Suerte que su jefe era un buenazo y que ella en realidad nunca llegaba tarde ni se tomaba días de vacaciones. Seis perdidas de Hannah, cuatro del inspector Devin y dos del jefe, tenía en el teléfono móvil cuando lo miró después de llamar.
—¡Lo siento! –exclamó entrando en el restaurante.
—Vaya horas... –bromeó el inspector Devin, con una sonrisa ladina– ¿Estás bien?
—Sí, sólo me he dormido... Enseguida vengo.
—Sin prisa... Total, no hay clientes... –ironizó Hannah, que llevaba tres horas atendiendo ella sola a los clientes que iban a desayunar.
Se cambió de ropa poniéndose el uniforme azul y se hizo una coleta. Salió del cuarto de baño patinando para poder ir a las cocinas.
—Lo siento muchísimo, jefe, me quedaré más tarde hoy...
—¿Qué? No, no, ni hablar... –se rio él, negando con la cabeza mientras giraba dos hamburguesas, una con cada mano–. Nunca has llegado tarde ni me has pedido días festivos en los cuatro años que hace que trabajas aquí... Por favor, no te preocupes.
Ella sonrió y suspiró de alivio.
—Muchísimas gracias, jefe.
Al volver al comedor, rápidamente se puso a servir cafés y mesas, y luego a arreglar el fregadero y el desastre que había hecho Hannah. Cierto que la había dejado sola, pero si se organizara mejor podría llevarlo todo bien.
Lamentablemente, el agente Mack y los demás ya se habían ido cuando ella había salido para atender.
—Eres una enchufada y la mimada del jefe, cuando yo llego tarde me lo hace recuperar. –Se quejó Hannah, mientras recogía el lavaplatos.
—Tú llegas tarde cuatro mañanas de seis que trabajas y te pides días festivos cuando te da la gana... En cualquier otro negocio te habrían despedido hace meses, así que no te quejes tanto –le replicó Kim, haciendo que Hannah pusiera los ojos en blanco y se fuera a servir más mesas.
Aquella mañana estuvo algo más ensimismada, pensando en todo lo que había ocurrido la noche anterior... ¿Debería ir al médico? No tenía claro si se había dormido o si había estado inconsciente todas aquellas horas; algo le decía que había sido lo segundo. Pero se encontraba bien, de hecho se encontraba genial y no tenía ni moratones en las rodillas, como había creído que le saldrían.
El otro asunto era qué debería hacer con aquel objeto chungo, ahora que lo había roto le parecía feo devolverlo... Siempre podía dejarlo en algún lugar abandonado, quizás en el metro, tirarlo disimuladamente a la vía como si hubiera pasado inadvertido en la investigación. Quedaría raro, pero nadie tendría porque saber que había sido ella...
En el telenoticias hablaron de lo que pasó por la noche: uno de los trenes de metro había sido atacado y veinte hombres habían sido esposados y dejados en una de las estaciones para que los encontrara la policía: resulta que todos tenían un pasado criminal pese sus pintas de hombres de negocios. No se explicaban qué había destrozado los vagones, ni tenían imágenes de lo que había pasado ya que de "algún modo" habían sido borrados todos los registros. Nadie vio nada, algunos de los testigos habían sido retenidos por los hombres trajeados y les habían cubierto la cabeza con capuchas amenazándolos con dispararlos, otros que aseguraban haber visto criaturas monstruosas su testimonio fue desestimado por tener elevadas tasas de alcohol o de drogas en la sangre.
La policía investigaba aquel suceso, y uno de los inspectores aseguraba que harían una redada por los túneles del metro para poder mandar un mensaje de tranquilidad a la población, y así poder descartar que hubiera alguien habitando en los túneles.
Pero Kim sabía que aquellos que decían estar borrachos o drogados tenían razón. Ella no habría dicho criaturas monstruosas, quizás fascinantes... La palabra monstruosidad era muy grave.
Lo importante es que no había recordado que el metro estaba lleno de cámaras de seguridad, si iba con un maletín y lo dejaba abandonado iba a notarse demasiado, y probablemente iban a tomarla como una terrorista... No, eso no era una opción. Puede que si lo metía en una bolsa de deporte o de plástico y hacía como que se le olvidaba... Total, había cientos de personas que se dejaban olvidadas cosas en las estaciones de metro, ¿no?
Se estaba arrepintiendo y mucho de haber tomado aquel maldito maletín, y también de haberlo abierto para cotillear. Ahora lo había roto y a saber cuán valioso era, aunque nadie hablaba de eso... Eso la calmaba un poco porque significaba que no era ni para el museo ni un traslado "oficial"; pero si lo pensaba un poco eso tampoco era una muy buena noticia... ¿Y si era de un coleccionista chungo? Alguien que había pagados millones de dólares y ahora... ¡Sorpresa! Una niñata le había robado y roto aquel valioso objeto.
Sabía que estaba dejándose llevar demasiado por la imaginación, pero eso iba a servirle para su novela.
—Kim, vamos a ir a tomar algo con las chicas, ¿te vienes? –apartó la mirada de su taquilla y miró a Hannah, que ya estaba más que cambiada y arreglada, dispuesta a salir del restaurante.