La mujer extraña
1.
Él volvió a recostarse. Se encontraba muy cansado y triste para seguir despierto. Lo único que podía sentir, era una lágrima cayendo sobre su mejilla izquierda. No podía olvidarlo. Él nunca lo haría.
Su cabeza seguía pensando en ese día, ese día en el que todo se fue a la mierda. No fue solo ese día, fue toda la semana, toda esa puta semana en la que ellos fueron “desapareciendo”. Uno por uno “esa cosa” se los fue llevando. Día a día, “esa cosa” le fue quitando un poco de su esperanza.
Todo había empeorado el día anterior. Esa cosa se llevó a su mejor amigo, a quien consideró su hermano, su todo. La tristeza que esto generaba no le permitía pegar un ojo. Ni siquiera podía distraerse mirando su celular, ya que lo único que marcaba era la hora, las 23:58. De vez en cuando llegaba algún mensaje sin importancia, pero nada más. Lo único que realmente quería era irse a dormir y que al despertar todo haya sido un largo sueño, o en este caso una terrible pesadilla, pero realmente ya nada de eso pasaría.
Su habitación, donde comenzó toda esta historia, ya no le brindaba ninguna seguridad, sino que la realidad se estaba mezclando con ese “extraño mundo”. Un “mundo” que se aparecía cada vez más en su mente, impidiéndole pensar con claridad lo que sucedería en un futuro.
Cerrando nuevamente sus ojos, y dejando escapar la última de sus lágrimas, trató de dormirse una vez más, esperando que el mañana sea mucho mejor. Pero no pudo. Algo realmente le estaba incomodando en ese momento, una sensación extraña que ya había vivido antes. Era la sensación de no estar solo.
Él observó con la mirada toda la habitación, pero nada. Solo se encontraban él, su sombra y ese extraño sonido de fondo.
— ¿Eh?
Durante todo el tiempo que estuvo en su habitación, nunca se percató de ese extraño sonido, el cual parecía venir desde la puerta.
Al principio creyó que eran sus padres llamando, pero rápidamente notó algo extraño. Sus padres habían salido temprano a festejar su aniversario, por lo que era imposible que ellos estuviesen llamando a su puerta. Además, él no tenía hermanos u otro familiar viviendo allí, por lo que rápidamente pensó que podría tratarse de “esa cosa”.
— Qu... ¿Quién es?
Preguntó en un sordo tartamudeo, logrando que el sonido pare rápidamente, lo que puso a su corazón a mil por segundo. Él había cavado su propia tumba. Ahora “esa cosa” sabía perfectamente que él se encontraba en su habitación, y todo gracias a él, que hizo esa pregunta.
Miles de ideas distintas comenzaron a llegar rápidamente a su cabeza. Lo único que quería esa noche era sobrevivir.
— ¿Qué hago? ¿Qué hago?
Repetía constantemente entre dientes.
— ¿Trato de esconderme? ¿Sigo durmiendo? ¿Me defiendo?
En un momento, entre toda la situación, paró de murmurar y miró fijamente la puerta. Ya se había decidido por una idea, posiblemente por la más sencilla de todas. Cerrar la puerta.
Dándose cuenta que por fin había encontrado una distracción en esa larga noche, y tomando mucho coraje, salió de su cama. Vistiendo solo su ropa interior y con celular en mano, se acercaba lentamente hasta la puerta, con el sencillo fin de cerrarla con llave y así resguardar su vida dentro de esta pequeña habitación.
El deja vú que experimentó fue casi imperceptible para él, comparado con el miedo que sentía en ese momento. Un miedo que lentamente comenzó a apoderarse de su cuerpo. Aunque no era la primera vez que esto sucedía. En varias ocasiones, desde que “esa cosa” apareció, su cuerpo actuaba solo. En este caso, su mano ya estaba posada sobre la llave de la puerta. Solo le faltaría colocarla en la cerradura y girarla. Pero no pudo. Su mano temblaba violentamente, su mente ya no reaccionaba, su respirar era cada vez más agitado. “Esa cosa” estaba llamando a la puerta otra vez.
Esta vez era algo distinto. Al otro lado de la puerta se escuchaban llantos, pero no eran de “esa cosa”. Eran los llantos de “los huérfanos”. Todos y cada uno de ellos se encontraba llorando de sufrimiento, y pidiéndole que abra la puerta.