadera.
—Me veo muy rara —me confesó mientras se miraba en el espejo del baño.
—Yo te veo estupenda, solo queda una cosa —le hice un churro a cada lado con los mechones principales, le tapé las orejas con ellos y puse unas cuantas horquillas para sujetarlo.
De por sí ella era preciosa y ambas teníamos pecas, las mías solo adornaban el centro del rostro, mientras que las suyas, algo más oscuras, todo el. Nos encantaban aquellas diminutas manchas que decoraban nuestro cara como si formaran una constelación, por lo que solo nos delineamos los ojos y nos echamos rímel para hacerlos resaltar. Ella se decantó después por un pintalabios color rosa pálido y yo por un poco de cacao, mis labios ya eran rojos, así que no necesitaba echarme ningún color sobre ellos.
Me puse mis Vans y me até los cordones. No era mucho de llevar tacones, cuando lo hacía corría peligro de comerme el suelo. Kim tampoco quiso probarse los únicos que me había traído de casa, ambas usábamos la misma talla de pie, pero ella insistió en ponerse unas manoletinas. Esta chica era tan parecida a mí en ese aspecto que Madison se sorprendería, me encantaría que las dos se conocieran en un futuro, seguro que se llevarían genial.
Coloqué el bolso en mi hombro, me fijé en que tuviera todo lo necesario dentro, dagas, si, Caleb me había obligado a llevar dos porque no llevaría el arco. Por último, el dinero y teléfono, todo lo que necesitaba. Salimos del cuarto, Mikkel nos estaba esperando en el pasillo, tenía el cabello revuelto y la misma chaqueta de siempre, solo que esta vez, llevaba un jersey de cuello alto negro y manga larga.
—Pensé que te arreglarías un poco más —inspeccionó mi vestimenta y rodé los ojos.
—No soy el tipo de chica que parece que vaya a una boda. Me gusta ir cómoda —le agarré del brazo y la pelirroja hizo lo mismo.
No tardamos ni diez segundos en llegar al centro de Roma. De verdad que el poder de Mikkel me haría mucho bien, me ahorraría tanto dinero en aviones o trenes por cada sitio que quisiera conocer.
Estiré la blusa hacía abajo al vérmela levantada, gracias a dios, me había puesto unos leggins cortos encima de las medias negras que se trasparentaban un poco. El fino pantalón estaba oculto por la blusa, por lo que la gente no sabía que llevaba algo debajo tapándome mejor mi zona y podían imaginarse cualquier cosa. Aún así, me sentía más segura en caso de que el viento quisiera gastarme una de sus bromas.
En cuanto llegamos a la puerta de la discoteca vimos la larga cola que había para entrar. Si nos uníamos a ella podríamos estar esperando más de una hora, y conociendo a Mikkel, su paciencia se acabaría antes de los quince minutos. Una bombilla se encendió en mi diminuta cabeza, no sabía si funcionaria, por el simple hecho de que solo lo había visto en películas.
—Venir conmigo —estos me miraron como si les hubiese dicho que les llevaría a una casa en llamas. Me ofendía que no confiaran en mí.
Tomé del brazo a Kim y la llevé hasta donde estaba el enorme portero, Mikkel venía siguiéndonos como si fuera un guardaespaldas.
—Hola, preciosa, ¿puedo ayudarte en algo? —me preguntó el portero, hablaba mi idioma, seguramente porque la mayoría de los que venían aquí eran extranjeros. Tragué saliva y le sonreí, parecía un gorila con traje.
—Me preguntaba... ¿nos permitiría pasar a mis amigos y a mí? Es que es el cumpleaños de mi amiga... —me toqué una de las trenzas en forma de coqueteo como hacían en las películas y el portero observó al chico de detrás de mí, después regresó su mirada a mí.
—En mi vida había visto tanta belleza —me aguanté la risa, que exageración, como si le fuésemos a dejar ciego. Una de mis tantas dudas se aclaró con esto, en este tipo de lugares, si no eras guapo para ellos o no tenías dinero, debías esperar la cola como todos, por no decir que ni siquiera pedían los carnets.
El hombre abrió el cordón y nos dejó pasar a los tres, Kim parecía como si en cualquier momento se fuera a desmayar. También estaba algo nerviosa, era la primera vez que entraba a una discoteca. No sabía cómo sería el ambiente, pero cuando pasamos el pasillo vi que no era tan diferente al de las fiestas universitarias o que solían montar los adolescentes en sus casas. Había grupos de personas por todas partes y en un escenario en medio de la pista estaba el Dj dándolo todo.