De pronto se encontraba en un viejo descampado, rodeada de vallas, máquinas y de dos casetas prefabricadas típicas de las obras. Habían iniciado una construcción, ya habían hecho el agujero en el suelo y estaban empezando con los cimientos.
El dolor en su costado era intenso, y se habría puesto de pie de no haber sido por él... Jadeó y gimoteó, llevándose allí la mano, al apartársela estaba manchada de sangre.
—Mierda...
Sin teléfono, vestida con un pijama, en un descampado y lejos de su casa, tampoco parecía que allí hubiese mucho movimiento de personas. Aun así, sabía que si quería sobrevivir necesitaba sacar las fuerzas de donde fuese y ponerse en pie para recorrer la distancia hasta el hospital más cercano.
Así que eso hizo: levantarse.
Y una vez de pie se dio cuenta de dónde estaba. En su vieja casa. O más bien, en el lugar donde había estado su vieja casa. Estaban reconstruyendo aquel barrio en que antaño había habido solo caravanas, situado en la periferia del Bronx. Reconoció la iglesia que había a unos metros de distancia, y el puente que los separaba de la isla de Manhattan, la mayoría del resto de edificios eran nuevos, o estaban reformados; aunque seguía manteniendo el verde de aquella zona del distrito.
¿Por qué había ido a parar allí? El árbol que todavía seguía en pie en aquel complejo en obras le indicaba que estaba exactamente donde había estado su caravana, donde ella había vivido con sus padres durante once años; momento en el cuál los echaron y se trasladaron a un apartamento de mala muerte en Manhattan.
Y lo más importante: ¿Cómo?
Había estado volando en el aire, a punto de estallarse contra el suelo y de repente estaba en aquel sitio con una herida de bala, con su pijama favorito arruinado y descalza.
—Llegados a este punto, la noche sólo puede mejorar. –O eso esperaba.
Caminaba con dificultad, con su mano en el costado y dirigiéndose a alguna posible entrada de aquel sitio vallado, no parecía haber ninguna puerta y eso iba a dificultar las cosas, sobre todo porque si tenía que levantar una parte iba a estar bien jodida.
Empezó a escuchar un coche que iba a toda velocidad por la carretera. Kim se asustó y se escondió detrás de un montón de vigas de hormigón... Necesitaba ayuda, en vez de esconderse debería pedir ayuda, pero por aquella zona no iba gente que se prestara a ayudar, y mucho menos si iba a aquella rapidez sin importarle quien muriese en un accidente.
Y sin embargo, el coche se detuvo delante de la obra.
Miró por encima de las vigas, viendo una gran furgoneta de color blanco con los cristales tintados, cuando las puertas se abrieron se escondió de nuevo... Sintiendo que esconderse había sido la mejor opción, sobre todo si era el asesino Jason y su amigo playero que iban para rematar el trabajo, o para secuestrarla. Se miró de nuevo la mano, que ahora estaba todavía más manchada de sangre, hizo una mueca de dolor, pero sinceramente esperaba que una herida de bala lo hiciera todo mucho más dramático... Estaba aguantando como una campeona. No podían negar que tenía ganas de vivir.
—Aquí no hay nadie, Tav –dijo una voz pausada que ella reconoció al instante, era el intruso de la noche anterior en su casa, el del pañuelo en la cabeza.
—Lo habrán escondido, la señal ha desaparecido aquí –respondió la voz del burlón, que ahora descubría que se llamaba Tav; sus nombres eran muy raros.
—La señal ha desaparecido aquí después de aparecer en casa de la chica de ayer, ¿no? –preguntó Ras, tocando las vallas metálicas.
Cuando Kim alzó la mirada de nuevo vio cómo sin ninguna dificultad levantaba una de las vallas y la apartaba, para que los demás y él pudieran entrar en el descampado. Volvió a esconderse al parecerle que el "líder" miraba en su dirección.
—Sí, eso ha sido bastante raro... Ayer no encontramos nada en su casa –confirmó el llamado Tav–. ¿Y si era el gato? La humana parecía más preocupada por él que por su propia vida... Se quedó blanca cuando nos vio. –Dejó escapar una carcajada burlona.
—Algunos humanos empatizan mucho con sus animales mascota... Pero no creo que el gato fuera el cetro. –Todavía desconocía el nombre del líder del trío... Mencionó el cetro que ella rompió, así que ellos también sabían de su existencia.
Estuvieron en silencio mientras Kim los escuchaba caminar, y cuando iba a nuevamente asomarse y giraba el rostro se encontraba con la cara medio humana medio reptiliana del chico de la cresta, mirándola fijamente.
—¿Qué haces tú aquí? –preguntó desconcertado.
—Yo no... –su voz era ronca, y se notaba algo mareada.
—Estás herida. –A ellos llegaron los otros dos al escuchar su compañero hablar y el que se había arrodillado ante ella y la miraba con cierto tono de preocupación era el que tenía aquel pañuelo en la cabeza y un brazo enorme.
—Deja que eche un vistazo. –El bromista parecía haberse puesto serio y se arrodilló al lado, inclinándose para poder mirarla, pero Kim no se movió ni apartó–. Necesito verte la herida para poder diagnosticarte –le dijo mirándola a los ojos.